Sin entender nada, sin sentimientos ni ninguna otra cosa que perturbara mi existencia vil y malsana. Así fue como salí esa noche con el interior roto y el corazón perturbado, buscando lo que fuese para sanar este dolor por un insignificante momento, para aplacar estos deseos excéntricos y suicidas que me atormentaban durante la maldita pesadilla que significaba vivir sin amor ni compasión.
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Y también así es como te encontré y contigo descargué todas las cicatrices de mi trastornada alma. Contigo hice el amor hasta morir y en asquerosa sombra reencarnar.
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Las organizaciones han promovido las conductas sumisas y familiares para mantener una pseudorealidad de control emocional sobre la población, mostrándose como los supuestos salvadores de las generaciones decadentes cuando no son sino los principales factores que deberían sucumbir inmediatamente.
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La intención de estar con otra persona no dependía enteramente de mí, sino de ese otro yo que se apoderó de mi consciencia bajo los efectos de la droga mágica que atrofia el cielo divino. Lo más extraño era la incapacidad que me impedía oponerme, como si mis voliciones más puras fuesen exactamente estimuladas por aquello que se tachaba de malvado y aborrecible en la sociedad más absurda que se pudiese imaginar.
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No quería lastimarte, pero tampoco podía evitar esos deseos tan incipientes de besar otra boca, pues solo ellos me habían mantenido vivo hasta el día de hoy. Eso, empero, lo comprendí cuando el fuego de nuestro amor se apagó, cuando esa llama exquisita y sublime solo se encendió nuevamente al agasajarme con su inquieta y atrevida silueta alucinante, misma que ocasionó el vacío en donde se pudrió nuestro decadente amor.
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Libro: Obsesión Homicida