No puede haber nada más repulsivo y decepcionante que haber nacido en este mundo aberrante, salvo quizá solo sentirse agradecer por ello. Tal conducta es propia de un esclavo perfecto, de una marioneta perfectamente acondicionada para sentirse pleno en la miseria. A esto muchos lo idolatrarán y dirán que esta doctrina es la eterna salvación del alma. Yo les digo a todos estos: sus almas deben ser almas de una fragilidad sin igual. Son tan moldeables que las ideas de este mundo demasiado humano son capaces de inmiscuirse y apoderarse de ellos como la mugre que se estanca ahí donde la pureza claramente no está. El verdadero filósofo no solo se percata de esto a tiempo, sino que lo vomita hasta que su estómago quede vacío y prefiere la hambruna antes que alimentos poco saludables o en estado de deterioro. Y que quede muy claro, para quien aún no lo haya entendido: ¡el existir es todo menos una bendición!
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Y pensar que hay personas cuya estupidez es tan elevada que dicen amar la vida por encima de todo sin sospechar que, en realidad, están con esto afirmando que aman ser esclavos de un cuerpo, un gobierno, una religión, miles de corporaciones, un sistema y, sobre todo, de la pseudorealidad. Dejemos, pues, a estos ignorantes parlotear todo cuanto quieran y ahogarse en sus infames mentiras todo el tiempo que quieran. Nosotros, los poetas-filósofos del caos, no podemos ni queremos ya perseguir fantasmas ni idiotizarnos con falsas doctrinas de compasión y miedo; nosotros, los melancólicos-suicidas, no sentimos ya necesidad de embriagarnos más de vida y de saborear más ilusiones pintorescas. ¡Ya no, maldita sea! ¡Cuánto hemos soportado hasta ahora! ¡Cuán pedregoso y largo ha sido nuestro camino hacia la iluminación! Mas, ¿lo hemos conseguido? ¿Quién puede decirnos que sí o que no? ¿Quién sino nosotros mismos decidiremos si condenarnos o ascender a los montes oníricos donde los hombres sueñan con ser dioses?
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Las personas comúnmente se conforman con muy poco y por eso suelen decirse agradecidas con lo que son y tienen en la vida, pero, si lo pensamos bien, esto sería tan solo una confirmación más de su complejo de inferioridad, pues reconocen que eso que son y tienen en su estado actual es lo máximo a lo que pueden aspirar. ¿A qué más podrían aspirar, ciertamente, un conjunto de monos nacidos para ser esclavos del tiempo, de la existencia y de su propia esencia? Sexo y dinero es todo lo que ellos ven; en esa odiosa telaraña se enredan tantos años, siempre alimentándose de moscas que los indigestan y los trastornan. Mas ellos no pueden percatarse de esto, ¡ellos son todavía demasiado humanos! Mejor ser araña que ser humano, mejor diseñar nuestra propia telaraña en lugar de enredarnos en las de otros. Muchas mentiras han plagado ya los rincones de nuestro pensamiento, pero hasta ahora muy pocas verdades hemos querido digerir. No nos gusta lo que quiebra nuestra esclavitud, porque naturalmente hemos sido diseñados y programados para obedecer y ser guiados. ¡Ovejas y no humanos! ¡Ovejas y no arañas! ¡Ovejas y nada más es lo que la gran mayoría será hasta su absurda muerte!
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¿Por qué debía aceptar mi humana naturaleza con todas sus limitaciones, defectos y errores? ¡No, no debía! ¡Debía repudiarla hasta el tuétano! ¡Debía odiarme y odiar a todos! ¡Debía odiarlo todo! ¡Debía, en última instancia, matarme tan pronto como pudiera! Pues, siendo sensato, yo jamás pedí venir a este mundo ni mucho menos ser humano. Mi náusea era entonces normal y lo más real que pudiera sentir en mi imperante miseria; ¿qué más se podría experimentar en mi condición? Cuando se llega al halo de la desesperación, nada más queda sino atisbar el deterioro mental al que uno se verá sometido día con día. Eso o matarse… En ambos casos, nadie vendrá a salvarnos y nadie impedirá nuestro infierno. ¡Ay, divina náusea que no deja de conquistar mi alma y que envenena mis entrañas con su extraña melancolía!
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Jamás he querido existir, esa es la verdad. Me arrepiento de todo lo que he dicho, hecho y sentido, y lo que no también. Nunca me ha interesado esta existencia y estoy cansado de fingir lo contrario, estoy harto de mí y del resto. Nunca más quiero volver a saber nada de este mundo ni de los seres que lo habitan, mucho menos de mí. Lo único que pido es que, al suicidarme, no vuelva a existir en ningún plano, dimensión o universo jamás. No es que odie la existencia, es más bien que me parece absolutamente innecesaria y que tengo esta peculiar sensación de que en la esencia de la nada estaría mil veces mucho mejor.
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Manifiesto Pesimista