El ser es aquella nefanda criatura que, aun sabiéndose tan jodidamente (auto)engañada, prefiere seguir en tal estado antes que contemplar la cruda verdad: no hay ninguna razón para existir y la muerte es la única salvación.
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La destrucción es considerada una forma de creación y, en este caso, la creación de la destrucción. Dicho de otro modo, la creación de la muerte que traslada al ser, por decirlo de una manera, al vacío, pues solo así se puede alcanzar la purificación absoluta de esta existencia malsana y absurda. El suicidio, entonces, funge como el elemento clave en este proceso, ya que proporcionará el vínculo definitivo entre el sinsentido y la inexistencia absoluta.
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Destruir, finalmente, es la única forma de catarsis real, pues cualquier otra clase de cambio tenderá inevitablemente al mismo ciclo de miseria existencial sin importar los ajustes. Así, tan solo la esencia de la nada nos conducirá a una auténtica y sublime escisión adimensional.
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Tan hermoso que es el suicidio y tan horrible que es la existencia. Y, sin embargo, preferimos esta última, aunque ni siquiera sentido alguno tenga. No cabe duda, entonces, de que somos unos completos imbéciles.
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Mientras nuestra voluntad por matarnos no sea suficiente, tendremos que resignarnos a padecer los múltiples, casi infinitos métodos de tortura con los que la vida nos “bendice” diariamente. Esa es la esencia de la desesperación de existir.
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La Agonía de Ser