Capítulo VII (LEM)

Mientras salían del centro y se dirigían hacia el exterior, donde se respiraba aire fresco, o al menos eso se creía, ambos eran observados por todos los demás. A Leiter se le miraba con envidia, mientras que a Poljka se le encueraba con la mirada. Aunque, ciertamente, no había mucho qué quitar, pues sus reveladoras ropas dejaban poco a la imaginación. Se alejaron rumbo al sitio donde Pertwy siempre se hallaba solo por las tardes, ahí entablaron plática más a gusto. Leiter se sentía maravillado por tener la compañía de Poljka, pues, sin darse cuenta, se hallaba locamente enamorado de ella desde el primer día que la conoció. Le gustaba física, mental y hasta se diría que espiritualmente. Bastaba atisbar ese resplandor en los ojos verdes de Leiter para saber que se sentía feliz y nervioso al mismo tiempo. Incluso, a veces tartamudeaba un poco debido a que la presencia de Poljka lo intimidaba en demasía. ¡Pobre chico, estaba tan solo y desolado!

–Y bien, ¿qué has descubierto sobre lo que estabas investigando? ¿Alguna novedad?

–Poljka, no sé si pueda confiar en ti. Me parece como si todo aquí estuviese tan controlado, me siento como un niño en un jardín.

–Yo me he sentido igual, ¡estaba ansiosa por contarte! Siento que soy observada y que en verdad terminaré loca.

–Pero Poljka, ¿a qué te refieres? ¿No estabas tú aquí para colaborar especialmente en los proyectos más difíciles de las nuevas investigaciones?

–Así es, pero, desde que tú me hablaste de lo que crees que aquí pasa, ni siquiera duermo. He reflexionado –recalcó frotándose las manos– y veo que es todo tan cierto.

–¿Qué es cierto? ¿Acaso crees que…?

–Sí, así es. Finalmente he visto que esto nada vale, que este centro es una patraña que solo oculta ignominiosas mentiras.

–Ya veo, entonces puedo confiar en ti –dijo Leiter, mirando con determinación a Poljka, perdiéndose en esos ojos azules tan atractivos.

–Quiero ayudarte, estoy tan segura como tú de que algo se está ocultando aquí, algo inmenso y ominoso.

–Eso es lo que yo pienso también…

–De cualquier modo, requiero que me cuentes todo lo que sabes y en qué personas podemos confiar. ¡Yo te ayudaré, ya lo verás!

–Claro, ahora veo que me equivoqué al dudar de ti.

–No importa, solo cuéntame y ya. Juntos enfrentaremos esto y descubriremos la verdad.

–Bien, pero hay muchos cabos sueltos. Está de más pedirte que no le digas a nadie lo que te contaré.

Y así, Leiter le relató a Poljka cada cosa que sabía, absolutamente todo lo descubierto hasta ahora. Su mente se vació frente a aquella jovencita quien escuchaba tan atentamente, como embobada con cada movimiento que provenía de los labios de Leiter. Se diría que ambas bocas se atraían con una fuerza descomunal, y que, tarde o temprano, terminarían uniéndose en un galimatías de cromáticas sensaciones.

–Poljka, esto te podría traer muchos problemas –mencionó Leiter con tristeza.

–Bueno, ya me contaste, ahora ya no te puedes echar para atrás. Además, según veo, solo quedamos cuatro personas que sabemos esto y que podemos descubrir la verdad: Klopt, Pertwy, tú y yo.

–Sí, así es. En realidad, desconfío mucho de Klopt, pues me parece que solo está fingiendo para descubrir nuestros planes.

–¿Cómo podría ser? La verdad es que lo conozco poco, pero no lo creo capaz. A mí me parece que es un sujeto sincero, y que ha cambiado.

–Es muy extraño, sabes. Al principio estaba a favor del centro y de los investigadores, pero ahora dice que ha abierto los ojos.

–Y yo ¿sí te convenzo? ¿Cómo es que has confiado en mí para decirme todo esto?

–Algo en tu mirada me lo dice, no sé cómo explicártelo. Eres diferente, te noto muy despierta y con anhelos por cambiar verdaderamente el mundo y exponer esa verdad que tanto se esconde.

No entendía nada Leiter, le parecía muy singular lo que ocurría en su cabeza, pero también un tanto preocupante. Ese choque de sensaciones comenzaba a incomodarlo, pero también gozaba con su cabeza adormilada. No se percató al instante, sino mucho después, de que su mente no había generado las ideas que tanto lo atormentaban. Su trastorno cedía ante la vista de esos ojos azules que casi parecían como los de una deidad. Poljka, para él, era casi como una diosa.

–Vine aquí con la esperanza de renovar mi actitud científica –prosiguió Poljka muy seriamente–, hice todos los trámites y me pareció muy interesante saber que algunos ayudantes vendrían. Estaba ya harta de los doctores, con su actitud arrogante y siendo esclavos de gente con poder que todo lo acaparaba. Fue entonces cuando te conocí y, en tu mirada, por vez primera, noté algo distinto. De algún modo, estar contigo me calma y me otorga una bonita sensación. Desde ese día, cuando nos vimos en la presentación de los jefes de área y donde se anunció mi incorporación a este lugar, no he podido sacarte de mi cabeza, menos con tus ideas tan extravagantes. Yo no te traicionaré, tienes mi palabra.

Y, diciendo esto, Poljka se quedó pasmada, clavando sus preciosos ojos en Leiter, quien tampoco podía creer lo que pasaba. ¿Acaso le gustaba Poljka? Seguramente sí, y con ese cuerpo y esos ojos, con esa cara y esa inteligencia, ¿cómo no? Era el sueño de todos los hombres que ahí laboraban, todos la deseaban y a todos los había rechazado. ¿Por qué él sería el elegido para desentrañar los misterios de aquella hermosa mujer? ¿Qué tenía él que los demás no? Una idea surgió salvajemente desplazando a todas las demás en un parpadeo. A Leiter se le ocurrió que tal vez podría olvidarse de todo y escapar con Poljka, irse muy lejos y ser feliz. Lo asustó tal pensamiento, pero era, ciertamente, algo que le agradaba. Huir con la mujer de la que creía estarse enamorando y obviar el resto. Vivir y, al fin, sentirse feliz y a gusto, ¿no era eso parte de la verdadera existencia como humano? Casi al instante, cambió de parecer. Quizá todo era una estrategia, podría ser… ¡No demonios! ¡Poljka no podía ser una espía, desde luego que no! En todo caso, una distracción, pero una que no se podía evadir. Con razón vestía así y era tan guapa, pues de ese modo jamás pasaría desapercibida. ¡Tonterías! ¿Por qué siempre su cabeza era así de paranoica?

Leiter se enfadó consigo mismo y, en un ataque de histeria, se levantó y besó a Poljka en la mejilla, muy cerca de los labios, sin que esta hiciera algo para impedirlo. No fue para nada un beso profundo, tan solo un roce, pero uno tal que Leiter creyó desmayarse de la emoción. Al despegar sus tenues labios, no dijo ni una palabra y se fue corriendo. Al voltear, miró a Poljka ahí, con sus preciosos ojos azules, como esperando su regreso. Lo extraño era que los colores que podía percibir en ella habían cambiado tanto en tono como en intensidad. Leiter no supo cómo entender aquel cambio y creyó que lo mejor era alejarse, al menos por ahora. Se dirigió hacia su habitación y cerró la puerta con llave, concentrándose en sus pensamientos torturantes. No podía evitar atormentarse con que todo era un error, coligiendo que realmente Poljka era muy perfecta para él.

En los días siguientes, a Leiter se le vio como atontado y sumamente disperso, tan es así que ya no parecía tan interesado en sus teorías raras, ni tampoco mencionaba el asunto de Bolyai. Se concentraba en sus labores monótonas y sin sentido, actuando como un autómata y aceptando su papel como ayudante de aquel nefando centro. Pertwy era quien notaba todo ello, con un gesto de disgusto y de horror. Al fin, tras vigilarlo escuetamente, entendió el porqué de aquel anómalo comportamiento. Ahí vio a Leiter y a Poljka juntos, riendo y mirándose con una intensidad tremenda. Por cierto, también miró a Calhter, aquel investigador obsesionado con Poljka, quien parecía contemplarlos con rencor. Se acercó a él y se colocó a un costado de la pared que los mantenía resguardados y desde la cual se podía observar todo.

–¿Calhter? ¿Qué diablos haces ahí? ¿Por qué parece que estás vigilando a Leiter y a Poljka?

–¡Ah, Pertwy! Te conozco, eres el ayudante que mejores notas obtuvo para el ingreso, tienes talento. Pues verás, me aseguro de que nada malo pase.

–¿Nada malo? ¿A qué te refieres? A mí me parece que estás enamorado de Poljka.

–Y ¿quién no? Tan solo mírala, tiene todo lo que un hombre querría.

–Calhter, te compadezco –expresó Pertwy, dándole una palmadita en el hombro–. Noté cómo la veías desde aquella reunión, también te he visto en el departamento. Cuando ella va, te quedas embobado.

–¡Ah! Entonces sí te has dado cuenta –suspiró y bajó la mirada afligido–. ¿Qué debo hacer, Pertwy? Ella está con Leiter ahora, con ese vil perdedor.

–Pero ¡si tú eres doctor en física! Al menos debes saber qué hacer. ¿Por qué me preguntas a mí que soy ayudante?

–Pertwy, esto no es ciencia, es amor. ¡Estoy profundamente enamorado de ella! ¡La amo y ella me ignora! ¿Sabes cuántas veces me ha rechazado?

–¿Por qué lo sabría?

–Pues no solo a mí, sino a la mayoría de los investigadores.

–¿De verdad? Yo pensé que se acostaba con todos, ¡je, je!

–¡Qué cosas! No digas tonterías, te creía más sensato.

–Bueno, era una suposición. Aunque me parece muy raro algo en esa mujer, no creo que le convenga a Leiter.

–¡Así es, no le conviene! A ti te hará caso, habla con él para que se aleje de mi futura esposa.

–No lo sé. Desde que Leiter la conoció, pasa más tiempo con ella que pensando en lo que debería.

–Ah, ¿sí? Y, según tú, ¿en qué debería pensar?

–En nada… Realmente quería dar a entender que Leiter ya no se preocupa por la ciencia.

–Y ¿tú sí, Pertwy? Te he notado bastante adusto en las juntas, incluso pareces no disfrutar tu estancia aquí.

–Claro que la disfruto, es solo que me aburre ser ayudante. Quisiera ya ser doctor, tal como tú.

–Pues deberías de moderar tu actitud. En este medio, como en muchos, no importa tu talento, sino las amistades que tengas, aunque supongo que eso ya lo has discernido, ¿no? –mencionó Calhter con arrogancia–. Haces bien en querer ser doctor, aunque te falta un largo camino.

–Sí, estoy consciente de ello –afirmó Pertwy, siguiendo a Leiter con la mirada.

–¡No lo creo! ¿Acaso la está besando? ¡Maldito imbécil! –expresó Calhter al virar y concebir con rabia aquella supuesta unión de bocas, aunque no fuera tal.

–Quizá sería mejor resignarte y dejarla ir. Te aseguro que hay algo en ella que no está bien, lo presiento.

–¿Tú crees? Es demasiado guapa, quizá sea eso. O está demasiado buena, también puede ser.

–No me refiero al cuerpo, tan solo mírala bien. Ella, según creo, no es quien dice ser.

Calhter rompió en llanto y parecía un enamorado con el corazón destrozado. Indudablemente, le dolía en el alma ver a Poljka con Leiter, la amaba y no podía sacársela de la cabeza. Pertwy lo llevó consigo a un lugar lejano y ahí platicaron sobre cosas insignificantes, tan solo para que se calmara. Luego este le confesó a Pertwy que se masturbaba todas las noches con unas fotos que tenía de Poljka, y que, si ella no le hacía caso dentro de unas semanas, entonces optaría por abusar de ella, muy a su pesar. Al parecer, estaba algo ebrio, cosa que era común entre algunos investigadores a pesar de las prohibiciones, aunque Pertwy no sabía de dónde rayos había sacado la botella. Finalmente, antes de irse, Calhter miró hacia el bosque y dijo algo que dejó confundido a su compañero. Posiblemente, gracias a los efectos de la bebida, se le había ido la lengua, pues dijo:

–¡Qué bien lucen los árboles, cada vez parecen más reales! Es una pena que se trate de una ilusión solamente.

Leiter despertó con dolor de cabeza. En la última semana, desde que había empezado a relacionarse más con Poljka, tenía pesadillas que no lograba entender, y que realmente lo conmocionaban. Las sensaciones eran peculiares y le costaba describirlas. Solo a Poljka le contaba todo, se había convertido no solo en su adoración, sino en su mayor confidente. En aquellos sueños misteriosos, Leiter no encontraba conexión con su vida. Había soñado que moría, y no una, sino dos veces y del mismo modo: con un cuchillo atravesado en el vientre. Todo era tan real, incluyendo la pérdida de consciencia, el dolor y la sensación de la sangre brotando de sus entrañas. Verdaderamente sentía ese dolor infinito, ese desgarramiento interno. En una ocasión, incluso pudo mirar algo saliendo de su cuerpo, tal vez su alma, y atisbó cómo se elevaba hacia un paisaje de luz eterna. En otros sueños, similarmente perturbadores y vívidos, era un amigo el que moría torturado con una espada llameante. Y, cuando se trataba de él, a veces una mujer que nunca había visto aparecía de la nada y lo protegía, sacrificándose y sonriendo espléndidamente ante su muerte. También soñaba muy a menudo con su antiguo hogar y con leones que querían entrar para devorarlo.

Leiter seguía todavía recostado cuando, repentinamente, alguien arrojó un trozo de papel debajo de la puerta de su habitación. No obstante, Leiter seguía sin ganas de levantarse, consciente de que llegaría tarde por tercera vez en el mes, lo cual equivaldría a una sanción por impuntualidad. No entendía qué demonios pasaba con él, pero se sentía cambiado, aislado y sin ser él mismo. ¿Acaso era por culpa de Poljka? Decidió levantarse y leer el papelito, tal vez pudiera distraerlo. Se quedó estupefacto cuando notó que era una invitación del doctor Lorax, el ominoso líder de aquel sacrílego centro, para tener una conversación ese mismo día al término de sus labores. ¿Acaso se habrían percatado de su conducta rebelde? ¿Sabrían acerca de sus investigaciones? ¡Demonios! Y justamente ahora que las había hecho a un lado para estar con Poljka.

Al fin, estuvo afuera de la oficina del doctor Lorax, el director de todo el centro. ¿De qué diablos querría hablarle aquel sujeto?

–Pasa, por favor –dijo una voz que Leiter no reconoció de inmediato.

–Sí, muchas gracias.

–Toma asiento, espero no quitarte mucho tiempo, pues entiendo que sea lo que menos se tenga hoy en día. ¡Tiempo y dinero! Si tan solo las personas pudieran incrementar uno sin afectar lo otro.

A Leiter le extrañó la actitud del doctor Lorax, estaba tranquilo y era amable, en contraste con la idea que de él tenía: siempre estresado y cortante. ¿Sería en verdad él? Tras examinarlo, supo que sí, no había duda. Su rostro era el mismo que aparecía a la cabeza de todo el organigrama y que le señalaba como el más eminente investigador de todo el mundo, un excelente matemático y gran científico, con un salario soñado por muchos y con una vida envidiada en demasía. Había publicaciones suyas en todas las revistas y periódicos. No había un solo centro alrededor del globo en donde no fuese conocido el doctor Aleksei Lorax y sus prolíficos trabajos, tanto educativos como científicos. En pocas palabras, era un sujeto cuya vida estaba absolutamente consagrada a la ciencia y su divulgación. Era tenido como un ejemplo a seguir dados sus logros, premios recibidos y reconocimientos internacionales.

Por otra parte, al igual que los jefes de área del centro, se rumoreaba que el doctor Lorax tenía infinidad de amantes en todos los lugares que visitaba, pues siempre se hallaba en investigaciones que implicaban expediciones, conferencias y viajes a diversos países. Siempre estaba en congresos e impartiendo seminarios en las mejores escuelas, dictando pláticas sobre el futuro y la importancia del deber como científico. Su esposa era mucho más joven que él y se notaba a leguas que era mera apariencia, pues, aunque tenían tres niñas, todas menores a los diez años, su fragmentada relación mantenía las apariencias, tal como se suele hacer con los presidentes y otros títeres. Era ciertamente curioso que solo en la época en que los ayudantes llegaban, el doctor Lorax pasara la mayor parte de su tiempo metido en el centro, junto con los otros seis jefes de área que estaban bajo su supervisión.

Cuando Leiter fijó su mirada en aquel hombre, sintió un choque psíquico. Todo en su interior se tambaleó y percibió como si pudiese ser observado en su faceta más profunda. Dicho estado de conmoción extrema no duró tanto como se esperaba, pues el mejor matemático del mundo habló:

–Escucha, no pienses que te mandé llamar por alguna razón absurda, como la impuntualidad, tu desinterés o algo así. Me parece que eres un chico brillante, pero estás algo desubicado.

–Por suerte, porque jamás he sido puntual –farfulló Leiter, contemplando los bonitos instrumentos que el doctor coleccionaba, entre ellos pinturas surrealistas de las más exuberantes.

–Eso ya lo sé. Supongo que está de más andarme con rodeos, así que iré directo al punto que nos atañe, puesto que es algo que ya sabes.

Leiter se limitó a suspirar y observó al doctor con timidez. Su encanecido cabello y sus facciones desgastadas no le impedían relucir su intelectualidad; sin embargo, había en su rostro arrugado cierta dualidad repugnante. Una parte de aquel hombre parecía sonreír mientras que la otra quería llorar, era como si se sintiese feliz, pero al mismo tiempo lamentase lo que decía. ¡Qué sujeto tan siniestro era el doctor Lorax! ¿Qué clase de secreto escondería bajo esos ojos minuciosos, esa cara afilada y ese aire de genialidad? Además, ¡cuán inquietante era su oficina, plagada de tan enigmáticos objetos! Había tantas pinturas con una firma desconocida que parecía formar el nombre de Berenice. Y, aunque Leiter no estaba seguro, creía haberlas visto antes, acaso en sus más recalcitrantes sueños. Dichas pinturas mostraban ranas y pajarillos con matices preciosos y fulgurantes, una mujer en fondo negro con el cuerpo rosado y alas azules que poseía un aguijón como cola y una máscara ensangrentada en la boca. ¡Qué extraños eran también los objetos del doctor Lorax! Parecía gustarle coleccionar ojos y pirámides grabados con exóticos arabescos y tallados en materiales inidentificables.

–Sé que lo sabes, no tienes por qué disimular. Estoy hablando de la gran conspiración que existe en el centro, en este infierno donde nos hallamos ahora mismo.

–Sí, lo sé… –comentó Leiter un tanto presionado, luego miró fijamente en el interior del doctor.

–Sí, yo lo sé también –dijo el doctor acomodándose en su silla y fumando un cigarrillo–. Es curioso que lo sepas, aunque me sorprende que alguien como tú…

–No sé qué está tramando con esto, pero…

–Nada, solo quiero la verdad sobre lo que sabes –interpeló el singular sujeto quien fumaba como un poseído–. Te diré algo: yo estoy contigo. ¡Yo también lo sé! Pero antes, debo conocerte más. ¿Qué dices? ¿Tienes alguna pregunta?

–¿Dónde obtuvo todos esos objetos raros y esas perturbadoras pinturas? –inquirió Leiter sin poder contener su asombro.

–Bueno, soy un coleccionista –replicó el doctor Lorax con su peculiar voz, irónica y calmada a la vez–. A lo largo de todos mis años de estudio, he sentido predilección por el arte y la escultura, de ahí mi afición se extendió a otros campos un tanto más “inusuales”, por así decirlo.

–Ya veo, a mí igualmente me agrada el arte. Pero solo el buen y verdadero arte, no el común que actualmente se alaba tanto –aclaró Leiter, quien se notaba cada vez más incómodo en aquella oficina delirante de esotéricos elementos.

–¿Crees que el arte puede llegar a ser malo?

–No como tal, solo digo que hoy está muy sobrevalorado, pues cualquier cosa ya es considerada arte. Aunque, como usted seguramente se ha podido percatar, en gran medida la gente admira solo basura.

–¡Muy cierto! –exclamó riendo modestamente el doctor Lorax–. Yo, por mi parte, tengo ideas parecidas.

–Sí, realmente en el mundo hay muy pocas personas con talento. Y menor es la cantidad todavía de aquellas que lo aprecian o consiguen siquiera desarrollarlo.

–¿Por qué lo crees así? ¿Qué te ha hecho llegar a esa conclusión? ¡Anda, cuéntame!

–Bueno, supongo que ha sido una larga reflexión de años. Lo que puedo decir es que me parece como si el mundo fuese en reversa.

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Libro: La Esencia Magnificente


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