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Sempiterna Desilusión 22

¿Por qué tenemos que experimentar todo esto? Es decir, ¿por qué nacer, crecer, reproducirse y luego morir? El sinsentido está implícito en todo lo que hacemos, en todo lo que pensamos y en todo lo que somos. Nuestra esencia es ruin y malvada, nuestros corazones son perversos y egoístas, y nuestras mentes son maquiavélicas y funestas… Y no, no me importa quiénes digan lo contrario, siempre pensaré así: la vida no vale la pena de ser vivida y nosotros, sus infames esclavos, nunca debimos haber existido. Indudablemente, estaríamos mejor lejos de este pandemónium sempiterno; solazándonos en la nada y sin conocer ninguna miseria, sufrimiento o angustia… Mas alucino, puesto que algo así ya no es posible y las probabilidades fueron silenciadas por un estado determinado de existencia material. La verdadera locura, según me parece, radica en no querer suicidarse; en querer aferrarse a la agonía que implica el día a día con su infernal y vehemente cotidianidad. Es como si estuviésemos atrapados en una jaula execrable, pero una que ocasionalmente nos brinda la ilusión de la libertad, la felicidad o la verdad; tan solo para después abofetearnos en la cara y demostrarnos lo vulnerables que somos ante la más mínima expresión de placer o afecto.

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La incomodidad de relacionarme con los horripilantes seres de este mundo tan banal era algo que me carcomía exponencialmente. Antes, supongo, era más tolerante o ingenuo; o ambas cosas. El hecho es que antes podía soportar un poco más las charlas vulgares o las compañías mundanas. Pero ahora ya no, ahora ya me desquiciaba cualquier lugar, persona o momento. Ahora ya solo pensaba en matarme todo el tiempo y quería estar solo a como diera lugar. Supongo que, finalmente, había yo terminado de enloquecer; o, según mis propios términos, me estaba acercando muy de prisa hacia la posible distorsión donde la verdad y la mentira no podían volver a separarse jamás. El caos blasfemo entonces me desgarraba las entrañas y masticaba mi razón con fiereza inenarrable, solo para mostrarme cuán humanas eran todavía mis percepciones y lo infinitamente triste y deprimido que siempre me sentiría. Cosas como la esperanza o la libertad eran meramente conceptos, ideas imposibles de sostener por un largo periodo. Al final, la pseudorealidad siempre volvía arroparnos con su esencia repugnante y llenarnos de atroces delirios con respecto a un supuesto despertar. Nuestra consciencia estaba destinada a fenecer dolorosamente sin que pudiéramos frenar tal hundimiento en el abismo de la máxima sordidez. ¡Qué infantiles hemos sido todo este tiempo, pretendiendo que esta pesadilla avasallante y ominosa podría alguna vez no atormentarnos tanto y no orillarnos a pegarnos un tiro en nuestro vomitivo desencanto!

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Nunca nadie me entendió, pero después de cierto tiempo me percaté de que eso era natural e incluso deseable. ¿Por qué querría ser comprendido por una especie tan blasfema e irrelevante como la humana? ¿Acaso podrían alguna vez esos adoradores de la estupidez siquiera atisbar un ápice de pureza o sublimidad? ¡No, nunca podrían! ¡Cuánto detestaba a todos esos idiotas adoctrinados! Sus caras, voces y gestos eran algo que no podía soportar por más de unos cuantos segundos. Y sus almas, ¡oh, dios!, si es que aún poseían tal cosa… ¡Sus funestas almas estaban aún más podridas que sus repugnantes mentes! Lo más adecuado para un gran amasijo de ignorantes y farsantes como ellos era el más sangriento exterminio; puesto que solo así podría purificarse su bestial ignominia esparcida sin ningún sentido durante tantos siglos en las sombras. El mono parlante era algo horrible, ridículo y ruin en demasía; tanto que no podía comprender cómo una supuesta deidad todopoderosa podría haber concebido la creación de tal desvarío y encima colocarlo en la cúspide de la evolución. Me parecía, más bien, que tales cuentos y fábulas habían sido inventadas por aquellos mismos que gobernaban desde la más sórdida oscuridad a las infames masas y siempre les inculcaban un falso sentido de identidad y pertenencia a lo más intrascendente. Lamentablemente, nosotros nos hallábamos aquí también y sin saber por qué o para qué… ¡Qué deprimente era la atroz incertidumbre de la vida y quizá también la de la muerte!

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Mi infinito malestar aumentaba día con día y parecía no existir un límite en cuanto al incuantificable sufrimiento existencial que podía padecer mi espíritu ultrajado. Me siento atrapado y consumido en una estúpida realidad que odio, rodeado por vomitivos títeres que me asquean a cada momento y fulminado por los desvaríos que el caos más insensato imprime en mi mente deprimida. Si tan solo pudiera escapar sin tener que suicidarme, si tan solo el futuro no fuera tan desesperanzador como el presente y si tan solo el ser no fuera tan de sentido carente. Realmente, no queda esperanza alguna para alguien que se ha vuelto tan terriblemente consciente de su existencia. Aquel que ya no pueda volver a autoengañarse con personas, doctrinas, religiones, ideologías, filosofías, momentos, lugares, teorías o cualquier otra herramienta de la pseudorealidad; ese demente, así pues, enfrentará el nivel más profundo del averno cósmico: alcanzar la plenitud de la consciencia y contemplar la existencia en su estado más puro. Contrariamente a lo que se pueda creer, esto dista en demasía de ser algo agradable o deseable; más bien se convierte en un cuchillo que penetra paulatinamente en nuestra alma y la desgarra hasta el punto de no retorno. ¡Ay, nuestro espíritu sangrante! ¿Es que todavía esperamos algo de la vida? ¡Qué cobardes, ruines y mentirosos somos todavía!

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Nunca pude hallarme a mí mismo dentro ni tampoco fuera. Terminé, así pues, por creer que yo debía ser una especie de cósmica equivocación. No había sido diseñado para este mundo, para esta raza ni para este cuerpo. Mi alma provenía de otro lugar, de uno donde la verdad y la muerte opacaban todas las mentiras y los espejismos de la vida. La humanidad siempre me pareció un chiste, algo así como un experimento fallido que ha sido abandonado en este mundo por obvias razones. ¡Qué me importaban a mí el mundo, la humanidad o dioses inventados por sus patéticos seguidores! Dudo mucho que algún día surja una revelación que no deje lugar a duda alguna, puesto que la esencia de esta dimensión parece ser la multiplicidad de perspectivas que todo el tiempo parecen contradecirse. Seres con una razón tan limitada y prisioneros de sus aciagos impulsos como nosotros nunca podremos comprender los hilos tan sutiles que orquestan las probabilidades y que rigen los sucesos detrás de los cuales se oculta el infinito. Quien sea que nos confirió la existencia y la consciencia, quiso hacernos con ello un daño irreparable. ¿Cómo solucionar ahora este lúgubre galimatías en el que no tenemos más opción sino cortarnos las venas? Nuestra tristeza es demasiado profunda y nuestra melancolía demasiado apabullante; me pregunto cuánto tiempo más estaremos dispuestos a vivir en la más cruenta desesperanza y a fingir que nos importa lo que sea que acontezca fuera de nuestra deprimente y siniestra burbuja existencial.

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Resulta tragicómico observar cómo las personas aceptan relacionarse y pasar tiempo con otras personas a las que les importan un carajo simplemente por su imperante miedo a estar solas. En realidad, siempre lo han estado y lo estarán, pues verse acompañado de una caterva de monos adoctrinados es lo mismo que estar solo; incluso peor. Quien no pueda soportarse a sí mismo, difícilmente conseguirá soportar a otros. Y creo que en verdad nadie se soporta a sí mismo más allá de unas horas; de ahí que todo el tiempo estemos buscando distracciones en los otros o en el exterior. Hacemos todo con tal de olvidar que, en el fondo, no tenemos a nadie y solamente la muerte nos espera al final de este fúnebre túnel que es nuestra deprimente existencia humana. Resulta, asimismo, inaudito el inmenso esfuerzo de tantas personas por aferrarse a un fatal optimismo proveniente de mentiras recalcitrantes. Aunque, por otro lado, creo que no puedo culparlos del todo; trato de entenderlos, de comprender que es su infinita desesperación la que emerge en los peores momentos y los hace entregarse tan ridículamente a toda clase de ideologías funestas y creencias absurdas. La humanidad siempre ha sido así, siempre ha buscado ser esclavizada por algo o alguien; sea o no de este mundo. Precisamente creo que estamos todos condenados, que no queda nada por lograr aquí ni por lo que valga la pena continuar… La sempiterna desilusión de mi alma melancólica solo busca ya cobijarse con las sibilinas caricias de la dulce muerte y olvidar todo lo que pueda vincularla a este plano de ignominia y horror sin parangón. Y es que debo confesarlo: yo nunca quise existir, siempre quise matarme sin importar nada más.

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Sempiterna Desilusión


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