El horror de seguir vivo… Tal era mi lema cada día que debía volver a hacer lo mismo y quejarme por ello. La irrealidad del asunto no podía ser debatida, sino acaso solo la aciaga resignación con la que había aceptado mi funesto destino. Cada vez veía más lejano el suicidio y eso me deprimía más que cualquier otra cosa, pues esa había sido mi única inspiración hasta hacía un buen tiempo. Ahora que se ha ido, no soy sino una página en blanco que no aspira ya a nada en la vida y tampoco en la muerte. Soy solamente un despojo viviente que por error experimenta todavía este infernal tormento, esta pesadilla cuyo final añoro más que cualquier otra cosa. Mis lágrimas no han servido de nada, no han significado nada en un mundo como este donde la libertad y la justicia claramente no existen. ¡Oh, qué irreal me parece continuar repleto de tantos espejismos inmundos y argucias execrables! ¿Cuándo llegará mi dulce ocaso? ¿Cuándo la muerte vendrá y me clavará su mirada distante? No tengo realmente ganas de nada, solo quiero desaparecer por completo y no volver a existir jamás con una forma material.
*
El mayor inconveniente de todos ni siquiera era la locura, la tristeza o la angustia, sino la incertidumbre; pues superaba por mucho a las anteriores y corroía el alma de manera más profunda y grotesca. Si bien podía ser soportada su insistencia, aquellos pequeños cúmulos de muerte que arrojaba sobre nosotros diariamente la hacían un implacable enemigo que no podía ser contrarrestado con nada de este mundo ruin e intrascendente. Matarse, si acaso, era nuestra única salvación ante el caos del absurdo; ante esta trágica experiencia carnal que nunca solicitamos ni deseamos, pero que hemos sido obligados a soportar hasta ahora… La verdad es que últimamente ya solo pensar en el suicidio me consuela, me hace sonreír siniestramente. ¡Qué torpe e iluso llegué a ser al creer que juntos podríamos escapar de la pseudorealidad! Nadie puede, ni siquiera ese de quien se dice resucitó a los tres días… Ya casi no creo en ese tipo de fábulas, aunque quizás eso es precisamente lo que más debería creer. Lástima que el tiempo sea tan limitado y se esfume con tal rapidez, y nosotros con él nos desvanecemos trágicamente y sin posibilidad alguna de volver al ayer.
*
¿Qué más castigo aberrante podríamos experimentar que padecer los irremediables desatinos de una sombría existencia como esta donde, contrariamente a lo que la gran mayoría de imbéciles cree, no somos los protagonistas, sino mero personajes secundarios con pésimos diálogos y ridículas escenas? ¿A quién le importa nuestra vida? Pasamos los días en la más infame soledad, consumidos por una extraña melancolía e imbuidos de una tristeza sin parangón. Anhelamos la muerte por encima de cualquier otra cosa, persona o experiencia; y es así puesto que hemos comprendido, a diferencia del resto, la gloriosa futilidad de los días pasados, presentes y futuros. Es más, hemos sido lo bastante astutos para saber que el tiempo es aquella sangrienta ilusión capaz de alterar paradójicamente la realidad tridimensional que nos esclaviza. El Gran Demiurgo nunca permitiría que alguno de sus hijos bastardos escapara o vislumbra un poco más allá de las tinieblas que coronan toda percepción, concepción e ideología. ¡Ay, si tan solo supiéramos en qué clase de horror existencial estamos inmersos! Creo que, desde tal óptica, resulta mucho más adecuado que los títeres prosigan embadurnándose de brutal ignorancia, felicidad simulada o consumismo desenfrenado.
*
Sí, era cierto que tampoco había razones para suicidarse; pero, al menos, creo que sí había más que para no hacerlo. La existencia en este plano repleto de ignorantes y de una ignominia sin límites se sentía como ya estar en el infierno; ¿qué podría ser peor que esto? La casi infinita cantidad de perspectivas me trastornaba abruptamente, pues no había guía alguna que pudiera susurrarme ciertos indicios de aquello que era verdad o mentira. Y muy posiblemente ambas entidades estaban tan profundamente entremezcladas en toda teoría, ideología o doctrina que intentar escindirlas era algo solo propio de un dios. Nosotros, los tragicómicos humanos, solamente podíamos experimentar un mínimo parpadeo en la creación universal y en el caos supremo. Pronto nos extinguiríamos sin dejar rastro alguno y nuestro ridículo parloteo se convertirá en un silencio eterno y hasta risible, en una carcajada del vacío que ahogará nuestros nulos ensueños de permanecer. ¡Qué increíble parece plasmar unas cuántas líneas mientras la desesperación más insana carcome mi alma y devora mis entrañas! La realidad y el tiempo se unifican en un torbellino de locura que, tarde o temprano, habrá de atraparnos para sacudirnos con sacrílega violencia; luego, simplemente seremos arrojados muy lejos y en completa decadencia. Morir rápido, es eso lo que aconsejo a todo el mundo. No aferrarse a las ilusiones tan blasfemas de este pandemónium fulgurante, mucho menos caer en las redes de ninguna religión, gobierno o corporación. ¡Ay, ojalá hubiera más tiempo y alternativas para remediar este lóbrego desastre! Pero no, ya nada queda y hasta me parece que así es mejor: nos mataremos y ya nada ni nadie volverá a contaminar nuestro más profundo yo. Nos esfumaremos sin retorno, pero tal es el destino que de antemano nos ha deparado desde siempre aquello que aquí nos escupió sin piedad alguna y en contra de nuestra voluntad.
*
La verdadera tragedia era disociarme tanto durante tantos días, a veces hasta semanas, que al volver incluso me extrañaban tanto mi cuerpo y mente. Entonces no podía evitar cuestionarme si aconteciese algún episodio en que ya no podría volver a mí y quedaría disuelto para siempre en el más blasfemo vacío, completamente a merced de los más salvajes demonios de la esquizofrenia. Pero esos tontos nunca podrían entenderlo, jamás sus espíritus contaminados vislumbrarían algo más allá de lo impuesto. Habían sido acondicionados desde su abyecto nacimiento para aceptar su funesto papel de esclavos mentales y espirituales de la pseudorealidad; por lo tanto, no podían concebir actuar, sentir o pensar de otra manera que no fuera aquella que más los ataba al gran espejismo de lo material. Todos ellos, indudablemente, debían ser exterminados cuanto antes. Era demasiado misericordioso permitirles seguir ensuciando la nula belleza de su infierno viviente, aunque tampoco les había sido concedida la razón suprema ni la capacidad de contemplar múltiples puntos de vista en apariencia contradictorios. De vez en cuando, surgía alguno entre ellos que podía pensar ligeramente fuera de la caja nefanda en donde todos se pudrían absurdamente. No obstante, tal sujeto era asesinado, enloquecía o se suicidaba demasiado pronto; lo cual, en cierto sentido, era normal y hasta deseable. Lo realmente insoportable era el atroz y melancólico ritmo de los días, siempre cargado de una monotonía demente capaz de embrutecer hasta al más paciente. Y el sinsentido, ¡oh, maldita sea!, el brutal sinsentido del mundo humano era algo completamente inhumano; era la risa del diablo detrás de cada suceso que tan estúpidamente creíamos relevante. ¡Nada lo era ni lo sería, por dios! Y no sé si era peor no percatarse de ello o hacerlo y, aun así, fingir que todavía quedaba algo por lo cual luchar, sufrir o llorar. ¡Qué solos, engañados y deprimidos estamos; tanto como para todavía esperar ominosa salvación en lugar de sublime extinción!
***
Infinito Malestar