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La Execrable Esencia Humana 27

Que la humanidad no es ni será nunca la culminación de la creación, sino el principio de aquello que la destrucción debería envolver con presteza para purificar el absurdo de la existencia. Aunque quizá sea ya demasiado tarde y ningún remedio baste para llevar a cabo la catarsis de esta inmunda cloaca de irrelevancia e ignorancia extrema. Mejor que todo se vaya al diablo de una vez, que no se escatime en el castigo divino y que cada uno pague por todos sus crímenes en el altar de la bestia de siete cuernos y doce ojos.

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Sostenía algunas querellas internas con respecto a la existencia, pero jamás conseguí convencerme de estar realmente vivo. Todo lo que percibía me parecían meros espejismos, crueles fantasmas que aparentaban respirar el mismo aire impuro que yo. Nunca conseguí describir con cierto grado de efectividad qué era la realidad, el tiempo o el destino; me perdí a mí mismo en mi propia vorágine de locura e incertidumbre hasta que terminé por deprimirme insensatamente. No era yo un dios y nunca lo sería; y eso, ciertamente, era el principal motivo para mi eviterna y extraña tristeza.

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Pensaba que combinar la filosofía con la poesía tenía cierta belleza, pero nunca la suficiente para iluminar mi agobiante tristeza y creer que eso valía más que la muerte. Nada lo valdría jamás, porque nada en esta vida aciaga me satisfaría y me brindaría lo que yo necesitaba. Lo que yo buscaba estaba más allá de mi humanidad, más allá de los eones perdidos en el tiempo del olvido inmanente. Mi búsqueda, así pues, carecía de todo sentido, y mi nostalgia se desvanecería demasiado pronto cuando de mis venas ya no quedara ni una gota de sangre por vaciar. Entonces solo quedaría aceptar el canto de los caídos hasta que el desprendimiento se tornara en la única verdad asequible.

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Contemplaba, con cierta lamentación y trágica nostalgia, como los días pasaban y mi inutilidad no menguaba; mas sabía que mi muerte se acercaba y que ella podría aliviar tan nefanda carga. Mis lágrimas nunca fueron suficientes y mi corazón siempre estuvo condenado a la miseria; la realidad fue algo imposible de comprender y menos aún de apreciar. Se marchitaron muy pronto las flores de mi alma y murieron con rapidez impredecible los versos que otrora habían proporcionado un temporal alivio a mi apesadumbrada silueta. El cuchillo es ahora lo único que siento en mi carne putrefacta, desgarrando cada lamento y coronando mi brutal y necio sufrimiento. ¡Este es el fin de todo, esta es mi muerte más consciente y la culminación de cada uno de mis pasados, presentes y futuros!

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Hoy es un buen día para suicidarse, puesto que me siento de excelente humor para cumplir mis sueños y ser tan feliz como nunca lo he sido en mi patética vida. ¿Lo conseguiré? O ¿seré todavía demasiado humano como para llevar a cabo tan sublime acto? La desesperación me carcome por dentro y me incita a abrazar lo aleatorio con todo mi corazón; me alebresto al pensar en las infinitas posibilidades más allá del juego absurdo de la vida, aunque me aterra al mismo tiempo no ser capaz de percibir lo eterno y lo infinito en su más pura esencia. Yo soy solo un ser demasiado efímero y limitado, pero mi consciencia me impele a quebrar cada una de las barreras y destrozar cada una de las ideas que me sugieran volver a este plano insustancial una y otra vez. ¡Ya no más retorno, ya no más dolor! Ahora solo sumergirse en el cerúleo amanecer y en el centelleante atardecer cuyos bellos presagios me preparan para aquel encuentro que por tanto tiempo he tratado de evitar.

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