Capítulo XII (LVA)

Ahora Koko y Mertin se hallaban en ese mismo campo en donde se conocieron por primera vez. Era igual que con Patty en el templo pasado, solo que todo parecía ocurrir en el presente. La tristeza que se podía sentir en el ambiente era muy fuerte, demasiado abrumadora para almas tan rotas. Mertin no quería aceptarlo, pero sabía que dentro de poco Koko dejaría de existir para siempre. Su alma quedaría vagando en los confines del Hipermedik y nada se podía hacer para evitar tal tragedia. Ese tal Desmetis había configurado así este universo tangente usando la infinita tristeza en el interior de Mertin.

–Mertin, gracias a ti obtuve la fuerza para seguir adelante. Cuando te vi, y después de lo que hiciste, me sentí aliviado. Pensé que existía alguien más triste que yo y, aunque no entendía tus razones, me gustaba lo que nos platicabas a Patty y a mí. Eras tan dramático y tu tristeza me alimentaba diariamente. Yo era feliz con ustedes 2, esa es la verdad que tanto quise ocultar. Me diste el valor para creer que algún día mi hermana podría volver a ser la misma, aunque nunca fuera así. A veces me deprimía, pero el recordar esos ojos verdes y tristes me devolvía el ánimo, no sé por qué. Por eso jamás permití que ustedes me vieran deprimido, aunque me estuviera muriendo por dentro.

–Koko, ya no digas más. Tú fuiste como ese hermano mayor para nosotros, y también nos dabas fuerza, aunque nunca pude entenderte…

En ese momento, alguien se acercaba: era Patty. Venía corriendo y sonriendo como nunca, lucía verdaderamente radiante.

–Hola amigos, ¿cómo están? Espero que bien. Ya es hora irnos Koko, debes dejar que Mertin siga su camino. Nosotros ya no podemos hacer nada; además, tu hermana te espera. Ella obtuvo las mejores notas del colegio, todo estará bien.

Mertin se alegró enormemente al ver a Patty otra vez, aunque parecía tan cristalina, tan irreal, como si se tratase solo de un recuerdo capturado en su mente.

–Sí Patty, debemos irnos ya. O, sino, Mertin llegará tarde a su clase. Hasta pronto, querido amigo, espero que apruebes ese examen. Estaré apoyándote, aunque ya no exista más sino solo en tu mente…

Repentinamente, ese universo comenzó a desquebrajarse también. El tiempo y el espacio ahí existentes se comenzaban a derretir, tal y como aconteció en el templo pasado con Patty.

–¿Qué está ocurriendo, Koko? ¿Por qué pasa esto? –inquirió Mertin.

–Mertin, lo que acabas de ver fue solo un atisbo de mi presente perfecto. Ustedes son mi felicidad y siempre lo serán. Sin embargo, ahora debo irme para siempre, a un lugar que ni siquiera será eso. Yo desapareceré para siempre, mi superalma será borrada de cualquier universo conocido. Hasta nunca Mertin, quiero decirte que te agradezco por haber hecho mi horrorosa existencia más llevadera, ahora solo me dejaré llevar por el mar del olvido para siempre.

Koko acercó sus labios a los de Mertin y se despidió de él para siempre con un roce peculiar y húmedo, uno donde unieron algo más que sus bocas. Entonces fue que una luz increíble, como la que salió de Mertin cuando Patty se fue, apareció en el cielo, y Mertin volvió en sí. Se percató de inmediato de que el tiempo, o lo que fuese lo más parecido en aquel repugnante universo de la tristeza, se había congelado, y ahora que regresaba corría nuevamente. Aquella luz salía de July y, como si fuese el sol que ilumina las tinieblas, se acercó a Mertin y lo abrazó. Aquella infame avispa comenzó a desaparecer envuelta en un verde iridiscente que ahora se tornaba del tono más puro posible.

–¡July, lograste lo que yo con Patty! ¡Esa luz es tuya, tú me salvaste!

El piquete espiritual en el cuerpo de Mertin sanó cuando July pasó sus manos sobre él y después perdió el conocimiento.

–Mertin, debemos salir de aquí. De prisa, corre hacia el agujero por donde llegamos –indicó Abdeko.

–¡July, no! ¡Despierta, por favor! ¡Tenemos que irnos! Es inútil, no despertará ahora.

Mertin tomó a July y la colocó sobre su espalda para poder moverse más fácilmente. Acto seguido, siguió a Abdeko hacia ese maldito agujero en la pared, pero, cuando estaba a punto de llegar, todo el muro se derrumbó y el techo estaba a punto de golpearlos.

–¡Demonios! ¡No puede ser que aquí sea nuestro fin, debemos hacer algo! –exclamó Mertin desesperado.

–Ya no se me ocurre nada, ¡maldición! –se lamentó con agonía Abdeko, pensando que verdaderamente sí era el fin.

Una mano se apoyó sobre el hombre de Mertin y lo jaló, al tiempo que Abdeko desaparecía y todo a su alrededor colapsaba. Luego, todo fue inconsciencia pura.

–July, ¿estás aquí? –dijo Mertin cuando despertó, sumamente sobresaltado.

–Tranquilo… Ella está bien, solo que no ha despertado –indicó Abdeko.

–Por suerte, ¡qué maravilloso! –suspiró Mertin, quien tenía un terrible dolor de cabeza.

–No sé cómo salimos de esa, solo sentí una mano y después no recuerdo nada.

–Yo tampoco lo sé. Solo desperté mucho antes que tú, y ahora estamos nuevamente aquí, en la Región Minutfga. Esa que está ahí es la entrada a la tercera y última urbe: la urbe 33: la tristeza del futuro –señaló Abdeko con preocupación.

–Bien, entiendo. Después de esto finalmente seremos capaces de regresar a nuestro universo, o al menos eso espero.

–Sí, eso sería perfecto. ¡Por fin ella y tú podrán ser felices!

–No sé si felices después de todo lo que ha pasado. Ahora solamente quiero ir a ese lugar donde se halla la Flor de Lilith y hacer que July recupere la vista. No puedo aguantar más, la llevaré sobre mi espalda. Debemos salir de este universo tan pronto como sea posible, no hay tiempo que perder.

–Podría ser peligroso, pero está bien. Esta es la última urbe y, después de lo que hemos pasado, seguramente no será tan difícil –sentención Abdeko, aunque tenía un mal presentimiento.

De ese modo, Abdeko y Mertin, con July en sus espaldas, avanzaron hacia la entrada de la tercera urbe, donde se leía la frase:

El futuro no te pertenece, porque no pertenece a nadie lo que nadie es capaz de tomar. Tus sueños y esperanzas yacen en una fantasía del tamaño de tu futuro, tan vacío y lejano, tan obsequioso y ostentoso. Aquello que anhelas sin remedio es lo que nunca vendrá tal cual, porque lo que no está escrito, no existe.

–¡Sí que es un mensaje más brutal que todos los anteriores! –exclamó Abdeko.

–Bueno, ahora solo démonos prisa, que ya quiero llegar al último templo.

–Sí, claro. Es solo que ahora el color de esta urbe es necroazul, y eso me inquieta sobremanera. Tú sabes, es el color de Desmetis.

–¡Ni me lo recuerdes! Esta vez estoy decidido a hacer lo que sea con tal de salir de aquí, no me interesa si tengo que matar a ese pendenciero.

Inmediatamente, Mertin y Abdeko penetraron en la urbe. No se esperaban lo que encontrarían esta vez., eran tan atroz la vibración. Todo el lugar se encontraba bañado con un azul terriblemente oscuro: necroazul, así lo recordaba Mertin. Era el mismo color de aquel luctuoso sujeto que los había traído a este universo. En el suelo, a diferencia de las urbe anteriores, había una clase de goma necroazul que se retorcía. Esta goma entraba y salía a placer de la boca de las personas ahí residentes. Del cielo caían bolas negras envueltas en un resplandor blanco que, al chocar con el suelo, se enterraban en él y hacían crecer una planta necroazul totalmente contaminada con cucarachas blancas de puntos negros, de cuyos huevos nacían esas masas gelatinosas necroazules. Lo más repugnante era, por mucho, las imágenes en el cielo. Esta vez mostraban a un hombre con cuernos de chivo, el pene amputado, los labios ensangrentados, los ojos hinchados y con viruela negra. Dicho sujeto se comía a sí mismo y, de sus entrañas, salía una rata gigantesca con cuernos también, que iba a roerle los pies para después estallar. Acto seguido, el hombre lamía la mezcolanza de porquería que salía de aquella infame rata. Así, el ciclo se repetía una y otra vez sin cesar.

–Es como un milagro que July no esté despierta. Esto habría sido demasiado para ella, ¿no crees? –mencionó Abdeko.

–Eso ni dudarlo –replicó Mertin, mientras se preguntaba cómo podía existir tal cantidad de blasfemia en un solo ser; simplemente era inusual–. Solo espero que se recupere muy pronto, pues yo la adoro. No sé qué rayos le pasó, pero la necesito bien.

–¡Mira, Mertin! ¡Algo está ocurriendo por ahí! –indicó Abdeko.

Al girar la vista, Mertin presenció cómo una de esas gelatinas caladas y gomosas se metía por cada agujero de una persona, y luego ésta se derretía. A continuación, las cucarachas se lanzaban a esa vomitiva mezcla necroazul y comenzaban a fulgurar hasta alcanzar el punto en que se originaba un enorme resplandor. Así, un nuevo portal de fondo necroazul aparecía entre cromatismos fulgurantes.

–Apareció un portal y es diferente. De él emana un vapor con partículas de lo que parecía ser carne humana destazada.

–¡Rayos! ¡Esta vez el que vomitará soy yo! Será mejor que nos demos prisa, Abdeko. Y por favor, pisa las cucarachas que se te crucen.

Para finalizar el vituperio que se les presentaba, aquel líquido pestilente tomó la forma de la persona contaminada y, en forma de un chorro de agua que sale de una manguera a presión, entró en aquel ignominioso portal. Además, las cucarachas que se habían aventado a aquel infernal fluido se convirtieron en huesos humanos corroídos.

–Nunca había observado algo parecido, ¿sabes qué es esto? –inquirió Mertin a Abdeko mientras corrían a toda prisa hacia el tercer templo.

–No, no lo sé. Ya estamos más cerca, amigo. Solo mira: esta vez la fuente de poder de la tristeza es enorme. En poco tiempo estaremos en el último templo, por fin.

–Muy bien. De esta forma pondremos fin a esta deplorable aventura. Dime, ¿sabes algo de esos portales?

–Tal como se los comenté, mi memoria tiene vagos recuerdos de este lugar. No sé, es tan chocante que ni yo pueda rememorar más.

–¿Qué dices? No te entiendo, pero supongo que confiaré en ti. Después de todo, somos amigos, ¿no?

–Gracias por eso. A decir verdad, ustedes son los 2 primeros amigos que tengo. Me gustaría que en mi universo hubiera más gente como ustedes, en fin. Lo que puedo recordar por ahora es que esos portales se llaman ethier. Son portales para ir al futuro, o al menos la ilusión de ello. Las personas de esta región viven bajo la tristeza de la influencia del futuro y no pueden escapar jamás. Esos portales los llevan a futuros que siempre han soñado, los llenan de una profunda felicidad efímera e irreal. Sin embargo, para poder ir a ese futuro utópico, deben sufrir una transformación espiritual, que es todo el proceso que acaban de presenciar.

–Ya entiendo. Por eso deben sufrir esa metamorfosis tan vomitiva y extravagante.

–Sí, así es. Mira, ahí está. Ese es el tercer templo al fin –dijo Abdeko, señalando algo que parecía más bien una casa que un templo, era diminuto comparado con los templos anteriores.

De pronto, una cucaracha se posó sobre la nariz de Mertin, quien estaba distraído por el tercer templo. Al percatarse, estuvo a punto de soltar un alarido ingente y de aplastarla, ya que repugnaba a las cucarachas. Sin embargo, alguien la tomó entre sus manos.

–¡No, alto! Son solo víctimas de un infame destino. Todos sin excepción tenemos derecho a existir.

Mertin volteó y se sorprendió al mirar a July despierta y sosteniendo a aquella cucaracha repugnante entre sus manos.

–¿Desde cuándo estás despierta, July? Me hubieras hablado antes, me espantaste.

July bajó de la espalda de Mertin y simplemente sonrió, acercando la cucaracha a su corazón.

–Está sufriendo, puedo sentirlo. Ella está sufriendo demasiado aquí –dijo July, actuando extrañamente–. Pero ya no más, pequeña. Ahora vete, eres libre.

Y, como si se tratase de un acto de magia, una luz apareció entre las manos de July. Luego, aquella ruin cucaracha se convirtió de una apolínea mariposa azul como el cielo de que tanto anhelaba ver la joven.

–¿Qué es eso? ¿Cómo lo hiciste, July? Nunca había visto algo así –formuló Abdeko.

–No lo sé. Únicamente lo sentí y ocurrió, no podría explicarlo.

Las cosas continuaban en aquel extraño mundo producto de una tristeza y amargura infinitas. La repugnancia y la sordidez de una mente hastiada de existir absurdamente habían abierto una infinidad de posibilidades en el todo. El suicida se envolvía en mantos de vana esperanza, confiando a cada momento en la falsa sombra de un amor que estaba destinado a la tragedia desde tiempos ancestrales.

–Está bien, tranquila. Solo es importante que ya estés repuesta. Me alegra que no tuvieras que mirar todo lo que nosotros –señaló Mertin.

–De hecho, sí lo hice. Estuve despierta todo ese tiempo. Es solo que quería descansar un poco y que tú me llevaras en tus hombros.

Mertin se sonrojó terriblemente y estaba ensimismado por las palabras de aquella ciega jovencita.

–Mertin, ¿qué te ocurre? Tu color de piel es diferente –sostuvo Abdeko.

–Nada, estoy bien. Déjame en paz. Abdeko.

–Nunca te había visto sonrojarte de esa forma –interrumpió July, sonriendo ampliamente–. Creo que soy la primera que lo consigue, ¿no?

–¿Cómo es que puedes estar bromeando en un lugar como este, July? –contestó Mertin indignado.

–Mertin, ya deberías de haberlo entendido. Todos pasamos por buenos y malos momentos, lo que nos hace diferentes es la forma en que atravesamos por ellos. Es ahí donde la verdadera esencia del ser se resalta. No importa si es el peor momento de tu vida, puedes hacerlo el mejor; en especial si estás con esa persona especial.

–¿En verdad crees eso? ¡Realmente eres increíble!

Abdeko presenció como el doble de rosas rojas brotaba en el contaminado suelo de aquella urbe de la tristeza del futuro. Estaba a punto de gritarlo cuando un tremendo rayo cayó y golpeó el templo.

–¡No puede ser! ¡El templo está destruido! ¿De dónde salió ese inconcebible relámpago? ¡Es tan oscuro y poderoso! –afirmó Abdeko.

–Eso no es todo. Observa, las colinas se convierten en sombras amorfas y bloquean el camino hacia donde alguien se encuentra –sostuvo Mertin, aterrado por completo.

Sin duda alguna eran Belz, aquellas amorfas y fastidiosas sombras que se divierten picoteando el alma de los seres de las dimensiones inferiores y que son casi imposibles de desaparecer.

–Y ahora, ¿qué haremos? –preguntó July, también muy espantada.

–¡Demonios! Si tan solo el templo no hubiera sido destruido… –se lamentaba Mertin.

De pronto, una vorágine se originó entre los escombros del templo, era un hoyo que parecía salir del suelo. De ese hueco sombrío, salía una voz que los llamaba y les decía que entraran en él.

–¡Por aquí, vengan por aquí! ¡Mertin te he esperado tanto! ¡Vengan por aquí, yo soy la verdad! –repetía la voz incesantemente.

–Mertin, ¿qué hacemos? Esa voz nos está llamando otra vez, se parece a la que escuchamos en el bosque de Jeriltroj –cuestionó July–. Pero ¿confiaremos en ella otra vez?

Mertin reconocía aquella voz, sabía que en algún momento de su vida la había escuchado, solo que no lograba dilucidar cuándo ni a quién pertenecía. Las Belz escurrían y se dirigían hacia ellos, otras volaban cerca y se disponían a atacarlos.

–No nos queda de otras más que confiar. ¡Vámonos, entremos por esa vorágine!

Mertin tomó a July de la mano y, junto con Abdeko, saltaron en aquel agujero dimensional sin importar nada más. En seguida, el agujero se cerró y una de las Belz que merodeaba el lugar devoró las rosas rojas que habían brotado, pero inmediatamente se retorció y explotó en un lodo necroazul cargado de polvo cósmico.

–¿Qué demonios fue todo eso? ¿Están bien? –preguntó Mertin, quien era el primero en despertar ahora.

–Sí… Estoy bien, gracias. Parece que tú igual… ¿Dónde está Abdeko? –inquirió July.

–No lo sé, pensé que venía con nosotros. Tal vez el cambio de dimensiones le afectó, aunque no tengo la menor idea de dónde estamos. Esta roca cubre todo el paisaje, otra vez estamos perdidos.

–Ojalá que lo encontremos pronto, es un buen amigo.

–Sí, opino lo mismo. Ahora exploremos un poco este lugar, me pregunto si también forma parte del universo de la tristeza.

Así, sin saber donde demonios se hallaba aquel niño con los brazos de crucifijo, Mertin y July se dispusieron a indagar donde habían caído tras haber entrado en esa extraña vorágine. Las cosas se estaban complicando cada vez más y una infinidad de dudas los invadían. ¿Qué había sido ese relámpago? ¿Por qué el tercer templo había sido destruido? ¿Cuál era el camino que debían seguir ahora? ¿Podría acaso alguien o algo ayudarlos a escapar? ¿Qué era esa voz que escucharon y a quien pertenecía? ¿Estaría Desmetis simplemente jugando con ellos? ¿Qué quería en verdad de July, además de follársela?

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Libro: Los Vínculos del Alma


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