Sé que ahora me detestas y esperas olvidarte de mí, o tal vez solo guardarme en un pedazo de tus decepcionantes recuerdos. Sin embargo, debes saber que, aunque esto se corrompió y se terminó entre llantos y tragedia, alguna vez yo te amé. Sí, estoy seguro de que fue así, pues sentí un límpido oasis surgiendo en donde ahora solo queda un seco y árido desierto de muerte, vacío y soledad.
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¡Qué ignorante es el ser al creer que el amor es algo con lo que se puede y debe lidiar! Y ¡con qué fantástica y grotesca facilidad cede ante los deseos más repugnantes y oscuros que yacen en su pútrido interior, mismos que lo consumen asquerosamente hasta haber sido temporalmente saciados!
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Fuiste en mi fútil existencia la clave para dilucidar el camino prohibido, la puerta a través de la cual mi humana percepción se alteró por completo para consagrar mi agobiado destino. Ahora es momento de tu partida, pues, aunque te amo con el alma, sé que tu espíritu ya no vibra del mismo modo junto al mío y que tu corazón ya no volverá a sentir regocijo cuando el mío lo cobije. Este es el hasta nunca para nosotros, pero justo así es como debe culminar este triste y efímero desvarío que por tanto tiempo confundimos con eso que supuestamente existe y se llama amor.
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Entonces lloraba noche tras noche, lacerando los recovecos de mi melancólico corazón con fatales recuerdos de días felices que ya nunca volverían. Y, a pesar de que esa persona especial jamás me amaría de nuevo, pues una vez que tal sentimiento se ha extinguido jamás retorna con la misma intensidad, prometí que solo el llanto compensaría su ausencia. Y prometí también que solo a la muerte, cuando llegase atraída por el suicidio, besaría y le haría el amor de nuevo por primera y última vez. Ahora, la soga se impacienta ante mis titubeos y la nada me atrae con una vehemencia que me atormenta. Los días ya no son soportables y no entiendo cómo es que aún sigo con vida ni cómo es que aún espero que algún día vuelvas.
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Quería realmente creer en las palabras que emanaban de tus dulces labios, pero tu delirante boca había perdido ese mágico toque que hacía explotar inmensos cúmulos de fulgurantes escenarios en mi mente. Sabía que ahora alguien más me había robado tu corazón y que, tristemente, ya no era yo tu más preciado anhelo ni el guardián de tus sueños. La fantasía había culminado demasiado pronto y el suicidio era lo único que restaba por conquistar en mi nostálgica y sacrílega existencia humana.
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Amor Delirante