Capítulo XXVI (LCA)

Cuando Lezhtik termino su discurso, los estudiantes parecían despertar de un sueño, se tiraban al piso y soltaban injurias, se quejaban de un dolor de cabeza y de algo que no podían describir. Era como si una especie de masa pegajosa luchase por permanecer en su interior, al menos eso expresaron varios con gritos inhumanos. Entonces, contemplando con temor el suceso, como si de una maldita novela de horror se tratase, los ojos del director se tornaron amarillos y sus pupilas se rasgaron violentamente; además, su forma humana se trasfiguró en una más salvaje, más rugosa y verdosa, como si fuese un reptil. No solo él, sino también los profesores Saucklet e Irkiewl; era una locura monumental lo que ocurría. Los hombres reptil se acercaban a Lezhtik apresuradamente, apartando del camino a los estudiantes que continuaban retorciéndose en el suelo. Cuando estaban por alcanzarlo, una mano se apoyó sobre su hombro y una sensación familiar le invadió; giró la cabeza y su pesar se aligeró un poco.

–¡Filruex! ¿Cómo rayos es que has llegado aquí?

–Eso no importa por ahora, debemos ver el modo de salir lo más pronto posible.

–Sí, estoy de acuerdo. Pero ¿qué haremos para escapar?

–Tengo una idea que puede ayudarnos –dijo aquel salvador con perseverancia.

De su bolsillo, sacó un arma y apuntó contra todos los que se acercaban torvamente. Al instante, éstos detuvieron su caminar y retrocedieron ligeramente asombrados. Tanto los centinelas del ojo, quienes habían aparecido prácticamente de la nada, como los reptiles se detuvieron. Sin embargo, el que había fungido como el director durante todo el periodo se desternilló y animó a los demás a proseguir.

–¡Solo es un arma! –expresó con decisión mientras observaba con sus pupilas amarillas a los dos jóvenes–. No hay razón para alarmarse.

–Pero ¿cómo es que puedes hablar nuestro idioma? –profirió Filruex anonadado y ligeramente nervioso.

–Nosotros nos comunicamos telepáticamente, pero hemos pasado ya algún tiempo aquí, entre ustedes, y hemos aprendido los sonidos de su lengua incluso sin nuestra forma humana.

–¿Forma humana? –inquirió Lezhtik muy sorprendido por aquella denominación.

–¡Así es! ¡Forma humana! –respondió el hombre reptil– Nosotros usurpamos los puestos de los profesores, o al menos de la mayoría de ellos. Los aniquilamos y conservamos sus cuerpos para posteriores proyectos.

–Sin embargo, sabíamos que no bastaba con tomar la forma externa –aclaró el reptil que anteriormente fuese el profesor Saucklet–. También obtuvimos, gracias a nuestra tecnología avanzada, parte de sus pensamientos, su forma de hablar, de comer, de sentir. Tomamos su esencia y la clonamos para utilizarla como nuestra. No solo robamos su identidad física, sino la mental. Podemos hacer eso y más, ustedes no tienen idea del inmenso poder de control mental que poseemos. Son solo seres desesperados y mal guiados, pero pronto eso cambiará.

–Ya veo, con razón pudieron controlar y poner a su favor a los estudiantes, gracias a sus técnicas funestas –expresó con desagrado Lezhtik.

–Sí, aunque no fue muy difícil someterlos. Y ahora mismo terminaremos con ustedes de una vez por todas, serán los últimos que se atrevan a oponer resistencia –dijo exaltado el reptil que fuese el director.

–¡No se acerquen o usaré esta cosa contra quien sea! –espetó Filruex algo contrariado por todo lo comentado.

–¡Idiota! –dijo el director saltando sobre él–. ¡Ya te dije que tus armas humanas no pueden dañarnos!

Filruex no sabía si funcionaría aquello, pero había trabajado tantas horas y había gastado tanto dinero en esa arma, que le tenía una fe demencial. Por otra parte, dudaba demasiado de su efectividad en una situación como la actual, pues ya nada normal podía esperar después de todo lo presenciado. Estaba casi por abandonar su propósito y ceder antes aquellas criaturas hasta que una voz singularmente tranquila lo envolvió y le dijo:

–Si crees con el espíritu, nada fuera de él podrá resistirse a tus deseos.

–¿Quién eres? ¿De dónde proviene eso? –cuestionó Filruex en su mente, pues solo él parecía escuchar aquella voz armoniosa.

–Si eres sincero y tus deseos lo son, nada podrá escapar ante la verdad de tus intenciones –repitió aquella voz con una calma extrema.

Filruex no sabía qué hacer, pero el reptil estaba por tomarlo y destruir todas sus esperanzas de libertad. Decidió hacer caso a la voz y apretó el gatillo, deseando con todas sus fuerzas que la bala atravesase a aquella criatura no humana. No sabía si funcionaría o no, pero no le quedaba tiempo para reflexionar sobre ello. Cuando abrió los ojos, contempló cómo aquella cosa caía al suelo con un agujero en la cabeza. El arma había funcionado, había matado al director, o lo que fuese aquello, que se había desplomado por el suelo sin dar señales de vida. Los demás miembros de su raza, y también los centinelas del ojo, quedaron estupefactos. El cuerpo, casi instantáneamente, comenzó a evaporarse y desprendió un olor funesto.

–¡Rápido, Lezhtik! ¡Vete ya! –dijo Filruex sosteniendo el arma con fuerza–. ¡No tengo balas para todos! Yo ya estoy perdido, pero tú aún puedes escapar.

–Pero ¿cómo podría hacer eso? Todas las salidas están selladas, nos encontramos en el patio de la universidad, será imposible escapar. Además, ¿qué será de ti?

–Eso no importa, yo ya no tengo salvación. He vivido de un modo no muy distinto al de los zombis que ahora se encuentran frente a ti. He intentado seguir ciertas creencias propias y no someterme a las normas morales, sociales, políticas o religiosas. He conseguido sentirme bien, pero nada más que eso. Hubiera querido que todo fuese distinto, pero el mundo es un lugar triste. Quizá nadie crea todo lo que aquí hemos visto y vivido; empero, debemos denunciar que existen criaturas no humanas entre nosotros, que nos gobiernas y que están aliados con sectas fraguadoras de guerras, armas y desigualdad. ¡Vete ya! ¿Qué haces aquí?

–¡No existe lugar por donde escapar! ¡Te he dicho que todas las salidas están cerradas! –contestó Lezhtik un tanto descorazonado.

Los centinelas del ojo y los reptiles contemplaban el cuerpo ya casi evaporizado de su antiguo líder, parecían recobrar su valor y su vigor, virando nuevamente hacia los dos únicos rebeldes en pie. Esta vez, su actitud reflejaba un odio increíble, como nunca lo habían expresado. Tal parecía que la muerte de uno de sus compañeros los había puesto furiosos en extremo. Sin embargo, detrás de ellos, varios estudiantes comenzaban a entrar en razón, se estaban recuperando de las intensas jaquecas que los habían atacado minutos antes.

–¡Oh, no! ¡Están despertando de verdad! –comentó uno de los reptiles desconcertado.

–¡Todo es culpa de ese maldito humano! Algo debe haber en él que es capaz de romper el hechizo de control mental –dijo otro, el más feo de todos.

–De ningún modo debemos permitir que alguien con ese poder se nos escape. ¡Vayamos por él ahora mismo!

Unos gritos desgarradores se escucharon detrás de los reptiles. Los primeros en voltear fueron los centinelas del ojo, que hasta ahora habían permanecido como auténticas estatuas, esperando órdenes como máquinas programadas para actuar al pie de la letra. Los horripilantes gritos pertenecían a los estudiantes, quienes no daban crédito a lo que miraban.

–¿Qué demonios son esas cosas? ¿Acaso son reptiles en dos patas? ¡Mis ojos deben estarme jugando una pésima broma! –dijo el joven con los brazos tatuados.

–¡Yo estoy mirando lo mismo que tú! ¡Qué asquerosos se ven! ¡No puede ser verdad esto! –mencionó la mujer que sudaba en exceso.

–¡Maldición! ¡Maldición! –balbuceó uno de los reptiles–. Si despiertan por completo, será nuestro fin. Necesitamos que nos teman, pero, si no es así, lo habremos perdido todo. Sin su miedo y su sumisión, no tendremos poder…

Lezhtik y Filruex se detuvieron a contemplar el resurgimiento de aquellos compañeros suyos, algo en su semblante lucía distinto. Los reptiles ordenaron a los centinelas del ojo que incrementaran la frecuencia de las ondas que esparcían para adormecer el cerebro, pero al parecer éstos estaban en una especie de suspensión mental, pues no parecían actuar con claridad y sus movimientos, otrora bien coordinados, eran ahora torpes. De tal suerte que todo parecía indicar el fin de los reptiles ante su incapacidad para alimentarse de las emociones negativas, pues los estudiantes que les sirvieran de alimento emocional parecían, aunque temerosos por el aspecto infame de éstos, libres de todo sentimiento negativo.

Fue cuando en la pantalla apareció subrepticiamente la imagen que Lezhtik jamás olvidaría. Se trataba de un ojo inmenso e imponente, parecía estar en la cúspide de una pirámide. Dicho ojo ocupaba la totalidad de todos los monitores, pero con la particularidad de que parecía pertenecer a alguien o algo, como si tuviese vida propia, pues miraba a un lado y al otro raudamente. Se detuvo unos instantes y de su centro desprendió una luz muy rara, oscura y mortecina, la cual cayó sobre todos los ahí presentes, ocasionando un cambio total a la situación. Los estudiantes que parecían ir despertando se convirtieron en zombis, literalmente. Comenzaron a babear y a caminar erguidos, sus ojos se tornaron blancos y su semblante cabizbajo. Los reptiles y los hombre de negro, por su parte, parecieron fortalecerse con aquel resplandor fatuo y execrable. Lezhtik y Filruex sintieron una debilidad increíble en el cuerpo y en la mente, incluso parecía que esa luz deseaba tomar algo de ellos que se hallaba más allá del cuerpo. Resistieron con todas sus fuerzas hasta que la iluminación demencial cesó.

–Tienes que salir de algún modo, Lezhtik. Si tan solo yo… –expresó Filruex contrariado y con la mano temblorosa.

Entonces recordó las palabras de aquella tenue y etérea voz, la que le impulsaba a obrar con el pensamiento, a desear cosas con todo su corazón y dejar que el espíritu se encargase. Así decidió hacerlo, pues se encaminó hacia Lezhtik y colocó su mano en el corazón de éste. Entonces sintió la vibración de sus latidos, el palpitar agitado de ese ser que consideraba tan distinto al resto, único inclusive. Tantos momentos habían compartido juntos, tanto tiempo habían perdido cada uno en sus respectivas existencias. La diferencia radicaba en que Lezhtik, pese a todo, era de corazón puro, buscaba un cambio que Filruex no podía ya lograr, pues, dadas sus acciones, se consideraba parte del problema. Había cosas que le atraían en el mundo y eso lo condenaba, hubiese querido no desear ya nada. Tal vez ese ser frente a él también deseaba cosas así, pero su voluntad era distinta. Su tristeza era más fuerte que sus deseos de una vida terrenal, y eso era razón suficiente para que viviese, al menos un poco más que él.

–¿Qué es lo que estás haciendo, Filruex? ¿Acaso te volviste loco? De algún modo, ese ojo y su oscura luz acondicionaron más a los estudiantes. ¡Debemos irnos ambos! ¡Ahora!

–Eso no será posible, alguien debe detenerlos hasta que puedas cruzar. Hasta pronto amigo, espero volver a verte en alguna ocasión. Ojalá que nuestros destinos vuelvan a coincidir –exclamó con lágrimas en los ojos Filruex, admirando en todo su esplendor a Lezhtik, con esos hermosos ojos y esa virtud tan excelsa que solo en él encontraba.

–Pero ¡Filruex, no! ¿No estarás pensando en hacer alguna locura?

–No, esta vez no –respondió el poeta rebelde al tiempo que sus labios se unieron con los de aquel a quien siempre amó y admiró.

Y justamente cuando aquel beso sublime aconteció, cuando sus bocas se unieron no en la carne, sino en el espíritu, se produjo entonces un destello inefable. Luego, una luz iridiscente, tan distinta de la esparcida por el ojo gigante, iluminó el lugar. Para cuando Lezhtik volvió a abrir los ojos, dicha luz había desaparecido. Y en su lugar se hallaba el exterior de la universidad, coronado por aquel cielo límpido, como si ningún mal amenazara la existencia. Filruex lo había logrado, lo había trasladado justo fuera de la entrada principal. Lezhtik miró a su alrededor y distinguió el Bosque de Jeriltroj. ¡Realmente estaba fuera! Pero ¿qué sería de su amigo ahí dentro? En cuando intentó reflexionar, vio cómo un grupo de centinelas del ojo se dirigían hacia él. No lo pensó dos veces y corrió lo más rápido que pudo.

Los centinelas del ojo perseguían a Lezhtik incesantemente, se desplazaban como auténticos autómatas. Sus pasos eran largos y contundentes, como si una clase de anatomía anómala operase en sus movimientos. No deseaban perderlo de vista, sabían que necesitaba pagar por sus crímenes. ¿Qué clase de idiota se atrevería a oponerse al nuevo orden? Era absurdo, el nuevo orden lo tenía todo, absolutamente todo lo que se podía desear. Todo aquel que rechazase la dulzura de un materialismo tan elucubrado y benevolente no merecía existir en la obra maestra del señor todo poderoso. En sus mentes programadas para funcionar conforme los requisitos que el señor dictase, no cabía la menor duda. La amenaza no podía huir, era menester terminar con todos los rebeldes, o si no… Si no, podía ser que esos extraños seres llamados humanos comenzasen a pensar y pudieran despertar. Bueno, era cosa casi imposible, pero siempre cabía la posibilidad. Y, mientras Lezhtik escapaba, Filruex no corría con igual suerte.

–¡Tráiganlo aquí! –indicó uno de los reptiles, quien parecía ahora querer tomar el mando.

–¡No se atrevan a tocarme, bestias asquerosas! –espetó Filruex sobresaltado, con la mano temblorosa.

Pero su arma ya no funcionó, descargó las balas restantes en aquellos cuerpos verdosos, pero no cayeron. Las balas rebotaron como chocando con una inmensa pared, mientras Filruex contemplaba con horror cómo era arrastrado por aquellos seres anómalos hacia un destino horrible. Lo desnudaron mientras toda la caterva de estudiantes clamaba y se agitaba, como si careciesen de pensamiento propio. El ojo en la pantalla ya no emitía la iluminación de antes, ahora parecía estar fijo en lo que ocurría, no parpadeaba siquiera, pero, cuando Filruex lo miraba, sentía como si estuviese siendo observado por una presencia divina. Ese ojo tenía algo raro, algo de demoniaco y divino, algo inusual. En su interior no existía el fin, era eterno lo que podía observar. Sí, nada le estaba oculto ni le era desconocido, y hasta podría decirse que el infinito y la sabiduría suprema eran intrínsecos en su esencia.

–¡Miren todos! –dijo el reptil que antes era el profesor Saucklet–, esto es lo que les espera a todos los imbéciles que se atrevan a darnos la contra. Bien deberían saber que su mundo ya no les pertenece; de hecho, quizá ya nada es suyo, pues lo han corrompido todo con su perversidad, su maldad, su dinero, su injusticia, su muerte, su violencia… ¡Con su humanidad!

–¿Qué estás diciendo? ¡Ustedes son los malvados aquí! –replicó Filruex zafándose momentáneamente del agarre de aquel reptil que lo contenía.

La muchedumbre ahora lucía ansiosa, como si un furor diabólico hubiese caído sobre ellos. Filruex escuchó que algunos soltaban injurias mientras que otros parecían estar en un estado de somnolencia. Lo cierto era que ahora lo despreciaban sobremanera, era él el malo de la novela por haberse opuesto al acondicionamiento. Era él, el joven poeta, el que había desafiado lo que era imposible de cambiar. Y aquellas criaturas no humanas habían corrompido la supuesta sublimidad en el humano, incitándole a un mal irremediable.

–¿Criaturas no humanas? ¿Nosotros les trajimos el mal? –repitió uno de los reptiles burlonamente.

–¡Malditos! ¡También pueden leer los pensamientos! –expresó Filruex con repugnancia.

–Tus ojos solo te muestran lo que tu reducida esencia puede ver. Nosotros y todos los seres carecemos de una forma determinada, pero esto ustedes no lo entienden, humanos patéticos. Su raza es tan precaria, tan enfermiza, tan nauseabunda. De todos los planetas que hemos conquistado, ustedes han sido los más divertidos. Tienen todo para alcanzar las estrellas, para desprenderse de este plano superfluo, pero eligen vivir miserablemente. Les gusta ser esclavizados, esa es la verdad, eso ha hecho más fácil nuestra misión. Todo lo que piden a cambio es dinero, vicios, entretenimiento. Si tienen algo de eso, es imposible que se rebelen; incluso, con el paso del tiempo, se sentirán agradecidos con su forma de vida. Y realmente que son inferiores, más de lo que imaginábamos. Cuando pisé este miserable mundo por primera vez, jamás llegué a pensar en toda la decadencia de su raza. Y creí que sería difícil entrometerme entre ustedes, pero paulatinamente fue aprendiendo, fui estudiando. Recuerdo que los primeros humanos que encontré me parecieron buenos, eran campesinos que se dedicaban a la cosecha y a la pesca. Asesiné a uno de ellos y tomé su forma, me mezclé y fui aprendiendo. Comprendí que me había equivocado, pues yo necesitaba de sentimientos negativos, de malicia, de ambición, de poder y de temor. Sin embargo, las auras de esos campesinos no irradiaban algo así. En su lugar, había en ellos una pureza, una paz que no cuadraba con lo que yo creía saber de este mundo. Convencido de que aquellos humanos no eran lo que buscaba, decidí explorar más. Fue así como me desplacé hasta otros pueblos más lejanos, pero ocurría lo mismo, humanos sin temor ni ambiciones.

“Casi estaba por desistir en mi misión y por irme de este planeta, cuando escuché a un niño hablar sobre la civilización; era justo lo que necesitaba. Aquel humano subdesarrollado mencionó que en la llamada sociedad moderna existía una gran cantidad de algo llamado dinero. Era la razón por la cual las personas vivían, era lo que todos perseguían; tenerlo significaba ser dichoso, ser lo mejor. No tenerlo, por el contrario, siempre conllevaba a la miseria y a los problemas. Le pedí que me contara un poco más, pero no sabía mucho. Me dijo que los humanos trabajaban casi todo el día para obtener eso llamado dinero, con lo cual podían comprar cosas como mujeres, alcohol, tabaco, ir a los juegos de azar, usar ropa de marca, poseer autos lujosos y mansiones. Por supuesto, en ese momento no comprendí mucho de lo que aquel enclenque me decía, pero, cuando decidí venir a la civilización, entendí todo aquello.

“En un principio, me costó aprender de los humanos, debo decirlo. Me parecían criaturas paradójicas, como si existiesen múltiples personalidades en su interior. Eran capaces de crear cosas demasiado bellas, muy complejas y abstractas. Y su habilidad de razonamiento me pareció asombrosa, sus capacidades intelectuales eran sencillamente impresionantes, su creatividad y su imaginación me deslumbraron por completo. Pensé que debía alejarme lo más pronto de una raza así, pues no podría un ser como yo sobrevivir mucho tiempo entre seres como los humanos. Fue así como decidí regresar a mi nave e irme, ser sin antes contemplar los fantásticos edificios y las construcciones monumentales que el hombre había edificado. Y cuando estaba a punto de irme, algo me detuvo. No había prestado atención a ello hasta el momento, pero siempre estuvo ahí.

“Era cuestión de concentrarse un poco para sentirlo, para poder alcanzar esa vibración tan particular que proviene de la energía negativa, esa que solo los humanos son capaces de emitir. Me concentré aún más, indagué más allá. Mis facultades mentales me permitieron averiguar cosas que hasta ahora había ignorado. En mi mente, observé la historia de tu raza, los periodos más oscuros, ¡las guerras! Sí, eso era. Sabía que en alguna parte estaban esos sentimientos y no me equivoqué. Decidí emprender nuevamente un recorrido por el mundo, esta vez prestando atención a todos los detalles, ahí encontré mi razón de ser aquí. Pude verlo todo, así como escuchas, ¡todo! Niños muriendo de hambre mientras en otros lugares se tiraba comida en demasía. Humanos que se emborrachaban los fines de semana, que fumaban y se drogaban, que pagaban a mujeres para experimentar un placer terrenal, que trabajaban largas jornadas con tal de obtener eso llamado dinero. Y todo eso mientras en otros lugares había gente que moría, que yacía en hospitales agonizando, que suplicaba no por placeres o bebidas, sino por un pedazo de pan. Había unos que pasaban todos sus días mirando una caja donde se proyectaban imágenes que pudrían la mente o escuchando un aparato donde se difundían puras tonterías que las personas aceptaban como verdades. También había aquellos que vivían en mansiones, que tenían demasiado poder, que ostentaban muchos bienes materiales; en contraste, había otros que incluso lamían las migajas del suelo, que trabajan horas extra para tener el estómago mínimamente lleno.

“Noté tantas cosas en el mundo, tantas que antes había obviado evidentemente. Y esos patrones se repetían en todos lados. Un hueco se abría para mí, pues comenzaba a pensar en cómo usar aquellos elementos a mi favor. Ahora veo que hubiese sido un error haberme marchado, haberme ido sin haber reflexionado. Existían tantos elementos para controlar a las personas, para hacer que actuasen como quisiéramos, para alimentarnos con ese conglomerado exquisito de energías destructivas y negativas cuyo flujo parecía no detenerse jamás. Había tanto por explotar que ahora pienso con felicidad en el regreso de nuestros dioses, todo a costa de cuerpos como el tuyo. Los elementos principales que hemos utilizado en nuestra treta han sido la iglesia y los gobiernos. Sí, hemos adoptado sus formas, hemos aprendido tanto sobre ustedes que en verdad pasamos desapercibidos sin problema alguno. Me atrevería a decir que sabemos más sobre ustedes que ustedes mismos, ignorantes de su origen y de su fin, de su sentido al estar aquí, de su posición en el universo, del poder de sus mentes.

“Ustedes, monos parlantes, no merecen la vida, no merecen nada. Yo pude aprender y comprender que su raza está condenada a la extinción por el modo en que viven, pero no pienso desaprovechar tan magnífica oportunidad. Durante eones hemos recorrido el Hipermedik con el objetivo de encontrar un lugar y seres como ustedes. Sí, como los humanos, los únicos que destruyen aquello mismo que es fuente de su existencia, que extienden su estupidez por doquier y aniquilan el entorno en que subsisten. Ustedes, que se matan sin cesar los unos a los otros y que no pueden vivir sin pelear un solo día ¿Acaso hay algo por lo que no peleen? ¡Dinero, sexo, alcohol, tabaco, drogas, petróleo, riqueza, poder, tierra, aire, agua, luz, gas, poder, democracia, producción, entretenimiento! ¿Ahora lo ves? Ustedes son los amos de la guerra, pelean por todo. La existencia de tu raza está condenada, no haré más que darles un uso útil a esos cuerpos huecos.

“Y por eso estamos aquí, por la cantidad tan inmensa de energía negativa que se acumula en todos lados de un modo tan sencillo. Por eso les hemos dado este sistema en donde ni siquiera saben que están inmersos. Pasan sus vidas en absurdas tareas, nos entregan su tiempo y su dinero. Solo les damos lo suficiente para que se sientan recompensados por lo que hacen, para que puedan pagar sus vicios y sus entretenimientos. ¡Nosotros decidimos qué verán, qué sentirán, qué degustarán, qué escucharán, qué olerán, qué serán! Absolutamente nada de ustedes nos es desconocido, lo sabemos todo… ¡Todo de verdad! Tenemos un registro y número para cada uno, mismos que aceptan gustosos y sin preocupación. Pero viven en burbujas, en sus propios mundos, anhelando cosas terrenales, materiales y, sobre todo, hemos hallado el instrumento perfecto de manipulación: el dinero. Sí, esos pedazos de papel deciden al instante quién es rey y quién es un mendigo solamente; quién vive y quién muere, quién crea enfermedades y quién las contrae, quién crea guerras y quién las padece, quién implanta democracia y quién la recibe. Pero debes saber que, al fin y al cabo, sus vidas son nuestras. Solo son recipientes que usaremos para nuestros propios propósitos; su esclavitud es tácita, pero letal, pues ni siquiera lo notan. Lo tenemos todo planeado, nada ni nadie podrá detenernos, mucho menos gente como tú.

“Después de todo, todavía dices que fuimos nosotros los que hemos contaminado tu mundo, pero te equivocas, humano. Nosotros solamente fuimos atraídos por el estado putrefacto y decadente de tu raza, ese en el que se sumerge cada vez con más vehemencia y hasta con placer. Incluso sin nosotros, tu raza siempre ha seguido a falsos profetas, ha caminado a tientas a través del umbral de la perdición. Y, para colmo, ha llevado los ojos vendados, ha pensado que sus pasos eran firmes, pero nada más lejano de la verdad. Nosotros no hemos traído miseria y perdición a tu raza, eso estaba aquí desde antes y lo estaría aún sin nuestra intervención. La humanidad es un error, un defecto, una amenaza, un maldito virus que debe ser erradicado. Mi propósito no es corregir su camino ni desviarlo, solo obedezco a mis intereses. Usaré los cuerpos de los humanos como recipientes que serán ocupados por los antiguos dioses. Nos está resultando una labor muy fácil, solo un poco más y finalmente tendremos esos cascarones. Tan solo requerimos que las personas se idioticen más, que estén más huecas, que no aprendan, que no evolucionen y que no abran los ojos. Nosotros les hemos concedido una libertad ficticia y superflua, hemos tomado el reloj de sus vidas y los sueños que tanto aprecian los hemos despedazado lentamente, reemplazándolos con banalidades. En pocas palabras, hemos rediseñado el mundo y lo hemos hecho más a modo para la humanidad.

–Yo no quiero ser humano… –fueron las últimas palabras de Filruex antes de que el sacrilegio comenzara.

.

Libro: La Cúspide del Adoctrinamiento


About Arik Eindrok
Previous

Pensamientos EHD16

Desperdicio

Next