Dejé ir a la persona que creía era el amor de mi vida… También renuncié a cualquier posibilidad de ser feliz o de sentirme bien durante un largo tiempo. ¿Por qué, entonces, habría ahora de tenerle miedo a la muerte? Por el contrario, la anhelo y la huelo en cada esquina; la saboreo en cada comida y la contemplo plenamente en cada velada de sepulcral y atroz insomnio. La siento cuando me hundo en las piernas de cada bella mujerzuela y también cuando vacío otra botella más de vodka… Ahora ya todo es desolación y caos; ahora es cuando la muerte, pienso, mejor deleitaría a mi espíritu atormentado por el eviterno sinsentido de esta pésima existencia. Me importa menos que poco pasar un día más en este averno de irrelevancia extrema, pues considero que no tengo ya nada qué llevar a cabo ni nada por qué luchar. Todo siempre fueron espejismos, mentiras y autoengaños que me repetí a cada instante con tal de no suicidarme de inmediato. Pero ya no puedo más, realmente no. He llegado a mi límite y no solo estoy asqueado de la humanidad entera, sino incluso de mí mismo. Estoy, asimismo, aburrido de toda persona, actividad, lugar o momento; lo único que me interesa es buscar la manera más efectiva de acabar conmigo y liberar mi alma de esta infame y eterna prisión llamada pseudorealidad. Quizá quitarse la vida no sea lo mejor para todos, eso siempre dependerá de la perspectiva; mas estoy seguro de que para mí sí que lo es. Anhelo ese bello desprendimiento y creo que será mucho más hermoso y significativo que todos los días de inutilidad y miseria que tuve que soportar en mi lamentable forma humana.
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Cambiar al mundo es posible, pero no deseable… A las personas, fuerzas u organizaciones que gobiernan este miserable y putrefacto mundo no les conviene en absoluto ningún cambio que pueda beneficiar a las masas o que pueda volverlas más reflexivas, conscientes o inteligentes. Cualquier cambio debe estar, por el contrario, orientado a embrutecer cada vez más las mentes de los títeres y al adoctrinamiento masivo; cualquier cambio debe beneficiar principalmente al poder en turno y luego, si acaso, a las escalas más bajas de la pirámide. Mientras esto continué así, es utópico imaginar que algún día la humanidad realmente evolucionará y alcanzará su máximo potencial. La existencia, ciertamente, se ha convertido en un aburrido y patético devenir donde el tiempo lo destruye todo y donde la pseudorealidad no puede ser detenida ya por ningún mecanismo, doctrina o ideología. El ser es el máximo peón entre todos los peones y la auténtica tragedia es que ya no se busca abandonar tal condición, sino que cada vez se vuelve más normal ser un completo imbécil. El mundo está hundido y nada ni nadie podrá traerlo a la superficie ni ahora ni nunca; el final de los tiempos es inminente y me siento más que satisfecho de que así sea. Toda esta cloaca de infinita miseria y abyecto salvajismo al fin cesarán y serán silenciadas de tal manera que, en breve, la humanidad entera será menos que polvo cósmico. ¡Ay, a dónde irá a parar todo su efímero poder al que tanto se aferraban esos tontos! No puedo sino desternillarme y vomitar espiritualmente mientras el revólver coquetea con mi mente suicida.
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Entre otras cosas, las grandes mentiras universales siempre han estado presentes y siempre lo estarán: religiones, gobiernos, corporaciones, sectas y organizaciones de todo tipo… Sin embargo, dependerá de nosotros y exclusivamente de nosotros qué tanto aceptamos todos estos espejismos y quimeras hasta perder la cordura… O, en la cúspide de la razón, realizar una hazaña digna de un superhumano: desgarrar cada una de estas aberrantes ilusiones y hacer de nuestra vida una oda a la libertad, la verdad y la sublimidad. Una filosofía que enseñe a hacer tales cosas no ha nacido del todo aún, pero seguramente nacerá y se convertirá en un resplandeciente y bello sol que habrá de alumbrar las espesas e infinitas tinieblas que ahora se abalanzan sobre nuestras almas como un animal hambriento sobre un pobre e indefenso cordero. Todavía no hemos sido iluminados, pero lo seremos. Solo unos pocos, eso sí. La oportunidad se presentará para todos, pero muy pocos elegirán la luz por encima de la oscuridad. Lo humano deberá fenecer entonces, porque solo así se podrá creer y crear un nuevo mañana sin lágrimas, sin sufrimiento e imbuido por un sentido de consciencia no conocido hasta ahora. El apocalipsis de la revelación final brotará de una rosa negra teñida en sangre que rasgará el firmamento y desde la cual los labios del dios-demonio hermafrodita emergerán para desvanecer las capas más profundas de la pseudorealidad. Los hilos caerán y los corazones serán extirpados de esos cascarones putrefactos, de esos trajes arcaicos cuya brutal estupidez no tiene parangón. El canto del fénix dorado se escuchará entonces y no volveremos a cerrar los ojos hasta no haber asesinado todo vestigio de las telarañas en las cuales fuimos atrapados tan patéticamente y sin poder siquiera concebir una manera de escapar que no fuera la autodestrucción de nuestro halo.
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Es natural que las personas siempre busquen refugiarse en sus propias mentiras o en las de otros, y que incluso las defiendan con su propia vida. Ante la abrumadora silueta de la verdad, resulta insoportable saberse tan desnudo e indefenso. Las mentiras en las que han depositado su aciaga fe son como una gran y terrible coraza que protege sus atroces mentes de aquello que les ofrece auténtica libertad y la oportunidad de ser ellos mismos por primera vez en sus miserables y patéticas vidas. ¡De cuántos espejismos funestos nos hemos rodeado hasta ahora! ¡Cuántos autoengaños nos hemos tragado con tal de olvidar nuestro inevitable destino de muerte! Cuando claramente lo que siempre debimos haber hecho era entregarnos a la desesperanza y desvanecernos en su manantial enjoyado, despojarnos de nuestra humanidad hasta que el último rastro de aquel traje malgastado ya no pudiese opacar nuevamente el cromático resplandor de nuestro afligido espíritu. Aunque creo que esos momentos nunca llegará, porque somos ya adictos a todo aquello que nos destruye desde dentro y que nos hace sentir vivos solo por tan efímero tiempo.
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Resulta tragicómico como las personas pueden afirmar que aquello en lo que creen con todas sus fuerzas está por encima del sistema… La pseudorealidad es tan poderosa que puede hacer que la gente vida, ame, luche y muera por cosas que en el fondo no necesita y que debería rechazar desde el comienzo. Pero la pseudorealidad es muy fuerte, demasiado invasiva y astuta. Conoce cada una de nuestras debilidades, pasiones y anhelos. Sabe lo que queremos y lo que no a cada momento; es paciente y tramposa. Y, en resumen, aunque parezca sumamente escalofriante, podría incluso afirmarse que la pseudorealidad nos podría llegar a conocer mejor de lo que creemos conocernos a nosotros mismos. ¿Cómo, así pues, se puede luchar contra un poder tal? Simplemente, no es posible… Lo único a lo que podría conllevarnos esta lucha siniestra es a la locura o el suicidio; los dos caminos a los que estamos destinados todos aquellos rebeldes que se niegan a ser dominados por completo. Quizás entonces sea el momento de renunciar, de darse por vencido y pegarse un tiro. Creo que siempre hemos sabido que así terminaría esta trágica historia, pero decidimos servirnos de toda clase de autoengaños con tal de sobrevivir siempre un poco más… La gran y obvia pregunta sería: ¿para qué?
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Me aterra pensar que la pseudorealidad es tan fuerte como para hacer que alguien se pueda volver loco o pueda matarse o matar a otros con tal de defender creencias que adopta como suyas en determinado momento. Tal vez sencillamente estamos condenados; tal vez siempre lo hemos estado y la verdadera ironía fue haber creído que existía esperanza alguna. ¿Por qué habremos de ser tan necios y tontos? ¿Es que no hemos aprendido nada aún? ¿Es que todos estos siglos en las sombras no nos han purificado, aunque sea un poco, de nuestra maldita y absurda humanidad? Pareciera que inclusive las cosas han empeorado, que nuestros delirios han terminado por dominarnos al igual que nuestros más carnales impulsos. Nunca sabremos quienes somos en realidad ni para qué existimos, puesto que la infinita gama de perspectivas y posibilidades crea una marea de confusión que nos ahoga tristemente. Todo lo que hacemos es equivocarnos una y otra vez, soñar con imposibles y divagar sin ningún sentido en donde menos probable es que encontremos algo relevante. Nuestra sempiterna miseria se expande a cada instante y tan solo podemos añorar la muerte como la única posible felicidad en esta insoportable e infernal pesadilla.
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Lamentos de Amargura