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Manifiesto Pesimista 48

A veces sentimos que estamos solos, pero tal sentimiento es incluso una bonita ilusión que decidimos hacernos para no atisbar la cruda realidad: no solo nos sentimos solos, en verdad lo estamos. Y no solo eso, también estamos vacíos, deprimidos y, sobre todo, brutalmente hastiados de todo: del tiempo, de la vida, de la humanidad, de la lluvia, del sol, de las nubes, de los árboles, de nuestras novias y hasta de nuestros sueños.

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Buscamos cualquier cosa que nos haga olvidar el mayor tiempo posible nuestra miseria y nuestra intrascendencia, ya sea mediante una pareja, un amigo, una droga, un libro, un deporte, una religión, una filosofía, una ciencia o cualquier otra bagatela. Pero, al final, no hay escapatoria, y la muerte es la mayor prueba de ello; estamos condenados al sinsentido, el dolor y el vacío sin importar lo que hagamos, pensemos o digamos. No hay a donde ir, con quien hablar o sensación alguna que nos brinde un poco de esperanza en este averno de sordidez extrema que es la civilización humana. ¡Y, sin embargo, cuánto amamos la vida a pesar de todas sus futilidades, contradicciones y miserias! Prueba fehaciente de ello es que aún estamos vivos, aunque nada añoremos más que lo opuesto.

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No puedo amarme ni amar a otros, supongo. Y es así puesto que me odio a mí mismo tanto como odio a otros. Mas no tengo opción, ya que, mientras sea humano y esté rodeado de ellos, el odio es todo lo que imperará en mi interior. Acaso esa sea mi eterna maldición: odiar aquello que tal vez debería amar; repugnar aquello que quizá debería apreciar. ¿Soy aún demasiado necio para entenderlo? ¿Es que acaso se puede pasar toda la vida en un estado de absoluta discordia interna, luchando siempre por ser uno mismo y, a su vez, tratando inherentemente de no enloquecer durante el proceso?

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Acaso la mejor manera de definir al ser sea mediante la más inexplicable contradicción, pues no cabe duda de que su principal característica es desear con insana vehemencia en el interior lo que tanto condena y repugna en el exterior. Todos sus impulsos, deseos y pasiones no son sino una manifestación de la implacable e innegable sombra que lo conforma y lo domina; una forma de autoidentificarse con el mundo y de sentirse amado en grado mínimo. Al fin y al cabo, ¿qué es todo lo que vivimos sino una ilusión dentro de otra ilusión llamada realidad?

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Uno de los mayores misterios de la existencia es sin duda el por qué el ser se aferra con tanto ahínco a ella siendo que no tiene ni idea de por qué está en ella. No conoce su origen ni tampoco su fin y, sin embargo, pretende, mediante humanas doctrinas y mundanas teorías, explicar lo que tanto lo trastorna: el caos de la existencia y la incertidumbre que palpita oníricamente en el halo de la desesperación.

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El verdadero encuentro con nosotros mismos tan solo se produce en el momento final de nuestra contradictoria existencia; ese donde por unos instantes, quizá, podemos alcanzar un poco de lucidez interna y concebir que todo lo que creíamos importante jamás lo fue; ese donde, tristemente, somos plenamente conscientes de que nuestra vida no fue sino un aciago desperdicio de tiempo, energía y lamentos.

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Manifiesto Pesimista


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