El ínfimo periodo que estemos en este mundo execrable, me sentiré regocijado por tu majestuosa compañía. Y, en la muerte, tu recuerdo lo guardaré como mi único tesoro y tu mirada como mi única fortuna.
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Puedo sentir una fuerza ignota recorriendo mi apesadumbrado interior, una cuyo flujo celestial concuerda solo con el exquisito manantial de tu silueta fantasmal. En las paredes atisbo tu reflejo y conserva todavía esa divina hermosura que tanto te caracterizaba. Creo que alucino ya, pues todo me huele y me sabe a ti. Todo lo que queda de mí en esta casa maltrecha es ebriedad y locura, pues todo lo que yo era murió el día en que te sepulté bajo la negra lluvia de aquel sangriento verano.
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No sé si la humanidad sea solo una miserable equivocación, si todo cuanto es no representa sino el más abyecto de todos los errores. Pero creo que, más allá de todo eso, me gustaría volver a conocerte tantas veces como errores se hayan cometido en esta absurda y triste creación.
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Sé que vale la pena buscarte, incluso si en el intento mi cuerpo se desintegra y mi espíritu se extingue. Sé que será legendario sentir nuevamente tu cálida presencia y tu fragancia sempiterna divinizando mi patética y mundana existencia. No me queda mucho tiempo aquí, pues la soga ya se ha encariñado con mi cuello y debo poner fin a esta tragedia cuanto antes. Mis últimos versos serán solo para ti y espero, con ello, poder llegar hasta ti tras haber cruzado el inefable umbral del eterno más allá.
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Buscaré tu alma en las planicies de la pureza más inmarcesible, ahí donde solo la muerte pude cobijarnos. Y, pese a mis limitaciones en todos los sentidos, será mística la búsqueda de tu boca bajo la oscuridad de la noche suicida.
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Amor Delirante