Cuando te conocí no sabía en lo que me metía, pues me perdí mí mismo en tu inmarcesible interior, en tu alma llena de colores y sonidos que me cautivaban sin parar. No obstante, ha sido indispensable que me mate esta misma tarde, pero no sin antes confesarte que he contemplado y acariciado lo más valioso antes de mi trágica muerte: a ti y tus divinas cualidades.
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Y no sé si soy en verdad el destino de tu hermosa alma; quizá sea solo el camino hacia tu verdadero yo o, tal vez, su muerte. En cualquier caso, prefiero solo amarte hasta el afortunado día en que al fin abandonemos esta horrible realidad.
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A veces, mientras sueño, siento ser sustraído de esta absurda pesadilla hacia un lugar donde solo tu inefable recuerdo me hace discernir los verdaderos colores de mi yo más intrínseco. En el interior de los mundos que decaen entre el éxtasis onírico y la rueda eterna, solo tú me mantienes en el centro, solo tu mirífica mirada evita que enloquezca ante la trivialidad de esta luctuosa existencia.
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Te quiero ver brillar, aunque sea donde apenas pueda someramente apreciar esa luz que solo tú emites. Por desgracia, el ser es tan torpe que llega a lastimar lo más puro que cree poseer. Y yo a ti te quiero ver centellear sin límites ni estorbos, aun si eso implica dejarte ir para siempre.
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Te quiero porque tú me haces recordar lo mágico que puede llegar a ser el universo: sin leyes ni restricciones, sin tiempo ni espacio, sin dolor ni alegría, sin más que solo nosotros dos soñando con el suicidio perfecto.
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Y es que, si tú no estás en mi vida, ya ni siquiera la vida quiero que esté conmigo.
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Amor Delirante