Intenté contenerme cuanto pude, pero me excitaba hasta la demencia masturbarme sobre sus cadáveres, reírme humillándolos con injurias, regocijándome con el contacto de su sangre. Y, sin embargo, no podía evitar torturarme un poco, pero solo un poco, al recordar que esos cuerpos inermes y putrefactos alguna vez pertenecieron a los seres que más había amado.
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Realmente estaba confundido, aunque no quería aceptarlo. El cuchillo cayó y, en el exquisito brillo de su filo, atisbé el reflejo del monstruo en que me había convertido: un homicida que a su familia había destruido.
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No tenía sentido ocultarlo por más tiempo: odiaba a mi mujer, sentía un inexplicable deseo de tomarla, sodomizarla, vapulearla y, finalmente, descuartizarla. Ninguna humillación hubiese bastado para tranquilizar la locura que me dominaba. Debía ser hoy el día en que su vida terminara, en que el último aliento de cada momento desagradable en mi existencia desapareciera sin dejar rastro.
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Ya luego me encargaría de esos odiosos seres a quienes creía reconocer como mis hijos, porque a ellos tampoco los soportaba.
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Eras tan bonita que tuve que matarte. No me lo tomes a mal, era necesario para mantener nuestro amor intacto. Sabía que, de no hacerlo, algún día todo terminaría en tragedia, que me engañarías, que querrías probar las bocas de otros seres, las caricias de otros quereres. Pero ahora serás mía para siempre, pues, aunque tu cuerpo permanezca ensangrentado mientras lo abrazo, sé que podré tenerte así hasta mi muerte.
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¡Qué bueno y hermoso sería intentar creer en el amor, el único impedimento para ello es la naturaleza tan sucia y bestial que por defecto envuelve al humano!
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Libro: Obsesión Homicida