En cuanto entendamos que la existencia es una incipiente maldición, entenderemos también que antes de matarnos debemos primero destruir a todos los gobiernos, las religiones, las corporaciones, los bancos y, principalmente, a las élites que controlan todo lo antes mencionado desde las sombras.
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Por supuesto que el dinero, ese eterno símbolo del falso dios, también debe desaparecer para no sembrar nuevamente la avaricia y egoísmo en la mente humana. Y, una vez que esto se haya conseguido esto, podremos estar seguros de que el mundo casi perfecto estará frente a nuestros ojos; ese cuya puerta será el suicidio y cuyo renacimiento será la verdad.
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Si el ser no comienza a luchar por su auténtica libertad justo desde ahora, es muy probable que viva eternos siglos más de esclavitud mental y control social; es muy probable, de hecho, que la esclavitud enmascarada de efímero bienestar se convierta en la nueva religión ante la que millones se arrodillarán con repugnante júbilo y que la otrora antes amada libertad se convierta en un trastornado recuerdo de algo que ya a nadie le interesará conservar.
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No permitamos que se apague el sibilino brillo de nuestras melancólicas almas todavía, mejor comencemos a visualizar el mundo perfecto donde todos nos amaremos y nos reconstruiremos entre sí; ese que solo el su1c1d10 sublime podrá obsequiarnos y que solo podrá ser alcanzado cuando la catarsis de destrucción a cada ser haya previa y minuciosamente auscultado.
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Es cierto que un cambio absoluto no se conseguirá hasta que la mayor parte de la humanidad haya despertado por completo, pero se puede reducir considerablemente el tiempo si se eliminan a quienes se opongan a hacerlo junto con el sistema que intentarán proteger mientras nosotros lucharemos por disolverlo; esto es, si se eliminan a los mejores títeres de la pseudorealidad que tanta miseria y dolor esparcen diariamente.
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La Execrable Esencia Humana