Capítulo XIX (LEM)

Ocasionalmente, Pertwy cerraba sus ojos para no mirar más aquel sacrilegio, pero un poder desconocido le hacía mantenerlos abiertos por más que luchase. Pasó que las mujeres, quienes aparentaban estar sumergidas en un trance, tomaron a los retoños y los introdujeron en la tina, preparada con infinitas artimañas de brujería, para luego masturbarse y arrojar una mezcla de sangre con fluidos viscosos en los rostros de los bebés. Posteriormente, los siete jefes, que hasta ahora habían permanecido solo mirando, se desnudaron por completo en tanto las mujeres aullaban y bailaban retorciendo sus cuerpos de forma antinatural, pues sus giros eran tan violentos que bastaban para desgarrarles los músculos. Después de un rato de tan vomitivo baile, los profesores, uno por uno, tomaron a aquellas zorras y las penetraron tras haber remojado sus miembros en la mezcla formada en la tina, la cual apestaba peor que un cadáver en plena descomposición. El acto se tornó cada vez más asqueroso hasta que se convirtió en una orgía infernal donde las mujeres eran desfloradas sin cesar por aquellos viejos asquerosos, los cuáles a su vez brincaban como dementes azotando los cuerpos de los infantes, pateándolos y subiéndose encima de ellos, haciéndolos trizas en pocas palabras. Tras múltiples eyaculaciones en la boca y la vagina de las mujeres, éstas procedieron a descuartizar a los pequeños con sus garras y los viejos profesores los devoraron una vez cocidos en aquella tina con brujería.

Todo aquel pandemónium hizo que Pertwy se desmayase tras estar a punto de vomitar. Por desgracia, cuando despertó, se hallaba ya en las garras de aquellos siete viejos depravados. De alguna manera habían notado su presencia y, mientras yacía inconsciente, lo habían capturado. Pero no solo eso, sino que ya lo tenían amarrado y estaban a punto de hacer algo innombrable: le iban a cortar el pene. Aunque Pertwy gritó tan fuertemente como pudo, nadie acudió en su ayuda. Era terrible, pero aquellos infames seres reían y proferían maldiciones mientras bailaban a su alrededor, como si se tratase de una especie de ritual. Luego, Poljka se acercó y, con rabia, le arrancó los testículos con sus afiladas garras. Se comió uno y le pasó el otro a la doctora Breist, quien lo degustó con extremo placer. Y, para completar aquel sacrilegio, mientras se desangraba, cada uno de los miembros de La Refulgente Supernova penetró el ano de Pertwy sin piedad alguna, viniéndose adentro y dándole de latigazos en la espalda.

Presa de enorme conmoción, el joven adorador de imágenes divinas proyectadas por la élite ya ni siquiera experimentaba dolor o angustia. Lo único que lo consolaba era saber que pronto la muerte lo privaría de aquella infamia. Por último, se le obligó a que chupara profundamente el ano de la doctora Breist, quien se tiró unos pedos de olor repugnante y también defecó en la boca de Pertwy, obligándole a que se tragara la cagada y luego haciéndolo vomitar, tan solo para hacerle comerse lo vomitado. Esto se repitió una y otra vez hasta el cansancio, y sin que aquellos viejos dejaran de embestirle el culo con furia. Poljka, por su parte, se masturbaba frenéticamente tras haberse metido algo de comida en la vagina. Al fin, ya cansados de aquel festín, aflojaron las cuerdas y el cuerpo del ingenuo ayudante azotó como un bulto de carne a quien la vida ya había abandonado. Lo último que se pudo observar de aquel ominoso aquelarre fue que todos se besaron y se manosearon entre sí repletos de uno polvo blanco y pasándose una jeringa con una sustancia café.

En los días siguientes se esparció el rumor, principalmente propalado por los jefes de área, de que un joven ayudante, quien por cierto creía en tonterías místicas y espirituales, se había colgado por la noche tras haberse percatado de lo absurdo de sus creencias. Como de costumbre, todos en el centro de investigación aceptaron las palabras de las autoridades sin cuestionarse lo más mínimo, incluso haciendo bromas de mal gusto con respecto al suicida. Afirmaban que hacía ya bastante tiempo que Pertwy había enloquecido y que, en todo caso, tal vez lo mejor había sido que se matase, pues era una molestia que alguien como él, quien creía en dioses y seres divinos, caminase por los pasillos de aquel majestuoso recinto científico. A otros, sin embargo, solo les preocupaba que el suicidio de aquel idiota perjudicase la imagen del centro. Claro que contaban con el doctor Lorax, quien se rumoraba era gran amigo de los dirigentes de los medios de comunicación, para que enmascarara aquella tragedia ridícula y todo quedara en el olvido. Por cierto, el cadáver de Pertwy nunca fue hallado, aunque algunos ayudantes afirmaron que, durante la noche, algunos días después de la noticia, les parecía haber observado una bestia negra con cuernos iridiscentes cargando un cuerpo y devorándolo en las orillas del supuesto bosque, justo aquel que parecía ser el holograma perfecto para ocultar La Iluminada Ascensión donde a Leiter le habían aplicado algo más poderoso aún que el MK ULTRA.

Esa noche fue distinta a cualquier cosa que hubiese experimentado antes, pues todo cambió para Leiter. Eran casi las 3 am cuando, tras contemplar desde su confinamiento cómo un día más había transcurrido en la mediocridad, sintió un temblor cual ningún otro. Indudablemente había perdido cualquier esperanza de retornar a la realidad, al menos a su cuerpo, el cual comenzaba a dudar que fuese real. Sentía que ese diminuto lugar, esa nauseabunda torre con reptantes blasfemias donde yacía se reducía cada vez más conforme pasaba el tiempo. Además, el cascarón que ahora era manejado robóticamente y que otrora fuese su cuerpo parecía irlo olvidando. Su propia mente lo estaba dejando atrás, preparándose para servir a los designios de una nueva personalidad, de un nuevo amo. Se preguntaba Leiter si aquello tenía algo que ver con los proyectos secretos MK ULTRA o MONARCH que había leído alguna ocasión. No, no podía ser cierto, no podía haber sido víctima de tan horripilantes maquinaciones.

Por lo que sabía de tales procedimientos, eran aplicados a personajes de diversos medios con el fin de hacerlos esclavos de la élite; esto incluyendo cantantes, actores, deportistas, políticos, líderes religiosos, entre otros. Una vez fragmentada su personalidad, podían inducirlos a un estado de inexistencia o de trance, similar sobremanera al que ahora lo aquejaba. Luego, mediante alguna especie de rituales desconocidos, podían sustituir la personalidad del individuo con quién sabe qué criatura o cosa venida de alguna dimensión paralela. O tan solo podían mantenerlos como esclavos mentales que sirvieran a sus designios. Quién sabe de qué serían capaces las élites con tal de cumplir sus propósitos y su sed de poder. Desde hace tanto habían estado manipulando a todo tipo de personajes y alterando a su favor el curso de la historia, financiando guerras, promoviendo el narcotráfico, la prostitución y la miseria.

Mientras Leiter recordaba todo lo que sabía de esa clase de nefandos proyectos ocultos, los cuáles no le extrañaba que se practicasen en aquel centro donde se manipulaba el mundo, aconteció lo inesperado. Sin previo aviso, una vibración desgarró las paredes de aquella prisión y un temblor subrepticio comenzó a derrumbar las tinieblas sobre las que se sostenía. Comenzó a correr, pero terminaría por caer indudablemente. Y, justo cuando estaba por irse hacia el vacío, las alas de un águila lo elevaron hacia la luz, hacia un agujero mediante el cual se filtraba un rocío de vastedad cósmica. No fue nada fácil llegar, pues, entre más se acercaba, más intensa era la fuerza que lo repelía; no obstante, en un intento desesperado por conseguir su objetivo, se abalanzó sobre el agujero de luz y miró con tristeza cómo las alas del águila sublime se desgarraban.

Fue en ese instante de magia y dolor cuando despertó y sintió que tenía el control de su mente y cuerpo, aunque éstos lo rechazasen y tratasen de expulsarlo. Además, muy vagamente, creyó ver la silueta de una mujer que abandonaba su habitación y le sonreía con dulzura. Pero todo debía ser solo una mera alucinación, estaba verdaderamente afectado desde aquel incidente con el doctor Lorax. Era extraño volver a sentirse dueño de sí mismo, pero ¿cómo había ocurrido? Y, llevándose los dedos a los labios, notó que estaban húmedos, pero era una sensación muy estremecedora para ignorarla. Era como si alguien acabase de darle un beso, uno muy especial y puro. Y precisamente eso podría ser lo que hubiese contribuido a su resurgimiento, aunque ¿quién podría haber sido? Se sentía muy bien, casi como divagando en el paraíso. Pero ¿quién ocasionaría tan inefables emociones en su ser? ¿Acaso…?

Más tarde cavilaría sobre tales cuestiones, ahora debía concentrarse en averiguar si había recuperado por completo el control. En cuanto se puso de pie, miró a su alrededor sin siquiera saber si se hallaba en el mundo real. Al descubrir que podía controlarse a sí mismo, pese a la fuerza tan poderosa que sentía vibrando por su ser, y que intentaba recuperar el mando, gritó como un demente y se aferró tanto como pudo a él mismo. En tanto continuaba la encarnizada lucha, un olor descomunal llegó hasta sus narices, parecía un vapor proveniente de alguna misteriosa ubicación. Viró y notó que era un flujo iridiscente, con la propiedad de penetrar muros y objetos, y que susurraba una especie de mensaje ininteligible. Entonces dejó de luchar contra sí mismo y se dispuso a seguir aquel color que olía, que se elevaba tan extrañamente, pues su brillo ostentaba todos los colores. Curiosamente, siempre que intentaba alcanzarlo, éste se alejaba más y más, aunque también Leiter lo hacía.

Cruzó inconscientemente el centro y se adentró en el bosque, donde el flujo se intensificaba en coloración, pero perdía su olor. Pese a este detalle, el recién liberado se sentía conmocionado por tan súbito e inexplicable aroma, que llegaba a su recién recuperado cerebro y le producía vibraciones inexplicables. A lo lejos, percibió un grito horripilante y una cascada de sangre rasgó los oscuros cielos. Muy someramente aquella desgarradora voz le recordó a la del sujeto que lo había sometido a su reclusión interna. Cuando el cúmulo de sangre invadió el cielo, aquel símbolo gnóstico dejó entrever la verdad y la mentira perfectamente separadas, aunque el momento fue tan ínfimo que ningún mortal alcanzaría a discernirlo. Leiter se cuestionó si aquel suceso tan sombrío tenía algo que ver con su nuevo despertar. Todo era confuso, quién sabe si incluso aún se hallaría con vida. Tal vez había muerto y él era el único que lo sabía.

Se detuvo finalmente en el lugar donde el holograma era más fuerte, su memoria era un absoluto caos. Aquello parecía ser una cueva y recordaba haber estado ahí antes, tal vez se engañaba. Decidió entrar y lo que halló parecía ser la guarida de alguien más. Había ahí mínimas porciones de semillas y frutos, libros y una madera carcomida como cama. Nada relevante, en resumidas cuentas, solo el simple refugio de algún ermitaño. Pero era como si conociera al habitante de aquel refugio insano entre todos sus recuerdos, era tan confuso intentar esclarecerlo. ¿Acaso alguien lo había borrado la mente? Estaba seguro de que así era, de que sabía la identidad del sujeto que ahí se parapetaba, pero un bloqueo lo afectaba. Intentó recordar, y hasta creyó luchar contra su propia mente con tal de extraer la reminiscencia, pero perdió. La cabeza le daba vueltas y le punzaba, sentía como si le fuese a estallar. Sin saber qué hacer para frenar el desvarío y la agonía, se aventó contra el suelo y comenzó a azotarse cual vil alienado. No percibió su propia sangre, pero lo que sí notó fue que el flujo cromático emanaba de algún punto en el suelo. Al instante comenzó a excavar y, como pudo, removió la tierra en el lugar exacto de dónde provenía aquella impresionante emanación multicolor.

Por fin halló respuesta al misterioso fenómeno que lo había guiado hacia ese sitio. Entre cansado y adolorido, extrajo de aquel agujero un conjunto de papeles envueltos en un halo iridiscente. Temeroso de abandonar su cuerpo y su mente de nuevo, esta vez para siempre, tomó los papeles y salió corriendo de aquella cueva maldita. Lo que más lo aterró fue el hecho de haber vislumbrado la sombra de un señor ataviado de negro y con la cara cubierta por infinitas verrugas supurantes, pero al que parecían crecerle cuernos iridiscentes y extremidades raras conforme extendía su oscuridad. Sin embargo, Leiter salió tan precipitadamente que no notó la transfiguración completa de aquella forma bestial que, en cuestión de segundos, se abalanzó contra él. Fue así como comenzó una carrera endemoniada con Leiter recién recuperado en cuerpo y mente sosteniendo los manuscritos iridiscentes y la gran bestia del nuevo orden bramando por imponerle la marca de los condenados.

Por fortuna, cada vez que Leiter sentía como si aquella asquerosidad lo fuese a alcanzar, podía recordar las alas del águila que lo liberaron de su prisión y, milagrosamente, se adelantaba mucho más de lo que sus piernas podían hacerlo. Así continúo durante algunos minutos hasta que llegó a la neblina misteriosa, aquella que conducía a La Iluminada Ascensión. Ya casi estaba por rodear el contorno de la cumbre cuando la bestia de cuernos retorcidos y tornasolados lo alcanzó y sostuvo su desgastado pantalón para aferrarse a él. En la lucha por liberarse, Leiter contempló el horror en su máximo esplendor, pues indudablemente esos ojos ardiendo en odio eran los mismos del sujeto que le había robado el alma… Solo unos instantes lo miró fijamente, pues, al verse capturado, se retorció tanto como pudo, tras lo cual perdió el equilibrio y, con la mirada aterrorizada, tras haber pateado al chivo negro de infinita maldad, cayó antes de llegar a la orilla de la cima.

Al despertar, Leiter se hallaba en una especie de páramo estelar. Avanzó unos cuántos pasos mientras recuperaba el aliento, para luego dejarse caer y disfrutar lo sensacional de aquel paisaje. Nada parecía tener el más mínimo sentido en aquel límpido lugar al que había arribado; no obstante, esto mismo era intrascendente, todo lo que le importaba era sentirse libre y por fin dueño de sus propias facultades físicas y mentales. Exploró un poco más allá de donde se hallaba y se aterrorizó al percatarse de la vastedad de lo que simulaba ser un universo en infinita expansión. Sus ojos casi quedaron cegados cuando miró detenidamente el cielo y logró atisbar el planeta Tierra, pero no era azul, sino negro. Desde luego, ninguna certeza podía tener que se tratase del planeta de los monos parlantes, pero un tenue susurro le indicaba que así era. Lo más grave y funesto fue cuando, al caminar unos cuántos pasos hacia el borde de aquel fluorescente páramo, descubrió inmensas colisiones entre pirámides y relojes que eran absorbidas por ojos multicolor y cuyo vaho provenía del caos mismo. Además, pudo sentir en su máximo esplendor el fulgurante contraste entre el determinismo y el elemento estocástico de la materia que representaba una de las más bajas formas de energía, y que era la causante de la existencia humana.

A punto estuvo de enloquecer cuando vislumbró el origen y el destino de todas las supernovas y los agujeros negros, de la vida y la muerte, de la existencia y la nada, del vacío y el TODO. Se trataba de una inmensa entidad de características hermafroditas, cuyo simple suspiro bastaba para batir universos tangentes en una pasta que involucraba eones y megalíticas formas estelares desconocidas. Dicha entidad poseía una mirada penetrante y hermosa de tonalidad violeta como ninguna otra, muy por encima de cualquier clase de humanidad. Comprendió Leiter, en el segundo que todo esto duró, que se trataba de un sueño. Sí, era el más sobrenatural y espléndido sueño que alguna vez hubiese tenido. No solo por la inmaterialidad que lo cercaba, sino por la cantidad inmensa de teorías que confluían en aquella divinidad demoniaca. Explicar sus formas y las sensaciones que le hacía sentir, así como la vibración y la sintonía en que esa especie de deidad lo mantuvo en ese ínfimo periodo más allá de cualquier medida del tiempo, le era prácticamente imposible.

Solo el violeta perfecto de su mirada, los tentáculos que se extendían por el espacio espiritual y todos los planos, sus manos blancas con puntos negros que manipulaban vástagos del eterno infinito, y una insaciable coalición entre lo determinado y lo probabilístico, entre la causalidad y el destino, entre el bien y el mal, eran todo lo que podía Leiter tartamudear en su singular desvarío. Lo que más lo impresionó fue percibir que esa entidad podía ser maldad y bondad pura, poseía la dualidad en el todo, era masculina y femenina a la vez. Nada podía haberla creado, pues era esta clase de esencia magnificente la máxima expresión de la creación y la destrucción en una. De su forma y consistencia nada podía barruntar, parecía ser la tristeza misma del universo la que conformaba su organismo. El poder vital que la nutría era infinito, se regeneraba a cada instante y no requería de ninguna otra forma de vida para subsistir, de ninguna dimensión ni tiempo.

El caos en los multiversos era innombrable, imposible de encasillar en tan superfluas percepciones. ¡Qué inferior lucía el mono ante la expansión infinita y cuán insignificante era su posición en el TODO! Y cuando finalmente todas las dimensiones se contrajeran y colisionaran para formar la energía perenne, seguramente el mono sería excluido y conminado al vacío, donde bramaban las formas nauseabundamente inferiores de vida. La eternidad, el infinito, el orden y el caos, el TODO y el más allá, tantos conceptos superiores e inexplicables en la tierra de la muerte. Pobre humano, solo lástima era lo único que ocasionaba a los vetustos entes que reían demencialmente aguardando el momento perfecto para emerger y retomar el control, para oponerse de mejor forma al paralelo cielo del olvido. Así lo pensaba también en su mente aquel delirante y misterioso doctor…

–Doctor Lorax, la reunión final está lista. No necesito recordarle que es necesaria su presencia, pues hoy finalmente se acordará el despertar de eso…

–Sí, desde luego, ¿cómo podría olvidarlo? Estaré ahí en unos minutos, doctor Timoteo. Usted irá también, ¿cierto?

–Podría decirse, aunque solo seré oyente. Usted sabe, la alta concentración de energía vibrando en tal frecuencia podría afectarnos… Además, usted nos representará ante el doceavo superior.

El doctor Timoteo salió, dejando solo al doctor Lorax. Éste reflexionaba y parecía conmocionado. Todo el trabajo que había realizado en los últimos años al fin se vería recompensado. Solo un elemento faltaba para tener el control total y así convertir su poder en algo eterno. Se levantó y tomó un trago de ron, pensando y torciendo el gesto. No le gustaba lo que sentía ni lo que era. Por primera vez en todo su enigmático camino comenzaba a dudar y cuestionarse. Era cierto que revivirían las antiguas entidades y que ellos, al estar aliados con los doce superiores, podrían experimentar poderes magnificentes, pero ¿con qué fin? ¿Cuál era el sentido de todo? Ciertamente, comenzaba a perder el interés por la misión que había aceptado hacía tanto tiempo. Si llegaba a despertar aquello y conseguían, con toda la energía acumulada, doblegarlo y usar sus habilidades, ¿qué ocurriría? ¿Tendrían acaso la vida eterna? ¿Controlarían algo más que los multiversos, el infinito, la eternidad y el caos?

En la habitación contigua, repleta de extraños arabescos y con un fétido hedor, estaban sentados seis de los siete jefes de área. Eran los mismos sujetos repugnantes que Klopt y Pertwy habían atisbado en aquellos aquelarres ominosos. Eran los seis doctores pertenecientes a cada área del centro de investigación. Al fin, el doctor Lorax apareció para completar el séptimo de los elementos. Esta vez, a diferencia de las otras, solo él participaría activamente en la conversación, pues el doceavo de los superiores se presentaría y ninguno de los otros había conseguido abrir su tercer ojo para ser dignos de soportar la vibración de su energía. No obstante, su presencia era necesaria para que se pudiera abrir el umbral y se materializara efímeramente aquel ente. Cuando el doctor Lorax tomó asiento en el centro de la mesa, los demás miembros de aquel cerval comité ya se habían corrido en la boca de una mujer que se arrastraba y lamía el esperma y los meados derramados en el suelo. Al levantarse y mostrar su cuerpo desnudo y lacerado, el doctor sintió un irrefrenable deseo de poseerla, aunque ya lo había hecho tantas veces. Se trataba, indudablemente, de Poljka, aquella ramera a la que aquellos viejos follaban sin parar. Sus característicos ojos azules centelleaban en aquellos párpados ennegrecidos por el maquillaje, y sus cabellos oscuros estaban todos pegajosos y batidos de esperma y meados. Además, también estaba ahí la doctora Breist, antigua sacerdotisa suprema en la orden, que ahora se limitaba a masturbarse con un enorme pepino introducido en el ano mientras profería ominosas sentencias en un lenguaje ininteligible.

Ambas mujeres lucían desconcertadas. Sus ojos, aunque resplandecientes, denotaban un aislamiento execrable. Algo en ellas no estaba bien, era antinatural el comportamiento tan bestial y lascivo. O quizá solo era que habían sido reemplazadas como Leiter por alguna clase de concupiscente entidad de algún plano todavía más inferior al humano. Quién sabe qué se escondería detrás de esa apariencia delicada y fingida. ¡Qué especie de criatura había suplantado su verdadera identidad era un enigma imposible de descifrar! Lo cierto era que Poljka había tomado el lugar que otrora ocupase la doctora Breist. Seguramente se convertiría, sino es que ya lo era, en la muñeca sexual predilecta de aquel enfermizo y repugnante conjunto de supuestos investigadores de élite. La verdad es que el toque esotérico de la habitación era perfecto, pues toda clase de innombrables artefactos y pinturas adornaban la desgastada pared, confiriéndole un toque mágico y repulsivo a la vez. Los gemidos de la doctora Breist cesaron y Poljka se detuvo para sorber el esperma restante de aquellos viejos inmundos que había sido acumulado en un vaso de vidrio junto con una sustancia vomitiva que parecía ser excremento líquido. Lo bebió todo de un solo trago y casi devolvía el estómago de no ser porque un estruendo de intensidad bárbara sacudió toda la habitación.

Se escuchó una voz, un eco desconcertante congeló cualquier forma de espacio-tiempo, inmovilizando todo lo que perteneciese a lo humano en aquella execrable habitación. No obstante, de cada uno de los seis viejos vomitivos emanaba una pestilencia bárbara por sus oídos, mientras que por todo su cuerpo escurría una sustancia fétida y asquerosamente gelatinosa que se derretía y fortalecía la oscuridad inminente que reinaba sobre el lugar. De pronto, todos salieron proyectados hacia el infinito y solo el doctor Lorax pudo moverse. Él era quien debía hablar en representación de todos, pues, hasta ahora, había sido el único capaz de abrir totalmente el tercer ojo, instrumento necesario para comunicarse con el doceavo superior. De hecho, él era el único que había conseguido el tercer ojo sin necesidad de intervención espiritual-quirúrgica, pues los seis jefes de área habían sido intervenidos para poder poseerlo, aunque no habían sido capaces de abrirlo en su totalidad, algunos incluso apenas y habían logrado despegar los párpados. En cuanto a la doctora Breist y Poljka, ambas yacían desnudas y colocadas en un pedestal de oro fulgurante, como si estuviesen esperando ser penetradas por algo supremo. El doctor Lorax hizo una reverencia y recitó fervientemente algunos mantras, tras lo cual se materializó el ente conocido como el doceavo superior, en tanto sus ecos tomaron la forma de una voz espectral y avasallante.

–Bien, puedo notar que ya está casi todo listo para el despertar supremo. Espero que en verdad tengas todo bajo control, no olvides que los doce superiores te vigilamos.

–No lo he olvidado; de hecho, lo tengo más presente que nunca. Le aseguro, supremo doceavo, que el control buscado sobre el elemento faltante en la cadena de acontecimientos estocásticos será nuestro. Debo decir –aclaró el doctor Lorax con tono modesto–, que hemos recibido algo de daño por parte de todos aquellos que oran por el bien y la pureza, pero la energía negativa en los humanos siempre nos alimenta sobremanera.

–Naturalmente, las vibraciones de esta raza son demasiado repulsivas. Es una verdadera suerte que el Vicario haya caído justo en este planeta. Tal vez el destino nos favoreció, aunque parece una tontería creerlo de ese modo.

–¿Acaso no pueden los doce superiores prever lo que acontecerá?

–Ciertamente sí, pero una gran gama de sucesos tienen mayor carga estocástica, y eso obnubila la visión de lo que en la humana percepción sería el futuro. Pero si obtenemos el poder del Vicario y lo usamos adecuadamente, no solo conseguiremos derrotar de manera definitiva al único enemigo que nos impide abrir el portal y descolgar el cordón plateado, sino que podremos, de manera inconcebible, oponer resistencia a los tentáculos del destino que maneja la divinidad demoniaca y hermafrodita en el centro del TODO.

–¡No puede ser! ¿También eso será posible? –exclamó en un paroxismo demente el doctor Lorax.

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Libro: La Esencia Magnificente


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