Lo que por ti sentí ese día que te conocí superó cualquier cosa experimentada hasta entonces, pues tú me hiciste creer, por unos instantes, que valía la pena luchar y vivir por alguien.
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Y, cuando tu mano rozó a la mía, supe qué era lo quería para siempre: hundirme en la inmarcesible hermosura de tu boca.
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Enamorarse es lo más cercano a la constante idea del suicidio, pues le confiere un exquisito toque de emoción y sentimiento a la tediosa senda de la vida donde tan asquerosamente nos hemos resignado a divagar sin rumbo.
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Al final, tú no eres la culpable de nada, sino yo. Sí, pues yo fui quien se enamoró del etéreo almizcle que reverbera en el ápice de tu sublime y espiritual encanto.
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Si te veo, te anhelo y más me enamoro de tu silueta centelleante. Si no te veo, sufro y me retuerzo al saber que a otro más tu cuerpo ya entregaste.
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Te amé tanto que me sentí sumamente dichoso de no haberte arruinado la vida aferrándome a estar contigo cuando tu corazón ya por mí no palpitaba.
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Amor Delirante