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Amor Delirante 39

Solamente añoraba deleitar mi trémula esencia con el fantástico roce de tu frenética boca, pues debes saber que a mí no me interesará, ni hoy ni nunca, el que hayas tú degustado, una o mil veces, alguna otra.

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No sabía qué diablos pasaba conmigo, como tampoco comprendía a la perfección el alucinante éxtasis que tu silueta me provocaba. Y es que ya sabía que tu cariño era solo ficticio, que tus besos eran solo un temporal alivio para esta discapacidad eterna, que tu cuerpo por muchos había sido desnudado y devorado… Pero, aun así, eso no me impedía amarte en una realidad ficticia creada por mi mente donde el sufrimiento se evaporaba y nuestras almas se fusionaban espiritualmente hasta escapar de todas las miserias que a ambos nos apabullaban cada noche.

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Y lo que realmente me torturaba, aún más que la existencia, era saber cuán efímero resultaba el lapso en que podía sentirte mía y fundirme con el dolor de tu alma; mismo que contemplaba en tu profunda y triste mirada, tan cristalina y azulada como el lapislázuli, tan frágil e inocente como tu mancillada dignidad.

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No sé si sería mucho pedir que esta mentira pueda tornarse un poco más real, al menos de aquí a que me mate. Pero es que ¿acaso podrías tú, mujer con mil heridas y dolores, con el corazón desgarrado y los sentimientos pisoteados por la decadencia, sostener mi compungido espíritu, aunque sea solo en esta mi última noche?

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El amor, a fin de cuentas, no era la culminación de los eones centelleantes en el éxtasis de los dioses, sino tan solo la más grande argucia fruto de la infinita confusión de los más ingenuos mortales.

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Aprovechaba inmensamente de esos maravillosos instantes en que descendía hacia los abismos de la muerte y la insania, ya que en las cumbres de la vida me resbalaba siempre ante el menor intento de avanzar.

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Amor Delirante


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