Hemos pasado tanto tiempo vivos que la muerte entonces nos parece sumamente extraña, pero quizás es la vida algo aún más extraño a lo que nos hemos acostumbrado tan solo porque somos demasiado cobardes para comprobar nuestra hipótesis inicial. Vida y muerte entonces son para nosotros conceptos imposibles de comprender y elementos en los cuáles transcurre nuestra funesta esencia sin importar si lo deseamos o lo odiamos. En conclusión: somos más irrelevantes de lo que hubiese alguna vez sospechado.
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Al final, no importa cuántas reflexiones se hagan sobre lo absurdo de la existencia y el suicidio, ya que ninguna de ellas cambiará que seguimos, irónica y tontamente, existiendo.
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Tal vez incluso la inexistencia no podría ser concebible sin la existencia misma, lo cual sería una contradicción y paradoja existencial que pondría en jaque todo lo que hemos creído hasta ahora como verdad. Pero ¿qué nos hace pensar que lo que hemos creído es lo correcto? Toda nuestra lógica humana es un juego de niños, una oda a la miseria y un patético intento por ser algo que jamás seremos.
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Y, sin la idea del suicidio, desde hace mucho tiempo que yo ya me habría suicidado. Solo ella me confiere un efímero bienestar, pues solo ella me tranquiliza en medio de este océano de infinita desesperación existencial.
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Probablemente somos solo buscadores de una inexistente y absoluta verdad en un mundo ahíto de absurdas contradicciones y putrefactas mentiras. Estamos entonces condenados al sinsentido y la trivialidad, y nada de lo que hagamos podrá nunca cambiar esto.
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Y, si la vida no era algo que deseaba, ¿por qué tenía que seguir experimentándola? ¿No sería preferible quitármela en este preciso momento? ¿No sería más adecuado tomar la navaja que tengo a mi lado e incrustarla en mis venas en lugar de estar escribiendo estos versos suicidas? ¿No resultaría más adecuado hacerlo que solo escribirlo, pensarlo y decirlo? Pero no, sigo viviendo, aunque deteste con todo mi ser hacerlo.
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Desasosiego Existencial