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Obsesión Homicida 43

Si realmente no querer estar en este horrible mundo y detestar a los infames seres que lo habitan es una enfermedad, entonces creo que ya es momento de degustar la única cura posible cuando se ha llegado al halo de la desesperación: la de acabar con este absurdo martirio para siempre mediante el suicidio sublime.

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Ya no me interesaba para nada tan repugnante e intrascendente existencia, por lo cual decidí salir y llevar a cabo cualquier acción inmoral: me embriagué, forniqué con mujerzuelas, me envicié en los burdeles y en el juego, vomité, enloquecí, asesiné y finalmente me suicidé. Lo más irónico de todo es que, al abrir los ojos nuevamente, me encontraba rodeado de ángeles y cantos divinos.

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Debía acabar conmigo a como diera lugar, poner fin a esta existencia absurda donde ya no toleraba por más tiempo mi humanidad ni mucho menos la de otros. Solo una cosa me faltaba, la razón por la que hasta ahora no lo había logrado… Pero cuando la noche menguaba y el sol apenas se asomaba, decidí finalmente que todo me daba igual y que era este y no otro el momento perfecto de entregarme a la muerte y ahogar mi funesta esencia en el vacío eterno.

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Un homicida suicida sería lo más cercano a un dios, pues no hay deseo más sincero y sublime que acabar con la vida de seres tan absurdos como los humanos y, a la vez, acabar con la propia. Esta clase de reflexión es la única que podría elevar la condición humana a la perfección y hacer surgir un nuevo y bello mundo.

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Este reflejo inconcluso y a la vez delirante de algo que podría ser y no ser es quien me incita a matar y luego suicidarme, aunque estoy seguro de que no puede estar del todo equivocado, pues gran parte de su pensamiento me ha deleitado.

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