Al voltear, Leiter solo observó una cara, la más horripilante que alguna vez imaginó. Era como si toda ignominia de la humanidad estuviese reunida en ese rostro, que a la vez le pareció familiar. Lo último que recordó es haberse desmayado mientras recibía una inyección en su cuello. El olor inconcebible llenaba sus narices, lo aturdía con la misma intensidad que el maldito dolor de cabeza que no se alejaba jamás. Luego, todo se volvió oscuro, cayó en un sopor indescriptible y, cuando despertó, estaba sentado en una silla derruida, rodeado de seres cuya simple presencia lo incomodó, pero que, al intentar descifrar sus personalidades, se parapetaban en las sombras. Así estuvo durante algunos minutos, mientras se percataba de que no podía moverse. Al fin comenzó su delirio, todas las piezas del rompecabezas encajaban, se dilucidaba luz en aquel acertijo, lástima que no fuese él quien colocaría la última pieza. Por la puerta entró el sujeto de la cara repugnante, la cual resultó ser una máscara, pues, al quitársela, se reveló su verdadera identidad: se trataba, nada más y nada menos, que del doctor Lorax.
–Doctor Lorax, ¿qué demonios…? –fue lo único que acertó a tartamudear Leiter, pues se hallaba atónito.
–¡Ah, Leiter! Debí suponer que te sorprenderías. Ustedes siempre son así, monos incautos.
–¿Dónde estoy? ¿Qué es todo esto? ¡Voy a denunciarlo y recibirá su merecido! Ya lo verá, malnacido –interrumpió Leiter, recobrando su valor.
–Leiter, es mejor que comencemos esto de forma decente, pues la culminación no te gustará, puedo asegurártelo –susurró el doctor, al tiempo que abría su tercer ojo.
La impresión que aquello causó en Leiter fue decisiva. Entró en un estado paranoico severo y, de no haber sido por la parálisis bajo la que se hallaba, hubiera podido matarse en ese instante. Pero no, la muerte, tal como él lo había elucubrado, no sería nada fácil ni indoloro, sino todo lo contrario. Lo que representaría aquel suceso en su vida lo cambiaría eternamente. Y todo eso no hubiera sido tan emblemático de no ser por la forma incisiva en que se presentaba aquel conjunto de execrables verdades que, pese a todo, yacían en algún lugar, en la más sórdida profundidad de aquel intrincado lugar. A partir de aquel día, Leiter realmente renació.
–Primeramente, quisiera saber por qué no puedo moverme y qué es ese ojo que ha aparecido en su frente –inquirió Leiter, comprendiendo que calmarse era lo mejor.
–Me alegra que te hayas tranquilizado, puesto que charlaremos un poco antes de que comience el proceso –replicó el doctor, aplicando una segunda inyección a Leiter, esta vez en el brazo derecho.
–Doctor, ¿qué planea hacer conmigo? ¡Quisiera saber eso de antemano!
–De eso me encargaré yo, no tienes por qué preocuparte. Te aseguro –y lo miró fijamente con sus tres ojos– que todos mis colaboradores aquí estarán muy satisfechos de atender a alguien como tú. Leiter, ¡estás enfermo! ¿No lo ves? ¿Eres tan ciego como aquellos a los que denuncias? Nosotros te vamos a curar, para que veas como el resto. Sé que quisieras tener este ojo que yo tengo en mi frente, pero esto me ha costado más que sangre, me ha costado el alma.
–Jamás aceptaría ser parte de su clan, yo sé la verdad sobre ustedes.
–Leiter, lo que tú crees que es la verdad resulta ser solo otra conjetura humana, otra concepción de tu cabeza enferma. La realidad de las cosas es que la verdad se escabulle en los más insólitos rincones de esta trivial existencia. Por desgracia, debo vigilar tantos proyectos aquí que tú solo serás momentáneo, más que tu vida allá arriba. Nos has causado problemas con tus vibraciones, has perturbado nuestra paz, nuestro bienestar. Por suerte, hoy se termina todo, pues comenzarás una nueva vida, lejos de todo esto, como otro humano más. Serás igual al resto, una oveja más del rebaño. Desde luego que nosotros seguiremos siendo los pastores, pero al mismo tiempo los lobos. Y Leiter, esto dormitará en ti, aunque tan lejos que, entre más intentes alcanzarlo, menos lo conseguirás. Eres un caso excepcional, una minoría de uno, pero hoy todo cambiará. Es una pena que hayas llegado tan lejos, pues mandaremos tu verdadero yo a una lejanía eterna.
–No logro comprender. Quisiera saber qué es este lugar.
–Leiter, siempre tan curioso –afirmó el doctor preparando otra inyección–. Justamente eso me atrajo de ti desde el día en que te conocí, hace tantos años ya de aquel instante, cuando eras solo un niño tonto. Aclararé tus dudas, te contaré sobre este lugar si eso quieres, aunque de nada servirá. Pero primero debo refrescar un poco tu memoria, así que no te canses tan pronto.
La inyección le fue aplicada a Leiter en el brazo izquierdo, adormeciendo todo su costado, tal como el derecho ya estaba. Sintió la parálisis, aunque nada podía hacer, pues solo la parte media de su cuerpo respondía a su cerebro, sus extremos estaban inmovilizados debido a la sustancia inyectada. Entraron dos personas, al parecer enfermeras, quienes llevaban el rostro cubierto de mierda escurriendo sin parar y con execrables símbolos tatuados. Sus cuerpos presentaban un inmenso abultamiento, pareciendo que sus traseros iban a explotar, su piel era amarillenta y con manchas negruzcas, sus manos tenían dedos negros con bocas en las palmas y sus pies eran los de un león. Además, proferían alaridos horripilantes en una lengua extrañas. Estas criaturas semihumanas desgarraron la bata de Leiter, descubriendo desde los genitales hasta el pecho. Lo marcaron con una tinta fría en siete partes del cuerpo, todas perfectamente alineadas al centro. Lo que Leiter experimentaba en su interior, el horror y la ansiedad, combinados con la desesperación y al anhelo de morir rápidamente, era todo lo que le quedaba. Sumergido a una profundidad tal nadie podría socorrerlo, pero él así lo había decidido. En tanto, el doctor Lorax comenzó de nuevo su narración, con una voz tan diferente de la que Leiter conocía habitualmente.
–Sí, tú y yo nos conocimos hace años. Yo era, en aquel entonces, amigo de tu padre. Él había culminado sus estudios en química y yo proseguí con mi posgrado en matemáticas. Lo conocía gracias al fútbol, pues éramos compañeros en el equipo que representaba a toda la comunidad de nuestra escuela. Pasamos momentos de felicidad gracias a aquel deporte que hoy funciona perfectamente para embobar a tantos, y luego un día nuestros caminos se separaron. Pero el destino quiso que los encontrara aquel día en el parque, ¿lo recuerdas aún? Supongo que no, eras un pobre tonto, tan adoctrinado como ahora.
–Así es, lo recuerdo –replicó Leiter temblando y pensando en alguna manera de escapar–. Tú eras aquel tipo que papá saludó con tanta emoción, el que no apartaba su mirada de mí. Aunque, en esa ocasión, algo extraño pasó. Enfermé y casi moría, al menos eso me contó mamá.
–Sí, fue en esa ocasión. Yo me hallaba como tú ahora, despertando e intentando escapar de esta pseudorealidad, estaba desesperado y asqueado de la existencia banal de los humanos. Entonces te conocí y noté, desde el primer instante, una insaciable curiosidad, una energía poderosa y de suma importancia. Y, aunque en ese momento eras un niño estúpido, tuve la sensación de que algún día, no sé cuándo ni cómo, lograrías tener la percepción necesaria para ser diferente. Intuí, por tus ojos extraños, que lograrías conservar tu alma de alguna manera. Sabes, las personas hoy en día ya no tiene alma, ¡son meros títeres!
–Espere un momento, doctor. Si usted supo de mí en ese momento, ¿por qué no hizo algo para impedir que llegase a descubrir la verdad?
–Porque no era el tiempo. Además, yo era diferente en aquel entonces…
El doctor Lorax comenzó a experimentar fuertes espasmos, se agarró el estómago y se retorció. De su garganta emanaban voces muy distintas entre sí, aunque principalmente parecían dividirse en una grave y otra aguda. Leiter paseó su mirada por los alrededores de la habitación, aunque sin hallar modo alguno de escapar, además de que sus piernas y brazos se adormecían cada vez más. Era una blasfemia contemplar la batalla interna en aquel siniestro doctor, parecía como si dos personalidades distintas compitieran por tomar el control.
–Lo que quiero decir es que eras muy pequeño. Aunque estaba seguro de que evolucionarías muy por encima del resto, necesitaba que tus padres te acondicionaran un poco más. En tanto, me dedicaría a mis propias investigaciones…
–¿De qué investigaciones habla?
–De las que realicé cuando era como tú, torpe y curioso –afirmó el doctor recobrando su compostura y riendo como desquiciado–. Así es, fui como tú también: ingenuo y rebelde. Yo comprendí a muy temprana edad que la existencia de los humanos era miserable, entendí el plan que se había fabricado para crear la pseudorealidad y controlar la mente de las personas. Y, aunque lo dudes, yo supe la verdad tan bien como tú.
–Entonces ¿por qué hace esto? Me parece ilógica su actitud.
–Sabía que lo preguntarías, naturalmente debías hacerlo. Yo comencé a interesarme por estos temas cuando estudiaba el posgrado. Durante la universidad, debo confesártelo, jamás presté atención a pláticas sobre conspiraciones, el absurdo de la existencia o la miseria del mundo. De hecho, me parecían triviales, pues me dedicaba a hacer lo que cualquier joven hace a esa edad: me emborrachaba, pasaba las tardes en bares y burdeles con mujeres fáciles. También veía demasiada televisión, especialmente el fútbol, a toda hora y de cualquier país. Por supuesto que cumplía con mis obligaciones estudiantiles, pero al mínimo. Mis intereses eran, como los de todos, hallar una persona con quien compartir mi vida, casarme, tener hijos, viajar y divertirme, hacerme de un buen puesto en el trabajo, comprarme un automóvil lujoso y una bonita casa, vivir en paz y en compañía de los seres que creía amar. Por eso vivía y estudiaba, ese era el sentido que tenía en aquel entonces mi existencia. Sin embargo, un día, regresando borracho de una fiesta, conocí a un vagabundo. Él me contó tantas cosas que, tal vez por la borrachera, escuché atentamente. Me habló del sinsentido de la vida y el nuevo orden mundial. Ciertamente, todo giraba en torno a la miseria que el humano había hecho de su propia existencia, rebajándola a la banal adquisición del dinero. Además, la pobreza y la esclavitud, el racismo y la guerra, la prostitución y demás nauseabundas cosas continuaban vigentes, y quizás en igual o mayor grado que antes.
“Recuerdo que no dormí en toda la semana con tal de empaparme de todo lo que él me había contado. Su plática había quedado tan dentro de mí que en todo momento lo escuchaba, con ese tono de voz hipnótico, arremetiendo contra la humanidad y vociferando lo mal que estaba el mundo y lo miserable de la existencia. Lo que más me alteró de aquel sujeto fue cuando mencionó que era doctor en ciencias y que trabajaba para uno de los centros de investigación que, en pocos años, sería el más reconocido. Al principio tomé aquello como una argucia, pero posteriormente la confusión me invadió. Sus términos eran sumamente extravagantes, además de que hablaba con una confianza absoluta en lo que creía. Finalmente, para completar el duro golpe mental que toda aquella información me había producido, el sujeto, al bajar del vagón, se arrojó a las vías, argumentando sin parar que la muerte era la única libertad que tendría alguna vez. Lo último que hice fue recoger su cartera, en la cual aparecían papeles con garabatos y dibujos de una pirámide enterrada en el suelo. Aquello parecía ser un conglomerado de departamentos subterráneos. Entonces hubo algo que atrajo mi atención y fue el nombre del centro de investigación donde laboraba: Las Tres Luces de la Verdad. Eso decía aquella tarjeta y también confirmaba que el sujeto era doctor en ciencias, aunque su nombre estaba borrado.
“A partir de aquel día, yo cambié. Me propuso como meta averiguar todo lo que estuviera a mi alcance y lo que no también. Paulatinamente, me sumergí en un pozo sin fin, pues cada nuevo hallazgo confirmaba las palabras de aquel vagabundo suicida, me desvelaban la auténtica naturaleza del mundo y de sus deplorables habitantes. Descubrí que las personas realmente teníamos sueños absurdos, que perseguíamos solo materialismo y dinero, que todo era solo un gran error sin sentido alguno. En el mundo había demasiada miseria, esparcida de tan diversas formas: guerras, pobreza, ignorancia, moldeamiento, entretenimiento, prostitución, explotación, violaciones, epidemias, religiones y, en general, una exquisita adoración de lo banal. Me parecía tan insano saber que en determinados lugares las personas vivían en absoluta riqueza, mientras que en otros no se tenían ni las migajas para alimentar a una hormiga. La desigualdad del mundo era una estupidez, pero era solventada por cualquier clase de distracción que sirviera como estupefaciente para hacer a las personas ciegas y sumisas. Terminaba siempre convencido de que el mundo iba de mal en peor, y, en el fondo, la impotencia era mayor a mi tristeza, pues yo era parte de ese mundo al que comenzaba a odiar.
“Y así fue como surgió en mí una nueva personalidad, mucho más perspicaz y ávida de la verdad. La lucha fue feroz, pues la parte que durante tanto tiempo había sido moldeada no cesó fácilmente. En mi subconsciente, entre más oponía resistencia, más fortaleza le concedía a mi parte más humana. Por mucho tiempo creí progresar verdaderamente en el despertar espiritual que me proponía, hasta que terminé cayendo en las garras de la pseudorealidad de nuevo. Podría contarte tanto y a la vez no lo comprenderías. Pero estoy seguro de que al menos adivinarás la ansiedad y la frustración experimentada al saberme solo y loco, prisionero de un mundo repleto de gente sin voluntad, sin cerebro y sin alma. Sé muy bien lo que es vivir queriendo suicidarse, la llegada de esa liberación que esperas con fervor. Sé que muy en tu interior sabes que ellos jamás escucharán, que tu voz no podrá, aun con ese fuego, derretir las inconquistables murallas de hielo que el adoctrinamiento ha colocado para encarcelar sus mentes. Sobre todo, te molesta ver cómo existen absurdamente, cómo adoran el dinero, el sexo y lo material, cómo tienen hijos estúpidamente y esparcen su inmundicia, cómo pasan los días enteros trabajando para nada. ¿No es así la existencia de todos los humanos? Tan solo se trata de una tragedia abyecta e ilógica.
–Si usted sabe todo eso, entonces ¿por qué estoy aquí? ¿Qué significa este lugar?
–Cálmate, te dije que no te exaltaras de más hasta que llegara el momento.
–Pareciera que, incluso sabiendo la verdad, continúa esparciendo mentiras. ¿No es eso estar del lado de los que controlan el mundo y hacen la vida aún más execrable?
–Por supuesto. No sé por qué no logras aclarar tú solo el panorama si tienes todo lo necesario para ello –dijo el doctor Lorax, dando órdenes de que le trajeran las siete agujas del alma.
–No entiendo cómo puede hacer esto sabiendo que es malvado.
–Leiter, no empecemos con eso de bueno y malo porque tú sabes que no terminaríamos nunca. Todo es relativo, incluso la verdad. Todo, al fin y al cabo, depende del observador. Pero, si estás tan ansioso por comprenderlo mejor, te lo diré.
Entonces una enfermera con senos gigantescos y lactantes, cuerpo escamoso y cara de lagartija entró para colocar cuidadosamente siete jeringas conectadas a las mismas mangueras carnosas que Leiter había observado en aquellos infinitos pasadizos donde se almacenaban tan repugnantes cápsulas.
–Verás, mi amigo –empezó el doctor, tomando la primera jeringa y mascullando lo que parecía ser una oración en algún lenguaje vetusto–, te queda todavía mucho por aprender. Te diré lo que en mi caso resultó ser la verdad: nada ni nadie puede cambiar este mundo, pues está condenado a la miseria y el sinsentido.
–¡El mundo es la miseria misma! –adujo Leiter sobresaltándose y aullando.
–Sí, es correcto. Tal vez la miseria estaba antes que el mundo, solo se materializó en esto que llamamos civilización. Ahora te diré lo que quieres escuchar –dijo el doctor, preparando un estuche y colocándose unos guantes de algún material desconocido–. Cuando al fin había perdido toda esperanza en este mundo, un día decidí que me volaría los sesos al ocultarse el sol. Pero pasa que, en ocasiones, todo es irónico y estúpido, como la existencia. Recordé entonces el nombre del instituto para el cual trabajaba aquel vagabundo suicida: Las Tres Luces de la Verdad. Por lo tanto, esa tarde debía suicidarme o ir personalmente al lugar donde el vagabundo afirmaba sin cesar que se manejaba el mundo en secreto.
“Está de más contar detalles, solo te diré que, en mi primera visita a este sitio, encontré la energía que necesitaba para continuar existiendo, pues conocí a mi mentor y a uno de los trece sagrados que verdaderamente rigen el mundo. Desde entonces trabajo en investigaciones muy especiales, digamos que ultrasecretas. Esa es la razón de por qué soy supuestamente malvado según tus términos humanos. Pero sabes, he perdido la moral y la comprensión de eso que tú llamas bien y mal, no los conozco más. Lo único que observo es una sociedad miserable de seres que defenderán a toda costa lo que los destruye y envilece, pues, al mismo tiempo, denota todo lo que adoran y son. Yo renuncié a despertarlos y me enfoqué en destruirlos. La realidad es que me uní a la orden porque solo ellos tienen el poder de purificar el mundo, de abrir el tercer ojo, como el que ves en mi frente. Ellos lo controlan todo, absolutamente todo: el clima, la comida, la política, la economía, la milicia, el deporte, el entretenimiento, el cine, la música, los libros, la educación, la religión, la moda, las farmacéuticas, el petróleo, las armas, las drogas, la ciencia y la tecnología, entre otras. Ellos disponen del poder suficiente para indagar en la vida de todas las personas y detectar sujetos como tú, en quienes el acondicionamiento falló. Eres parte de una enfermedad que debemos exterminar por el bien de La Refulgente Supernova.
“Ellos nunca fallan y por eso uno de los objetivos es mantener vigiladas a las personas en todo momento, hacer que adoren la irrelevancia, que ambicionen materialismo, sexo y dinero por encima de cualquier cosa. Ellos conocen cada detalle de tu vida mejor que tú mismo, están tanto en ti como jamás lo pensarías, pues tienen los medios para lograr cualquier cosa que se propongan. En eso radica precisamente su poder, en ridiculizar lo que los engrandece y envilecer lo que los daña. Han logrado la mezcolanza perfecta entre ciencia y magia, por eso sus métodos son únicos y poderosos. Las personas más ricas: músicos, actores, deportistas, políticos, religiosos y los más prestigiados científicos, todos saben de lo que hablo, aunque no los conozcan directamente. Ellos son el grupo de los trece que ni siquiera acepto como humanos, y que han descubierto la forma de aprovecharse de la estupidez de esta raza mediocre para sus propios beneficios y proyectos. Ellos vienen de una época y un espacio tan lejanos que este planeta es como un pasatiempo para sus mentes avanzadas. Debes saber, Leiter, que es inútil intentar despertar a los humanos, es mejor saber que esta miseria es todo lo que pueden tener. Por eso me reclutaron, porque conocía a la perfección todo lo que ellos hacían, y porque accedí a usar mis conocimientos a su favor. Pero tú no serás reclutado, pues ya no necesitamos de alguien así. Personas como tú realmente necesitan ser exterminados para no alterar el orden.
“Ahora que ya conoces el panorama, seguramente te estarás preguntando dónde estás y qué es todo esto. Como soy generoso, antes de la fragmentación te lo diré: este es el verdadero centro de investigación conocido como Las Tres Luces de la Verdad, y este recinto subterráneo es conocido como La Iluminada Ascensión. Este lugar no es conocido salvo por muy selectas personas, por lo cual tú llegaste aquí gracias a nosotros. Este intrincado y monstruoso conglomerado de departamentos subterráneos está construido en forma piramidal y se extiende muy por debajo. El nivel más amplio, la superficie, es un antiguo templo donde se llevan a cabo ciertos rituales. Luego, le sigue otro más pequeño en tamaño donde se controla el clima, posteriormente otro todavía más reducido donde se controla el sonido, y así sucesivamente. No tengo la menor idea de cuántos niveles existan, solo ellos lo saben a la perfección, pero sé que algunos especulan un nivel final, cuya desembocadura da directamente a una ciudad perdida en el centro de este triste planeta. Se dice que ahí es donde habitan los trece que dominan este mundo, conviviendo con seres de luz y alienígenas evolucionados. La verdad es que son meros rumores, pues, a lo más, un humano puede descender hasta el nivel intermedio, que es donde se halla la máquina para crear proyecciones de imágenes religiosas y dioses. Así es como funciona esto, en cada nivel tenemos personas trabajando en cada una de las facetas que nos interesa implantar en las personas.
“Tenemos, por supuesto, niveles para controlar el clima, ocasionar terremotos, contaminar los recursos naturales, esparcir partículas en el aire, de control mental, manejo del azar, encantamiento del dinero, etc. Cada nivel concierne a un objetivo en específico y está en contacto con los agentes que tenemos esparcidos por todo el globo, infiltrados en todos los lugares. No tenemos nada que ver con secta alguna que hayas escuchado, pues tenemos muchos nombres y, en todo caso, cada una de éstas no son sino escisiones nuestras. Hacemos uso de la magia y la ciencia para obtener los mejores resultados, para dominarlo todo y continuar acondicionando a las personas. Tenemos tantos proyectos y, aun así, hay mucho que todavía nos hace falta explorar sobre la naturaleza tan vil del humano, por ello necesitamos apresurarnos en nuestro manejo de temas especializados como la muerte, por ejemplo, nuestro mayor reto. Y, en fin, lo que a nosotros nos conviene es la guerra eterna y el aumento de la estupidez en todos los ámbitos.
–Ya veo, entonces era cierto. De verdad ustedes lo controlan todo, aunque todavía no han controlado lo más importante: la mente –indicó Leiter con satisfacción.
–Eso no es verdad –replicó el doctor un tanto jactancioso–. Tienes razón al colegir que no hemos dominado totalmente la mente como lo demás, pero hemos hallado la forma de inutilizar lo que no conocemos mediante distracción y entretenimiento. Nuevamente es algo que ya sabes y que debo repetirte. Las personas ya no piensan por sí mismas, han perdido esa capacidad tan valiosa debido al acondicionamiento, el cual ha sido hasta ahora nuestro más brillante logro. Gracias a las diversas formas en que mantenemos sus cerebros hipnotizados con estupideces, los humanos ya no nos ocultan nada en sus pensamientos, pues están vacíos o son absurdos. Así es, nos encargamos de que piensen solamente en morbo, sexo, dinero y en cualquier cosa ignominiosa. Por supuesto que los humanos ya no piensan en crear algo por ellos mismos, pues están muy a gusto con lo que este sistema les proporciona: vicios, juego, drogas y placeres.
“Además, también hemos convertido la educación en una mera repetición de patrones, en una forma más de acondicionamiento que consolida el recibido por los padres. Así, aquellos que no fueron víctimas del adoctrinamiento de pequeños, que son una minoría, lo serán posteriormente cuando estudien. Nadie se percata de que hoy en día estudiar es tan solo entrenamiento para hacer dinero. Y, cuando terminan de estudiar, salen y son esclavizados el resto de sus días en un trabajo donde se les otorgará un salario con el cual pagar por lo que nosotros les haremos creer es valioso, pero que son solo distracciones y envilecimiento para sus mentes. Tenemos, por supuesto, a la televisión como un aliado implacable, y que, de hecho, abarca numerosos niveles de esta pirámide invertida en el tratamiento y diseño de programas que atraigan e idioticen a más en menor tiempo. También los medios de comunicación están con nosotros, bajo nuestro yugo, transmitiendo lo que nos plazca y nos convenga de acuerdo con la ocasión. Ni qué decir de los periódicos que todos leen y de las revistas científicas en que todos confían.
“Pero, como te decía, ya no es necesario averiguar el pensamiento de los humanos cuando nos hemos encargado de llenarles la cabeza de una falsa identidad y un modo de vida absurdo. Ahora todos están solo pensando en la quincena, en sus responsabilidades en el trabajo, en viajar a tal lugar el próximo año, en divertirse y, supuestamente, en ser felices, aunque nadie sospecha que viven en un mundo de fantasía que hemos confeccionado a su medida, donde la intrascendencia reina y ellos la reciben gustosos. Ese es el mundo humano y es lo que se merecen por adorar la banalidad. Y tú eres la excepción, ese parásito que se nos ha escapado. Tu despertar ha sido algo sublime en verdad, pues, hasta antes de salir de la universidad, jamás habías pensado en nada de esto. Pero ahora eres un gran problema y te ahorraremos la agonía de tanta frustración, te acondicionaremos a la fuerza con un mecanismo especialmente diseñado para seres como tú. Antes de ti ha habido otros que ya han pasado por esto, pero tu caso es el que más me ha impresionado. Hoy renacerás para siempre: Leiter Kichwalk.
–¡Malditos sean los humanos por ser tan miserables y estúpidos! –exclamó con furia Leiter, preso de un ataque de ira por tanto tiempo contenida– Odio ser humano, detesto formar parte de esos seres cuyos sueños han sido corrompidos y cuyas mentes son solo una esencia de la pseudorealidad a la que han sido acondicionados desde su nacimiento. Me odio a mí mismo y también a mis padres por haberme traído a este mundo. Odio mi nacimiento y añoro morir con toda mi alma.
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La Esencia Magnificente