Tus engusanados miembros no detuvieron los frenéticos deseos que tenía de poseerte aquella psicótica noche, pues solo tu inefable silueta era la que me excitaba hasta el delirio. Por eso tu tumba estaba vacía cuando intentaron robarte el corazón milenario que ahora reposa en mi alcoba, coronando mi recinto y centelleando junto a tu vetusto retrato. Y es tan vívido aún tu olor que puedo fácilmente desposarte y consumirte poco a poco en mi sombría imaginación.
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Me considero afortunado por haber descifrado cada uno de los misterios que esconde tu bello y místico ser, por haber intuido el etéreo cromatismo que refulge en tu mente y por haber compartido unos momentos a tu lado en esta horrible realidad. Luego de ti, seguro estoy de que solo el suicidio te podría reemplazar.
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Mi simple percepción humana no podría concebir un ser tan radiante y superior como el que en ti la naturaleza ha osado conformar, pues tan solo puedo decirte que tienes absolutamente todo lo que me enloquece y me revive.
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Me inquieta no ser yo mismo después de estar contigo, experimentar tan delirantes sensaciones; así como también me intriga tanto saber que mi tonta humanidad de ti se ha enamorado perdidamente sin que haya podido hacer algo para evitarlo. Desde hoy me declaro oficialmente atrapado en tu hermosura y soy víctima voluntaria de cada uno de tus embriagantes encantos.
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Presiento que estar contigo terminará por consumirme, pero ese es exactamente mi mayor sueño. Permanecer a tu lado hasta el día en que al fin tenga el valor de hundir la navaja en tu cuello para luego anudar una soga en torno al mío y unificarnos en la divina muerte es ya mi máximo anhelo.
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Desde que te conocí, me percaté de que eras alguien excepcional. Y no precisamente por tu cuerpo ni por lo que posees en este mundo terrenal, sino por lo que tu alma posee: ese halo de sabiduría eterna y de perfección espiritual que ningún otro patético mortal podría siquiera igualar.
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Amor Delirante