Capítulo V (LEM)

Leiter no lo podía creer, ¿acaso Poljka leía la mente o era la mejor adivina del mundo? Sabía tanto de él que comenzaba a asustarlo, pero se sentía seguro de forma inexplicable. Vagamente creyó escuchar a Abric, a la orilla de aquel arroyo o en la cima de la hermosa montaña, diciendo que, en realidad, nadie tenía privacidad, pues los gobiernos y las agencias especializadas recopilaban todos los datos concernientes a cada persona, y de ese modo identificaban si alguien era un peligro. Ellos lo veían y lo sabían todo, hasta el más ínfimo detalle o suceso, nada les era extraño ni sorprendente. Además, el inverosímil incremento en el uso y dependencia de la tecnología había hecho esta tarea significativamente más sencilla. Pero ahora las palabras de Abric pasaban, por primera vez, a segundo plano. No entendía Leiter qué le ocurría, solo sabía que Poljka era la culpable. Se sentía con mareo y la cabeza le daba vueltas, temblaba y una incertidumbre espantosa se encajaba en su estómago.

–Posiblemente no me lo creas, pero últimamente todo esto me ha parecido muy absurdo y he sentido una gran inclinación a ser escritor.

–¡Sería estupendo que lo fueras! Considero que escribir es una de las actividades más elevadas que pueden hacerse, mucho más que hacer ciencia.

–Yo pienso algo similar –confirmó Leiter, dejándose llevar por la charla, mostrando su verdadera esencia–. Creo que ese es el problema, que la ciencia ya está demasiado controlada, al igual que la educación, cuyo sistema se basa en repetir ideas y en erradicar el pensamiento propio y adormecer la consciencia.

–¿Controlado por quién? O ¿cómo? –inquirió Poljka con sumo interés.

–Te lo diré porque creo que eres de las pocas personas que podrían entenderlo, pues la mayoría piensa que estoy loco cuando se los digo. A mi forma de ver las cosas, existe un conjunto de seres que dominan el mundo y cuyos intereses y ambiciones son las que mueven a aquellos que a su vez gobiernan y que creemos son los verdaderos enemigos. Es solo una teoría, pero mi amigo Abric la tomaba como principio de vida.

–¿Abric? Recuerdo que Klopt me contó que había sido tu maestro y que era un superhumano. Y verdaderamente suena tentador, quisiera conocerlo yo también.

–Claro que es solo mi pensamiento, pero se acomoda bien con lo que está ocurriendo en el mundo. Ya sabes: guerras, drogas, prostitución, armas, enfermedades, pobreza, explotación, miseria, consumismo, materialismo, entre otras cosas. No es descabellado considerar que todo esto está manipulado y que nuestras mentes son atiborradas de entretenimiento cualquiera, de adicciones y de distracciones de todo tipo. Especialmente se nos ha hecho creer que el dinero, el sexo y el trabajo lo son todo. Te lo presentaría si tan solo estuviera vivo, o si supiera dónde se encuentra ahora, aunque la verdad es que a él no le agradaba conocer gente.

–No te preocupes. Supongo que, si tú no puedes encontrarlo, será complicado que yo lo haga. Pero bueno, dime ¿nunca has creído que decirle estas cosas a alguien podría ponerte en peligro?

–Todo el tiempo, pero ya no me importa.

–¿Qué hay de tu familia? ¿Estarías dispuesto a aceptar que ellos sufrieran a causa de tus ideales?

Leiter se calló y se enfrascó en sí mismo intentando responder, aunque sin éxito. A decir verdad, jamás lo había ponderado seriamente. Creía amar a su familia, pero últimamente ya ni siquiera podía estar seguro de eso.

–No sé qué decir, es una pena que en este mundo ocurran ese tipo de situaciones.

–Por desgracia, ese es el mundo en que habitamos, queramos o no aceptarlo. ¿Estarías dispuesto a llegar hasta donde fuera por defender tu forma de pensar? ¿No querrías intentar ser como los demás, como esos que viven de forma absurda? ¿No te haría mínimamente feliz lo que tanto rechazas?

–Supongo que no, al menos eso pienso por ahora. Es difícil mantener una convicción, pero mi voluntad es fuerte. No cambiaré mis ideales, moriré por lo que creo y no me interesa denunciar una y mil veces, ante quien sea, la miseria y la forma estulta en que vivimos. En el momento en que abandone la verdad y el camino que creo conduce a ella, preferiría no seguir existiendo. A lo que voy es que sería mejor morir antes que sentirme feliz en este mundo tan envilecido.

–Tienes todavía mucho por vivir. Sin embargo, puedo notar cierto miedo en ti, te sigue importando lo que pueda pasarles a las personas que amas.

–Tal vez, quisiera que no fuera así.

–Solo otra cosa: si te dieran a elegir entre tus pensamientos y yo, ¿qué elegirías?

–¿Cómo es eso? ¿Acaso es una broma?

–No, dime ¿qué elegirías?

–No sé, acabo de conocerte. ¿Qué debo contestar?

–¡Tranquilo, es broma! ¡Ja, ja! –respondió Poljka, sonriendo y maravillando a Leiter con sus muecas.

–¡Menos mal! Comenzaba a ponerme nervioso.

–No tienes por qué –comentó Poljka, preparándose para volver hacia el centro–. Temo que debo irme, pero platicar contigo ha sido fenomenal.

–Lo mismo digo, creo que tú puedes entender lo que pienso, me ha dado gusto conocerte mejor.

–El gusto es mío, y, por cierto, hay algo que debes saber, creo que te concierne.

–¿Sobre qué?

–Al parecer es un mito, pues incluso este lugar no se ve libre de ellos. Se trata del investigador Bolyai Erhns, el que se rumora desapareció misteriosamente.

–¡Ah! ¿Qué sabes sobre ese caso? He escuchado algunos rumores, pero…

–No mucho, solo lo que cuentan otros. A los investigadores les encona en demasía charlar sobre ello, les parece una fantasía. No sé si alguien pueda brindarte más información, pero, por tus intereses, creí oportuno mencionártelo. Todo lo que sé es que tenía ideas raras, parecidas a las tuyas, y un día no se le vio más, se esfumó sin dejar rastro. El caso se ensombreció debido a los obstáculos que el centro puso ante las pesquisas pertinentes. Al fin y al cabo, la policía terminó por declarar el caso como irresoluble y cerrado. Se concluyó que el sujeto se había suicidado, pues padecía esquizofrenia y siempre actuaba con una paranoia terrible. Dicen que era brillante y que escribía textos sobre las verdades que todos ignoraban. Por lo que a mí respecta, nunca te lo dije. Espero verte seguido y platicar. Me agradas, me fascinan tus ojos, cuyo matiz se parece tanto a la esmeralda.

Así, aquella señorita de aspecto voluptuoso y ojos lapislázuli se marchó agitando sus voluminosos senos y sacudiendo esas nalgas tan bien trabajadas. De cualquier forma, no era su físico el que impresionaba a Leiter, sino lo que podía percibir y sentir en ella, en su probable alma. Le parecía que la rodeaba una capa donde todos los colores se hallaban revueltos, particularmente el negro. Era como la misma habilidad con la que había percibido los símbolos de los siete jefes de área, aunque ahora de modo un tanto más complejo. Le parecía indescifrable entender tal manifestación proveniente de Poljka, dudaba de ella y a la vez comenzaba a desearla mucho más allá de la carne. Posiblemente se estaba enamorando, ¡menudas tonterías! El amor era tan falso como la realidad, otro elemento hecho por la pseudorealidad para hacer al mono sentirse bien en este miserable y patético mundo.

El resto del día fue extremadamente insulso para Leiter, se la pasó realizando inútiles análisis de datos que cada vez le parecían menos importantes. Cuando abandonó el departamento, tenía jaqueca y no lograba respirar adecuadamente, además de que su cerebro estaba más obsesivo que de costumbre. No cenó y durmió para nada tranquilo, en parte por la rinitis aguda y también porque sus pensamientos giraban en torno a ese investigador loco desaparecido del que ya algo había escuchado cuando aquellos sujetos con batas y tubos solían charlar tan odiosamente y desdeñar todo lo que sus reducidas fórmulas no conseguían expresar. Luego de pensar y pensar en lo desagradable que era el mundo, con sus horribles formas para atolondrar la mente, se perdió en el hermoso refugio de los sueños, acaso el único que podía tener sin que nadie interviniese en su consciencia. Abrazó su almohada e imaginó, tonta y absurdamente, que estaba abrazando a Poljka.

Durante la semana siguiente Leiter se dedicó a investigar por todas partes lo ocurrido con aquel sujeto del que le hablase Poljka, pero fue inútil. Todos se mostraban desinteresados e incluso molestos cuando el tema salía flote, especialmente los jefes de área, los cuáles miraban a Leiter con repulsión y lo reprendían por creer en esa clase de cosas que ellos consideraban simples mitos de gente enferma y loca. Le recomendaban que se enfocara en la ciencia, en su estancia y en el regreso para realizar su posgrado. Lo mejor sería, según aquellos hipócritas, que abandonara tales pesquisas, pues seguramente tal investigador jamás había desaparecido puesto que jamás había existido realmente. Todo debía ser un mito que se había esparcido para desaburrir a los menos preparados y más renuentes a enfrentar la verdadera ciencia y sus grandiosos retos, los cuáles reivindicarían el camino de la raza humana. Leiter nunca creía esto, puesto que, al reflexionar, se percataba de que, entre más ciencia había, también aumentaban la decadencia, la pobreza, la hambruna, la guerra, las muertes y las enfermedades, entre otras cosas. Seguramente alguien debía estar manipulando la ciencia, al igual que la religión, los medios y, en general, el modo de vida que los monos aceptaban tan gustosos.

Al día siguiente, molesto por despertar de nuevo en este banal mundo, Leiter vio una gran caterva de personas que se conglomeraban a la entrada del centro. Su corazón comenzó a latir de manera escabrosa, anunciándole la catástrofe que tanto se negaba a ver realizada. Se acercó temeroso, incluso su nariz se destapó debido al miedo y a la angustia que lo invadían. Sintió cómo la adrenalina se disparaba y la sangre fluía con mayor rapidez en sus venas. La imagen, si así se podía considerar tal blasfemia, quedaría por siempre en sus recuerdos, lacerando cada uno de sus escuetos episodios menos infelices. Ahí, pendiendo del ojo luminiscente y emblemático que descollaba majestuosamente por encima de toda la fastuosidad del centro, se hallaba, todavía escurriendo ensangrentada y ahíta de moscas, la cabeza del sujeto que aquella bestia parecida a un chivo capturase algunas noches atrás. Lo más grotesco era atisbar que sus genitales estaban en su propia boca, absolutamente despellejados y con extraños arabescos. Sin embargo, absolutamente nadie parecía interesado en averiguar algo al respecto, a todos les daba lo mismo. Y algunos incluso jugaban bromas de humor negro con el difunto. Los investigadores parecían molestos con lo ocurrido, se quejaron con la dirección argumentando que tal escena les había quitado tiempo y los distraía. El suceso no generó mayor controversia que el impacto visual, pues, al tratarse de un desconocido, todo fue más sencillo de sobrellevar.

Se anunció entonces que en las próximas semanas se abrirían cursos especiales que tendrían una duración de quince días, en los cuáles los ayudantes tendrían la invaluable oportunidad de colarse en las clases de su interés. Los cursos serían impartidos por profesores especializados en los temas, doctores con numerosos artículos y que habían publicado en revistas de la más alta consideración. Esto se organizaba con el fin de recaudar recursos, pues, de acuerdo con el doctor Lorax, de quien por cierto se supo por meros chismes que había adquirido una mansión en una zona residencial del país, el centro necesitaba reparaciones y los salarios no alcanzaban para mantener contentos a todos los investigadores, quienes desde luego exigían y merecían lo mejor. En fin, las cosas siguieron normalmente, salvo que los jefes de área estaban más callados que de costumbre, ni siquiera se les miraba fumar desesperadamente a un costado de la cafetería donde se reunían y miraban con morbo a las investigadoras que pasaban por allí.

Como sea, Leiter notó fue que las miradas sobre él se incrementaron sobremanera, además de que un cansancio cerval lo apabullaba cuando intentaba averiguar sobre los supuestos escritos de Bolyai. Invariablemente, algo estaba actuando para impedir sus objetivos, no era para nada normal que el cansancio le hiciera cerrar los ojos tan pronto como regresa a su cuarto. Era como si estuviesen drenando su energía, aunque cómo y por qué estaba fuera de su entendimiento. Sentía una paranoia indecible en todo momento, pues en verdad creía que lo vigilaban y que espiaban cada uno de sus movimientos. Tal vez realmente había entrado en una nueva fase de locura, o era que no se hallaba en sus cabales desde aquella charla con Poljka.

–Leiter, requiero que pases a mi oficina hoy por la tarde –dijo el doctor Nandtro, un sujeto moreno y fortachón que se mostraba mucho más soberbio que sus compatriotas.

–¿Hoy por la tarde? Pero ¿por qué? –se quejó Leiter al verse interrumpido en sus labores cotidianas.

–Sí, debe ser hoy, de manera obligatoria –recalcó con su irónica forma de hablar el maldito arrogante– Y sin excusas, pues, si se te ocurre faltar, date por expulsado.

–¡Usted no puede hacer eso! Además, el doctor Lorax debe estar enterado.

–¿Doctor Lorax? –inquirió aquel negro mientras se desternillaba con unas carcajadas demenciales, casi inhumanas– No creí que fueras tan ingenuo, si él mismo es quien me ha dado estas órdenes.

–Seguro que ya lo saben –musitó para sí Leiter, sumamente consternado por el inminente peligro.

–Si hoy no te presentas a la hora indicada, estarás fuera para siempre.

El doctor Nandtro era el astrónomo del centro. Ostentaba fama y riqueza, pues provenía, casi como todos los jefes de área, de una familia bien acomodada. Le apasionaba el ejercicio y siempre presumía de su musculatura, sobre todo lo hacía para ligarse a las jovencitas de nuevo ingreso en el centro, sus presas favoritas. La soberbia tan encarnizada era su mayor distintivo, incluso más que la del doctor Lorax. Siempre se le veía presumiendo y afirmando que la investigación la realizaba por gusto, pues tenía el dinero suficiente para vivir hasta otras cinco vidas. Era, al fin y al cabo, un sujeto de lo más simple, como la mayor parte de la estúpida raza humana.

–Ahí estaré, seguro que sí –contestó Leiter sin que realmente otra opción le quedase, mirando cómo se alejaba aquel gorila presuntuoso.

El departamento había quedado en silencio, los demás ayudantes debían estar ahora en campo, experimentando toda clase de aventuras y hasta de amoríos. Leiter escuchó que Poljka se había integrado al grupo de expediciones para asistir a los lugares más profundos del centro. Ella estaba a cargo de enseñar todo tipo de teorías y preparar así las mentes del próximo siglo. Sin saber por qué, Leiter comenzaba a experimentar ahora, como si le faltasen más problemas, una sensación desconocida para él hasta ese entonces: celos.

–¡Oye, Leiter! ¡Qué bueno que estás aquí! –expresó una voz de pronto.

–¡Qué tal, Calhter! Es verdaderamente extraño verte por aquí.

–Desde luego, porque yo soy un doctor y los que están en estas oficinas son unos don nadie.

Leiter ni siquiera se inmutó, estaba ya acostumbrado a esa actitud despectiva hacia todo aquel que no ostentase el grado de doctor antes de su nombre. Le parecía que incluso entre ellos se odiaban, pues siempre intentaban competir y demostrar su superioridad. En realidad, pensaba que la existencia de todos esos malditos investigadores era tan miserable, patética e intrascendente como la de cualquier otro humano. ¡Cómo detestaba Leiter la existencia de todo y de todos! Cada vez podía controlar menos su odio y sus emociones destructivas. Estaba tan asqueado de vivir y ser parte de este maldito sistema.

–No te preocupes, dime ¿qué se te ofrece? –dijo Leiter, fingiendo amabilidad.

–No sé cómo decirte esto, quisiera que no lo tomaras personal. Es solo que te vi con Poljka el otro día, y no me parece que alguien de tu clase deba salir con ella.

–¡Qué estupidez! –exclamó sobresaltándose Leiter–. Por si no lo sabías, fue justamente ella la que me buscó a mí.

–¡Eso no es verdad! ¿Cómo podría ella rebajarse? ¿Por qué, en todo caso, no me buscó a mí? Soy el más atractivo e inteligente de todos los investigadores…

–Sí, eso es un hecho –afirmó Leiter sarcásticamente–. Escucha Calhter, no tengo tiempo para escuchar tus absurdas teorías y escenas ridículas de celos. Mejor vete y sigue con tus tontas investigaciones, que conmigo no funcionarán tus quejas.

Sin darse cuenta, Leiter había cometido un error monumental, el cual podía costarle la expulsión. Había dicho que la investigación era tonta, lo cual era casi como quemar una biblia frente a un fanático religioso, pues había insinuado que los investigadores eran una farsa.

–¿Qué es lo que acabas de decir? ¿Acaso escuché bien? –inquirió Calhter con su odiosa voz rasposa.

–¡Calhter! ¿Dónde diablos te has metido? –exclamó una voz aguda, perteneciente era el doctor Zury, jefe del área de física, departamento al que pertenecía Calhter.

–¿Qué es lo que pasa, doctor Zury? ¿Hay alguna novedad?

–¿Preguntas si hay alguna novedad? No me digas que olvidaste el congreso, ¡es hoy! ¡Ahora! ¡Ya mismo! En unos minutos parte el avión que nos llevará hacia las instalaciones del futuro, donde se encuentran tan prestigiados doctores. ¡Qué emoción siento!

–Cierto, lo olvidé completamente… –dijo Calhter, sonriendo como un imbécil–. Vayamos a prepararlo todo cuanto antes, pues queda mucho por ajustar en el nuevo proyecto de física molecular.

–Sí, hijo mío. ¡Ya vámonos! No querrás llegar tarde frente a todos esos gurúes de la física.

–Por ahora, dejaré esto pendiente, ayudantito. Pero arreglaremos el asunto de Poljka más adelante… Y, en cuanto a lo que dijiste sobre la tonta investigación, se lo comentaré al doctor Lorax, y él juzgará –dijo el supuesto galán del centro, al tiempo que daba media vuelta y casi le besaba la palma de la mano al doctor Zury, quien observó con desdén a Leiter.

Cuando estaban unos pasos más lejos, Leiter notó que su mirada volvía a percibir esa mezcolanza que tanto lo había anonadado el día en que se presentaron los siete jefes de área. Podía notar una especie de capa que cubría a Calhter y al doctor Zury, cuyo color era mayormente desagradable y despertaba una sensación nefanda, algo que curiosamente parecía recordar a la gula. Entonces Leiter rememoró que el doctor Zury era bien conocido por su apetito, pues tragaba más que todos los ayudantes juntos y nunca se medía en embriagarse y atascarse de las comidas más dañinas. Quizá debido a ello su panza era gigantesca, más todavía que la del profesor Faryo. Su papada estaba groseramente colgada y sus diminutos ojillos negros, además de sus bigotes abundantes, lo hacían demasiado gracioso y despreciable. Ahora, observando el símbolo que brotaba del color de aquel contorno que lo envolvía, Leiter supo cuál era la esencia fundamental y ominosa de aquel sujeto.

Más tarde, y en tanto el ritmo absurdo de la existencia proseguía de modo normal, la cabeza de Leiter era atacada con una fiereza exagerada por ese maldito trastorno obsesivo. No lograba concentrarse ni un poco, sentía grandes deseos de masturbarse para calmarse. Esto le funcionaba ocasionalmente, aunque era una práctica que detestaba. Al salir de su habitual rutina, tan tediosa como inútil, en la que nada aprendía que pudiera formarlo para entrar al posgrado, sino más bien parecía un adoctrinamiento para encajar en la vida laboral de oficina que tanto se negaba a aceptar, casi olvidaba asistir a la reunión del profesor Nandtro. Cuando llegó, la puerta estaba cerrada, y, tras llamar varias veces, comprobó que no había nadie. Estaba a punto de retirarse, mostrándose un tanto nervioso y paranoico, cuando apareció subrepticiamente el mentado doctor.

–Me alegra ver que eres un hombre sensato, quizá podamos entendernos.

–¿De qué se trata todo esto? –preguntó Leiter de modo descortés, intentando terminar pronto aquella maldita reunión.

–Si supieras contra qué estás intentando oponerte, ni siquiera tendrías fuerzas para articular palabra alguna…

–Entonces ¿usted sabe…?

–No tengo mucho tiempo, así que iré al grano. Quiero que asistas a todas las clases que se impartirán en estas dos semanas.

–Pero son después de mi jornada en el departamento, ¿cuándo tendré tiempo libre?

–¿Crees que un investigador tiene tiempo libre? Tu vida es la ciencia, o ¿no? Leiter, lo sabemos todo. No hay nada más qué pensar ni tiempo libre qué malgastar.

–Entonces ¿qué hay de las demás cosas que uno quiere hacer?

–¿Qué otras cosas? Todos tenemos que trabajar, investigar y estudiar. Eso es todo.

–Y, si me negase a asistir a las clases, ¿qué pasaría?

–Harías muy mal. No tiene caso que preguntes lo que ya sabes, se te expulsaría. Escucha, Leiter –y aquí la voz del doctor Nandtro adquirió un matiz más lúgubre–, eres un caso excepcional. No creas que no te conocemos, porque lo hacemos mejor de lo que tú mismo crees conocerte.

–Entonces ¿es verdad que no existe lo que se llama vida propia?

–No responderé a esa pregunta, tampoco deben interesarte los medios mediante los cuales llegamos a conocer tu vida personal. No funciona como crees, se te da oportunidad de corregir tus errores. Has estado distraído, necesitas entrometerte más en alguna actividad. De otro modo, tu talento se desperdiciará.

Leiter, por un parco momento, dudó que el doctor Nandtro supiese la verdad de sus acciones, tal vez solo sabía algunas partes. Pero ¿por qué afirmó que ignoraba contra qué estaba luchando? Probablemente una frase para amedrentarlo y nada más.

–Está bien, asistiré a esas clases. ¿Algo más que quiera decirme, doctor?

–Así está mejor, ya vas comprendiendo –replicó el doctor Nandtro, resaltando una soberbia sin igual en su sonrisa y sus expresiones burlonas–. Veo que no eres tan tonto como creía, sabes elegir el bando.

–Usted me oculta algo, doctor. ¿A dónde va todo esto? –cuestionó atrevidamente el joven de mente obsesiva y nariz taponeada.

–Nada está oculto, pero tus ojos no ven como deberían, eso es todo. De hecho, ahora que lo preguntas, no lo sé. Supongo que depende de ti el rumbo que tomen las cosas, siempre se puede elegir.

–Y, si elijo el bando equivocado, ¿qué pasará?

–No creo que lo hagas, serías un auténtico idiota si así lo decidieses.

–Muy bien, ya le dije que entraré a esas clases. ¿Qué más desea de mí?

–Parece que lees la mente porque, en efecto, tengo otra petición. Quiero que llegues más temprano para iniciar tus labores y que reduzcas tu tiempo de alimentos de una hora a solo media hora.

–Pero ¿por qué? ¿Qué demonios significa esto? Prefiero que me expulsen a seguir con esta patraña.

El doctor Nandtro rio maliciosamente, su rostro expresaba una ventajosa postura. Aplaudió hipócritamente el sobresalto de Leiter y, cuando sus miradas se cruzaron, de nuevo pudo este último discernir ciertos matices ignominiosos en su contorno, tal como los viera en el doctor Zury. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? Todo era solo una gran estupidez, la vida no tenía ningún sentido. Leiter no soportaba más aquella maldita estancia, quería huir cuanto antes.

–Leiter, veo que no lo entiendes –comenzó otra vez el doctor Nandtro, con su característica soberbia–. Si te vas ahora del centro, ¿qué será de ti? Espera, supongo que ya lo sabes, quedarás marcado de por vida.

–Pero ¡eso es injusto, absolutamente injusto que ustedes hagan eso!

–Lo sé, pero no son mis órdenes, son del doctor Lorax. Me has caído bien puesto que me haces reír con tu ingenuidad, por lo cual te propongo un trato para que finalmente te percates de que soy buena persona. Asiste estas dos semanas y, al terminar los cursos, abogaré para que recuperes tu jornada habitual de labores. ¿Qué te parece, pequeño? No seas tan tonto y necio, es mejor que te sientas a gusto en la pseudorealidad. Tarde o temprano, todos terminan aceptándola. Si no lo haces, solamente te quedarán dos caminos: la locura o la muerte.

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Libro: La Esencia Magnificente


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