Era inevitable que, conforme más experimentaba la vida en esta ominosa realidad, más náuseas me produjera el contacto con todo lo humano. Esta terrible condición avanzó hasta llegar a ocasionarme náuseas de lo que yo mismo era; y esto, afortunadamente, culminó, en mi inmaculado suicidio.
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La verdadera burla existencial era pensar que alguna vez un ser tan insolente, repugnante e intrascendente como el ser humano creyó que su naturaleza era la creación más perfecta de algún dios; a lo más llega a ser el vómito, o acaso ni eso.
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El ser, así como su esencia, es miserable y trivial porque está implícito en su naturaleza; y, ciertamente, no está destinado a llevar a cabo grandes obras ni mucho menos a sobresalir en el orden universal de la creación. ¿Cómo podría esperarse tan ingenuamente que así fuera cuando su mera existencia no es sino tan solo un pestilente e impío error?
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El monólogo de la vida jamás llegó a ser cierto; únicamente se convirtió en una quimera adoptada por los poderosos para subyugar a los miserables, para enmascarar la pseudorealidad con tan desfachatada entelequia. Y la algarabía de la muerte, de hecho, siempre fue lo más sincero, pero también lo que siempre negamos debido a nuestra irracional y abyecta naturaleza.
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Estoy hastiado de esta vida de pesadilla, totalmente colapsado por dentro; tanto como quien se asquea de vivir muy pronto y piensa constantemente en la muerte como la forma más pura, y acaso la única, de aniquilar todas las creaciones y mentiras de las cuales emana y se nutre su infame existencia.
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¿Quién sabe la verdad? ¿Acaso alguien la escuchó hace eones en forma de un tenue melifluo? ¿Sería solo un susurro proveniente del cementerio donde enterraron a la muerte? O ¿sería acaso una invención más de la locura humana en su disparatado intento por aparentar ser lo que jamás será?
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El Halo de la Desesperación