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Amor Delirante 55

Lo que por ti sentí ese día que te conocí superó cualquier cosa experimentada hasta entonces, pues tú me hiciste creer, por unos instantes, que valía la pena luchar y seguir viviendo. Lamentablemente, el tiempo me mostró la cruda realidad y tus palabras se esfumaron sin dejar rastro alguno. Luego, tú te marchaste y yo, viéndome en tales condiciones, no tuve otra opción sino quitarme la vida.

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Y, cuando tu mano rozó a la mía, supe qué era lo quería para siempre: hundirme en la inmarcesible hermosura de tu boca y en la sibilina melancolía de tu mirada.

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Enamorarse es lo más cercano a la constante idea del suicidio, pues le confiere un exquisito toque de emoción y sentimiento a la tediosa senda de la vida donde tan asquerosamente nos hemos resignado a divagar sin rumbo. Aunque tal condición solo dure un efímero periodo, es al menos lo suficientemente poderosa como para que nos acordemos de ella el resto de nuestras patéticas vidas.

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Al final, tú no eres la culpable de nada, sino yo… Sí, pues yo fui quien se enamoró del etéreo almizcle que reverbera en el ápice de tu sublime y espiritual encanto. Fui yo el pobre tonto que se enamoró tan perdida y obsesivamente de ti cuando tú ya solo pensabas en la muerte.

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Cuando te veo, te anhelo y más me enamoro de tu silueta centelleante. Cuando no te veo, sufro y me retuerzo al saber que a otro más tu cuerpo ya entregaste. Pero así es como elegí amarte yo, sabiendo de antemano que no sería cada noche el huésped de tus sensuales aposentos.

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Te amé tanto que me sentí sumamente dichoso de no haberte arruinado la vida aferrándome a estar contigo cuando tu corazón ya por mí no palpitaba. Ahora, aunque sé que jamás podré olvidarte, no tengo otra opción sino soñar con tu sonrisa y pretender que la realidad es menos real que mis sueños.

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Amor Delirante


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