La vida eterna, por suerte, no existe. No podría imaginarme a una raza como la humana, con su pestilente esencia y su imperante estupidez, existiendo por siempre.
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Cuando el deseo suicida pasa de ser impulsivo a ser reflexivo es cuando más necesario se torna tan sublime acto, pero es cuando también, amargamente, menos probabilidades se tienen de llevarlo a cabo.
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La existencia es tan solo una llave que no lleva a nada, que tan solo abre puertas de desolación, sufrimiento y miseria; habitaciones que sería mejor nunca haber abierto con una llave que sería mejor nunca haber poseído.
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La nada es el único estado donde el ser encontrará la verdad, la catarsis y la paz.
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¿Qué son el bien y el mal sino delirios de una raza de monos parlantes cuyas vidas son tan intrascendentes como repugnantes? ¿Cómo se podría esperar de tal raza una auténtica reflexión sobre la moral y la ética cuando justamente son conceptos opuestos los que rigen sus miserables actos?
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La Agonía de Ser
