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Romántico Trastorno 18

La marea oscura era todo lo que escuchaba ya, las olas que iban y venían, que arrastraban mi cuerpo con una facilidad que me fascinaba. El agua inundaba cada espacio de mi ser, la desesperación era jodidamente aterradora. Pero luego llegó la calma, sentía desvanecerme, perdía la consciencia. Y entonces supe lo hermoso que era dejarse caer sin oponer resistencia alguna, solo dejarse llevar por el agua, el agua que tan bien sabía, que sabía a muerte.

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Todos decían siempre que era una locura que me quisiera morir, pero yo pensaba si no era acaso también una locura querer vivir, especialmente sin que tuviera ningún maldito sentido y en una realidad tan abyecta como esta.

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Siempre terminamos por autoengañarnos con algo, por abrazar alguna falsa esperanza dentro de nuestro ser, aunque sea en la parte más profunda e incluso de manera inconsciente. Y, por muy patético o ridículo que nos resulte, es esto y no todo lo exterior lo que realmente evita que nos suicidemos cada absurdo amanecer.

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He hallado, en la idea del suicidio, más razones para no suicidarme que en cualquier otra pestilente ideología que promueva tan nauseabundamente la vida.

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El ser está aún muy ciego para comprender la belleza que encierra la muerte, por eso le teme inexplicablemente e intenta, con inaudita desesperación, evitarla el mayor tiempo posible. Pero realmente es la vida la que tendríamos que aborrecer con todo nuestro ser, pues la vida es solo un sufrimiento absurdo y siniestro donde lo único que hacemos es abrazar simulacros de felicidad que nos hacen olvidar temporalmente la miseria de nuestra existencia, y todo esto tan solo para querer permanecer siempre un poco más en esta mentira sempiterna.

Romántico Trastorno


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