,

Corazones Infieles y Sumisos X

La infidelidad, vaya concepto más intrincado y malentendido. No obstante, Alister tenía claro que ser infiel era algo inmanente y natural en el humano. De hecho, quizás era tan normal como respirar, comer o dormir. Sí, claro que lo era. Y, ciertamente, no había elección, pues, aunque lo negásemos, siempre había alguien que nos atraía. No importaba cuántas promesas se hicieran ni cuánto amor se jurase, pues, llegando el momento y con una buena dosis de alcohol, cualquiera podía ceder fácilmente. Además, era incluso deseable ser infiel, porque así el humano aceptaba una faceta inherente que socialmente no era aceptada, pero solo por hipocresía. Además, nada era bueno ni malo en el fondo, solo cuestión de perspectiva. El adulterio, por ejemplo, que tan castigado era en la civilización, realmente era algo hermoso. Y lo era porque confería a sus protagonistas una nueva esperanza para sentirse vivos. ¿Por qué conformarse siempre con coger la misma vagina, besar la misma boca, recostarse en los mismos brazos, acariciar la misma piel, meterse la misma verga? ¿Por qué no se podía aceptar que el humano tenía una inclinación muy natural a querer fornicar con otras personas más allá de aquel a quien decían amar? Alister ahora reflexionaba, pero quizá todo era solo debido al alcohol. No, no podía ser solo eso…

–No, nunca he sido infiel. La verdad es que me intriga el concepto mismo, más quizá que la simple y tediosa acción.

–¿Es en serio? ¿En verdad nunca? Yo no he conocido a algún hombre que alguna vez no haya cedido ante tales perversiones.

–No, nunca. Y ¿tú? ¿Qué hay de ti?

Alister no mentía. A decir verdad, no había tenido muchas novias, Erendy era quizá de las primeras oficiales. Por su parte, Cecila rio maliciosamente, ya tenía amplia experiencia en tales empresas.

–Pues yo sí. Y debo decirte que muchas veces. ¡Ha sido estupendo, lo más bello de la existencia!

–Y ¿por qué lo haces? ¿Qué te impulsa a ello?

–Porque no lo sé. Parecerá imposible de creer, pero encuentro mucho más placer en un simple encuentro sexual que en una relación duradera. Y me excita aún más saber que lo estoy haciendo con otro mientras tengo novio, y aún más si ambos tenemos nuestras parejas. Ser infiel es algo que me reconforta demasiado. Lo veo como una necesidad intrínseca, y no me interesa ser juzgada por ello.

Alister recordó inmediatamente, como un rayo, aquella teoría tan extraña que no sabía si había leído en alguna biblioteca o si tan solo lo había soñado. Incluso el nombre del autor era un insólito misterio. Dicha teoría versaba sobre la infidelidad, la constante forma en que los humanos reprimen sus más profundos deseos, como lo que presenció hace unos instantes con Pamhtasa. También hablaba algo acerca del amor, del apego, del flujo de sentimientos y de recuerdos. El enfoque era muy peculiar, asignaba un gran peso a la moral supeditada por la sociedad, a la sumisión de la libido en el ser por una reprimenda social, al deseo sexual hacia una persona no amada, al júbilo y placer obtenido de la infidelidad. A final de cuentas, quizá una justificación, pero una muy interesante sobre la imposibilidad del amor y el innegable destino de las relaciones.

–Yo no sé qué decir, pero me pareces muy atractiva– susurró Alister casi sin querer, sin poder contenerlo más.

Cecila lucía fenomenal. A decir verdad, con esos tacones y ese culo tan apretado, era imposible no sentir deseos de metérsela. Tenía sus lonjas, sí, pero eso excitaba aún más a Alister por alguna razón. Llevaba un escote ostentoso, se podían contemplar y admirar sus pesadas tetas, casi tan grandes como las de una embarazada. Y su cara era bonita, sus cabellos castaños, sus labios rojizos y gruesos, su expresión carismática y sensual. Era el prototipo de mujer acondicionada por el sistema, tan hermosa físicamente, pero tan horrible espiritualmente. El punto es que ahora todo convergía en un atroz destino y las sombras humanas y aquellas amorfas, apenas perceptibles, impregnaban el lugar.

–Y ¿qué hay de tu novia? ¿No tendrás problemas por esto?

Alister ni siquiera contestó, ahora ya se abalanzaba sobre los labios de aquella puta informal, manchándose de su lápiz labial y saciándose con su saliva, dejando caer sobre ella todo su marchitado deseo sexual. El beso duró casi un minuto, ninguno de los dos se despegaba. En realidad, Cecila lo deseaba también. Siempre se fijó en Alister desde que lo conoció, y a este le parecía muy hermosa y con grandes atributos la mujer que ahora devoraba. Ambos sintieron una transición, un traspaso de algo no físico, un intercambio de algo más que simples miradas. Sus órganos sexuales inmediatamente respondieron. El pene de Alister se agrandó como nunca y se endureció a un nivel extremo. La vagina de Cecila se dilató tanto que sentía abrirse ahí mismo, sus pezones se hincharon a un grado tal que resaltaban por encima de su blusa.

–Te deseo, siempre he anhelado tus manos recorriendo mi cuerpo ardiente –exclamó Cecila presa de una calentura sexual incontenible.

–Yo a ti te deseo más de lo que te imaginas, ¡estás bien buena! En la escuela no dejaba de contemplar ese culo sublime que posees, y me trastornaba pensando en cómo te fornicaría.

–¡Quiero que me la metas ya! Tengo una idea: vamos a los baños, y ahí podremos cogernos. Si pagamos la cuota, nos dejan un rato libre. Yo me encargo… ¡Anda, vamos! ¡No te resistas, yo sé que quieres!

Sin pensarlo, Alister aceptó, al tiempo que apretaba las nalgas de Cecila, toqueteándolas por doquier. Asimismo, apretó sus enormes senos y casi saca uno. Ni hablar de los besos, estaban ardiendo ambos. Ella, por su parte, pudo sentir el erecto pito del que otrora fuera el motivo de sus masturbaciones el semestre pasado. En realidad, lo deseaba tanto, más de lo que se imaginaba. Se pegaba a él y gozaba con aquel miembro enorme rozando el cierre de su pantalón, quería sentirlo en carne propia.

Mientras tanto, el escenario se ensombrecía aún más. Pamhtasa había vomitado algunas veces más, estaba completamente desnuda y se metía la pata de una silla por la vagina. El espectáculo hacía que llovieran billetes por todos lados. Conscientes de esto, los encargados del bar decidieron no decir ni una sola palabra al respecto, solo se limitaron a recoger aquellos símbolos de esclavización humana. Sin duda alguna, el poder embriagante y distorsionador de las drogas daba una total demostración de su poderío en todos los ahí presentes. La mente y el alma de los seres inferiores no se hallaban preparadas para afrontar tales empresas, eran demasiado débiles y las plantas de los dioses los habían acercado no a la divinidad, sino a la locura, destino de los mediocres materialistas. En un rincón del lugar, apenas visible, se hallaba Yosex, quien se contorsionaba sin despegar los ojos de Pamhtasa, y una de sus manos agitaba su pene ya chorreante de esperma. El maldito cerdo se había ya corrido dos veces y parecía que no iba a detenerse por nada del mundo.

–¿Cuánto por un rato a solas en el último baño? –preguntó Cecila al encargado.

–Yo no hago ese tipo de favores, ni los permito aquí.

–Vamos, debe haber algo que se pueda hacer.

–Posiblemente, pero… –replicó el encargado sonriendo con musculatura infame.

Cecila bajó el cierre de su pantalón y llevó la mano del encargado hacia su vagina, haciendo que éste introdujese un dedo. Al instante, brotó un chorro hirviendo. A Alister, más que molestarle, le excitó sobremanera tal acción.

–Bien, pero solo unos minutos. No se tarden más de la cuenta o entraré yo mismo por ustedes. Son 250, rápido.

Cecila ni siquiera se subió el cierre, consciente de que estaba a punto de empalarse en el joven que tanto le atraía desde hace meses. Esculcó en su bolsillo y otorgó un billete al encargado, quien, gustoso, lo tomó y observó a aquella perra de vagina ardiente y a ese joven de cínico aspecto, al tiempo que lamía los dedos introducidos en la vagina de Cecila.

–Pasa tu primero –indicó Alister–. Yo cerraré la puerta.

Una vez adentro, Cecila comenzó el juego sexual que no podía conseguir sin ser infiel, que hacía de ella una vil puta y a la vez le otorgaba un falso sentido a su vida. Alister ahora ya ni recordaba a Erendy, tan solo un desolado sitio ocupaba ella en su mente.

–¿Quieres que te la chupe primero? –inquirió Cecila, temblorosa por tanto pudor.

Alister no tuvo tiempo de responder, pues, cuando quiso hacerlo, ya Cecila había sacado su rígido miembro.

Por otro lado, en una desolada casa, en habitaciones separadas, en vidas unidas por un destino quizá miserable, o por la simple travesura de un ser divino, se encontraban dos mujeres cuyas existencias eran carentes de todo sentido. O, al menos así de patéticas se sentían con sus actuales situaciones y problemas. Por una parte, estaba Vivianka, ¡aquella pobre desdichada! Guardaba tantos efímeros recuerdos que solo en su interior parecían tener algún valor, recordando al hombre que tanto amó, aquel que hizo pedazos su corazón, ese en quien confiaba, su amor pasado. Las lágrimas botaban de sus ojos incluso naturalmente. Miraba a sus hijos, tan bellos y tan apaciblemente dormidos, esos que la llenaban de infelicidad y de dicha al mismo tiempo. Aunque, por otro lado, ¡cómo hubiera deseado no tenerlos! O, al menos, haberse percatado del engaño en que vivía, de que ese hombre tan querido por ella solo se divertía. Pero ahora estaba jodida, con dos bocas por alimentar, sin tiempo ni fuerzas para ejercer aquellos sueños desgarrados por el tedio universal que impregna la vida.

En el interior, Vivianka anhelaba regresar el tiempo tanto como todos los mendigos que quisieran tener una vida distinta. Sí, tan solo eso, ni siquiera mejor, tan solo un poco menos aburrida. Soñaba con un hogar para ella y para Mundrat, y, aunque en el fondo no podría amarlo, ahora tenía que conformarse con eso, pues era ese hombre el que la apoyaba, o tal vez ni eso. En verdad deseaba no incomodar más a sus padres, no ser una carga, no existir. En su mente se veía a sí misma como una niña que añoraba el regazo de su madre, que era absuelta de todas sus responsabilidades, que tan solo comía sus alimentos en el recreo, que sacaba buenas notas, que nunca se convertía en una mujer. ¡Cómo le dolía la vida, qué bien se había acoplado al absurdo de su propia miseria!

Separada por un muro de su hermana estaba Erendy, quien, a estas horas de la madrugada, no lograba conciliar el sueño. Era ya casi la una de la mañana y algo le incomodaba, podía sentir una inseguridad como nunca. Así que decidió levantarse y tomar los poemas que tiempo atrás Alister le escribía. Le parecía que algo había cambiado entre ellos, que él no la amaba en verdad. Sí lo había hecho, pero ahora se había desvanecido. Tan solo estaban juntos por compromiso, costumbre, apego, miedo y dependencia. Todas esas cosas solían sumirla en una profunda crisis. Aunque adoraba estar con Alister, no era tonta. Ella sabía muy bien que todo era distinto, pero no tenía el valor de confesarlo. Quizás en el fondo solo era su locura, últimamente tenía visiones muy peculiares y atroces.

–¿Te gusta así, mi vida? –preguntaba Cecila mientras se masturbaba y se ahogaba con el trozo de su trágico amante.

Alister, en cambio, estaba tan excitado que no podía hablar. Un delirio de placer y locura se incrementaban en él. Podía sentir esa pasión, ese anhelo y deseo sexual, esa magia que no podía sentir con Erendy, y que ahora la hallaba en Cecila. Tan solo ver sus ojos, su cara, sus gestos, sus senos salidos y atisbar esos enormes pezones hinchados, puntiagudos y cafés, escuchar esos gemidos y observar ese trasero y esos tacones que le daban un halo de prostituta cara. Su antigua diosa estaba eliminada de su mente, ahora era presa de aquellos oscuros deseos que reprimía día a día.

–¡Qué bien lo haces, adoro cómo la metes en tu boca! –afirmaba Alister, al tiempo que apretaba la cabeza de Cecila para introducir su miembro hasta su garganta.

–¿Acaso tu novia te la chupa tan rico como yo?

–No, tú eres la mejor. ¡Tus labios son los más exquisitos!

Sin poder contenerlo más, Alister eyaculó en la cara y boca de Cecila, chorreando también sus gigantescas tetas. Nunca había sentido tal placer y había arrojado tal cantidad de esperma. La puta de Cecila gimió como una perra en celo y se atragantó con el semen, deleitándose con su sabor, su olor y su viscosidad. Acto seguido, embarró el restante en sus senos y, tomando el pene de su conquistador, comenzó a agitarlo. La excitación era tal que la erección del pecaminoso no tuvo tiempo de ceder siquiera.

Paralelamente, mientras Alister descubría su verdadera naturaleza, en casa de Erendy las cosas estaban muy deprimentes.

–No tengo nada… Al fin y al cabo, mi vida está empedernida y maltrecha. Ya no me importaría morir hoy mismo –cavilaba Vivianka con su característica angustia–. Todo por lo que he luchado y lo que creía valioso se ha reducido a cenizas.

Pero lo extraño es que exactamente esas mismas palabras pasaban por la mente de Erendy, como si una tergiversada y retorcida lógica en el sinsentido de las probabilidades se hubiera alineado y la meditación entre las dos aciagas mujeres se hubiera sincronizado.

En aquel antro de perdición, Alister gozaba como nunca al estarse cogiendo con Cecila, la mujer que siempre había deseado, la poseedora de ese culo tan divino que ahora ya había terminado de lamer. Jamás había saboreado algo tan suculento y rico como aquel rabo mierdoso y sucio. Pensaba que podría olvidar a Erendy, que toda su sublimidad no era nada frente a las nalgas paradas y perfectas de aquella putipuerca golfa que ahora le suplicaba porque la partiera.

–No pares, lo haces maravillosamente –exclamaba Cecila–, quien ahora mojaba los dedos de Alister, que estaban hundidos en lo más recóndito de la vagina de la mujer cuyos gemidos deleitaban y regocijaban sus oídos.

Por primera vez, el desquiciado maniático sentía ser quien debía ser. Toda esa angustia y esa falta de orgasmo, esa falta de sentido sexual, eso que desataría en él aquella fiera salvaje que tanto mantenía aprisionada en su psique, estaba fulgurando. Era como si la luna llena despertara al lobo hombre, como si aquella mujer estúpida y acondicionada con tacones y labios de ramera pudiera romper las cadenas y liberar su verdadero yo sexual, la bestia blasfema que todos llevamos dentro y que, por razones sociales, morales y hasta personales, nos limitamos a soltar.

–¡Quiero que me cojas de una vez, ya no aguanto más! Traigo la panocha hecha agua, mi amor. ¡Estoy más caliente que cualquier puta! –dijo Cecila, totalmente borracha y enloquecida.

–Yo también quiero penetrarte y cogerte ese culo tan hermoso y grotesco que solo tú posees –respondió Alister, tan cambiado que parecía que no fuese él mismo, sino otro yo de algunos múltiples individuos conjuntos en un solo universo diminuto.

–¡Quiero que me la metas completa! ¡Ya métela y regocijémonos al cogernos! ¡Introdúcela en mi pepa de ramera, que la tengo bien mojada y abierta! ¡Está lista solo para ti, mi amor! ¡Párteme de una buena vez!

Alister se excitaba cada vez más y más, y su pene se erguía como queriendo zafarse de su cuerpo. Ahora solo tenía ojos para Cecila y para nadie más, así que, en un acto desmesurado, la tomó por los cabellos y la besó con violencia, tratándola como a la vil perra que era, lo cual evidentemente prendió a Cecila aún más, si es que se podía. Se su vagina escurría ya líquido como cascada de un río. Se lanzó hacia sus senos redondos y los hizo suyos mientras metía su mano entera en la vagina tan abierta de Cecila, quien pedía más y más. Ambos parecían olvidar a sus respectivas parejas, el respeto quedaba muy lejano, tan solo pensaban en devorarse y experimentar ese cielo del que les habían hablado, siendo realmente el infierno disfrazado de divinidad celestial.

Las ideas ocultas en el abismo del ser son extrañas, quizá ni siquiera sean ideas, o tal vez no pertenecen como tal a nosotros, no de forma común, sino que están ahí, recluidas en algún oscuro sitio, donde han sido arrojadas por las mentes acondicionadas a las cuales se les ha hecho creer en lo moralmente correcto y lo sociablemente aceptable. Las reglas impuestas por esta civilización carecen de validez y de sensatez en su forma más simple, todo es una mera fantasía de personas enfermas que, en su delirio, buscan absorber los sueños y perversiones de otros. Tal como el equilibrio en todo lo que existe y puede que en lo que no también, existe el bien y el mal, no definido de manera tan estrecha como hoy en día se toma.

El humano que aspire a convertirse en la máxima energía que representa la divinidad, habrá de mediar en su camino con ambas fuerzas, y ese es el gran reto, el gran viaje del que tanto hablan los dioses del inefable universo parapetado entre los planetas lejanos. El que niegue su lado oscuro solo estará reprimiendo lo que adoraría llevar a cabo si no fuese detenido y controlado, no por él mismo, sino por la falsa cultura y la formación tan precaria de que fue presa cuando recién albergaba una mente. Las perversiones, los delirios, las locuras, las enfermedades, las visiones, los deseos prohibidos, suicidas o incestuosos, las excentricidades y todo lo que a aquellos muertos vivientes les parece molesto, inmoral, irritante y purulento, es exactamente lo que somos en nuestro interior todos sin excepción. El tratar de reducir esa oscuridad y emparejarla con la luz es el verdadero reto y el progreso realmente valioso. Sin embargo, la mayoría vivimos con la oscuridad abatiéndose sobre nosotros, con tan solo un ínfimo rayo de luz del cual nos sujetamos y, por ello, experimentamos la vida misma de manera intrascendente.

–¡Así, muérdeme las tetas, hijo de perra! ¡Chúpalas, saboréalas! ¡Quisiera que me arrancaras los pezones y te los tragaras! –manifestaba Cecila con los ojos en blanco por tanta excitación.

–¡Eres la mayor puta que alguna vez haya conocido! ¡Tienes la vagina muy abierta y jugosa! Dime, mi putita adorable, ¿cuántas vergas te has metido por ahí? –inquirió Alister en tono sarcástico.

–Muchas, mi amor. Fue mi primo quien me desvirgó a los diez años y sin condón, acabando dentro de mí. ¡No sabes cuánto me vuelve loca la verga! ¡Soy una maldita puta! ¡Quiero ser tu puta por la eternidad! ¡Quiero que penetres este rabo que supera por mucho al de tu insípida nova!

Las ropas iban cayendo poco a poco, hasta que ambos quedaron totalmente desnudos, incluyendo el hilo dental de Cecila y una foto de su novio, la cual ahora pisaba.

Muy distantemente, en las ventanas de la casa de Erendy, se podía contemplar, tras una minuciosa observación, cómo un tropel de execrables sombras se regocijaban e, incluso parecían desternillarse. Se azotaban unas contra otras e iban y venían de un agujero en la realidad actual. Asimismo, en un lugar que no podría ser llamado lugar, unos tentáculos repugnantes se alborozaban y retorcían con una rapidez y agitación impensables para la mente humana, desbordándose y atravesando universos, alcanzando misteriosamente el planeta azul en la dimensión etérea. El supuesto tiempo y espacio del presente actual no representaba limitación alguna.

Y así, mientras Cecila recibía tan abrupta y espiritual cogida de parte de Alister, Vivianka continuaba con sus oscuros pensamientos.

–Si tan solo mi vida fuese distinta, si tan solo pudiese retroceder y cambiar en algo las cosas, si tan solo fuese más joven, más atractiva, más inteligente. Si tan solo…, si tan solo…, hubiera conocido una persona diferente, alguien como una forma de pensar y de vivir como…, alguien con sueños, metas, cosas por hacer, que me apoyase, que pudiera comprenderme y que me complaciese, que me llenase de la vida tan escasa para mi alma muerta, alguien como…

Nuevamente la sincronización se daba, ambas mujeres, Erendy y Vivianka, parecían hacer que sus pensamientos convergieran y dieran nacimiento a una blasfemia; en su actual estado de podredumbre nada importaba ya. Como la explosión y liberación de destellos inapreciables por la velocidad con que son lanzados, Alister, Erendy, Cecila, Vivianka, Yosex y Pamhtasa sintieron cómo algo entraba en ellos. La sensación fue la más singular y exótica que alguna vez hubiesen sentido, parecían tener una ligera percepción de los hilos que los unían en una existencia absurda. Las mujeres sintieron cómo una especie de colorido y espeso cuerpo, como de un pulpo, entraba por su vagina, mientras que Alister sintió como si su miembro fuera reemplazado con alguna otra asquerosidad, como si se tratase de un demonio con tamaño desmesurado el que pendía ahora.

–¡Si tan solo hubiese conocido a alguien como él! –exclamó con quejidos la mujer angustiada con tal desolación que sus huesos traquetearon–. Él es inteligente, guapo, cordial, con sueños e ideas tan distintas a nosotros, a la gente en general, con esa soltura y frescura, con esa energía y halo de sabiduría y hambre de conocimiento. Si tan solo yo fuese quien lo hubiese conocido primero, podría haber sido interesante. Sin embargo, él está con Erendy. Ellos son felices y, evidentemente, nunca se fijaría en alguien como yo. ¡Soy un asco por tan solo considerarlo! –pronunció sollozando aquella musa con velos negros, que era Vivianka y a la vez no.

A pesar de todo, esta idea quedaría plasmada en ella para siempre, deseando tener a Alister y conocer a fondo las locuras de aquel magnificente muchacho de ojos grandes y vigorosos, anhelando recibir de él una migaja, un escupitajo que ella pudiera deglutir y que alejara un poco, tan solo un poco, la penuria de su tétricas existencia, si es que así podía referirse a su vida actual.

En paralelo, Alister enloquecía con el inmenso e idílico culo de Cecila. Casi le parecía que podría matarse después de haberlo cogido.

–¡Qué rico se siente, mi demonio! La tienes tan gruesa, dura y poderosa que quisiera sentirla hasta los pulmones –dijo Cecila al sentir la primera penetrada por parte de Alister, quien parecía un maldito trastornado.

Todos los diversos escenarios en las mentes de aquellos personajes, víctimas tan solo de la influencia de la criatura más ostentosa, divina y diabólica, se matizaron. La máxima dualidad, el destino y el libre albedrío se habían tergiversado, pero no era solo eso, no bastaba con referir una criatura, eso que fuese lo que nadie sabía, solamente era la viva encarnación de una energía más siniestra y sublime, una creada por los humanos mismos en su fase anterior. Era la existencia en su máximo absurdo, la cueva de los impíos, la etérea acumulación del cruel ser que en cada uno habita, el ocultismo del que se sabe nada en el todo, de eso que nadie ha alcanzado y que, en su forma más pura, ha de conducir al dios de la tristeza y el sacrificio.

La pobre mujer sublime, aquella que a Alister no le ocasionaba la más mínima señal de excitación, pero a quien realmente amaba con sinceridad, no dejaba de pensar en él.

–¿Qué estará haciendo ahora Alister? –se preguntaba Erendy–. Quizá componiendo otro de esos fantásticos poemas, donde la belleza y el arte se mezclan tan perfectamente, o tal vez escribiendo locuras.

Aquella pobre ingenua también se cuestionaba qué había sido esa extraña energía, ese mortífero artefacto o execrable flagelación que sintió violar su sexualidad de forma inmediata. Seguramente otra más de sus alucinaciones, pues últimamente tenía muchas. Mientras tanto, lejos y paralelamente, Alister arremetía contra Cecila llenándola de todo su ser, descargando esa ira y ese coraje por tanto tiempo acumulado, esas ganas de sentir cómo era realmente ese acto humano llamado hacer el amor, eso que Erendy jamás podría proporcionarle. Y le parecía extraño, con cada embestida se regodeaba más y más, atisbando la cara de Cecila, que parecía la de una auténtica zorra. Aquella pecaminosa mujer le conmovía, pero ¿qué más daba? Lo único que importaba era follarle el coño hasta que el semen inundara su interior.

Y Vivianka, impulsada quizá por aquel imaginario tentáculo, sentía estallar algo dentro. Un calor imposible de eliminar la condujo a tocar sus partes íntimas, incluso pese a que su marido dormía a su lado, pero ¿qué más daba? Si sus vidas eran absurdas de cualquier modo. Ahora no importaba si se masturbaba pensando en alguien más, en alguien como…

***

Corazones Infieles y Sumisos


About Arik Eindrok
Previous

Infidelidad Suicida

El avatar del suicidio

Next