Y pasa que todos los elementos de la existencia están diseñados o alterados para hacer que permanezcamos aquí. No importa si es lo que vemos, escuchamos o leemos, siempre se busca que preservemos la vida y que nos reproduzcamos, aunque jamás se nos incita a reflexionar sobre ello. Esto es así porque para este sistema execrable somos solo marionetas carnales con un periodo de utilidad tan limitado que deben ser exprimidas al máximo antes de fenecer. Cada nueva vida es una llama que será apagada demasiado pronto y cuyos latidos estarán comprados por el dinero y la cotidianidad. ¡Oh, pesar inconsolable que se columpia de mi tristeza y que me abruma con su hosca presencia! Las rosas marchitas en el jardín de mi alma no volverán a sonreír como tantas veces antes; será mejor colgarse junto a ellas y esperar que las mandrágoras devoren mi espíritu totalmente enfermo de intrascendente filosofar.
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Las conchas azules proferían ininteligibles susurros de una realidad vetusta y olvidada por los banales seres de la actualidad, pero sabía que aquello poseía un valor mucho más intrínseco que mi patética existencia. Así fue como logré tomar el arma y usarla al fin para escapar volando hacia el nuevo mundo donde ya jamás tendría que volver a suicidarme. Sí, hacia ese palacio enjoyado que colgaba de las estrellas y cuya invisibilidad debía ser proporcional a su majestuosidad inmaculada. En sus pilares de cristal podría desangrarme por la eternidad y luego lamer mi sangre sin vergüenza alguna; crucificaría, asimismo, todas las ilusiones de las cuales pretendí servirme para evadir mi sombra. Azul demente y formas incompresibles me transportaban, a veces, más allá de las delirantes fronteras del universo palpable. Mi único pesar era retornar… ¡El eterno retorno a lo humano, demasiado humano!
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La luz, debía caminar hacia ella según se me había dicho. Pero no, era tan solo otro engaño más para hacerme volver a este mundo infame. La oscuridad era preferible, debía ir hacia ella y fundirme con su esencia para alcanzar al fin mi objetivo: la inexistencia absoluta. Solo ahí podría desmenuzar mis pensamientos oníricos y alucinar con reflexiones de melancolía inmarcesible; ante eso nada más podía hacerse que suplicar por la imposible permanencia en lo no-humano. La tragedia era volver, retomar el laberinto de las sombras hirientes que conducía a la realidad mundana. Quería perderme en cualquier otra puerta, atravesar cualquier otro umbral o soñar con cualquier otra cosa… ¡Sí, cualquier otra cosa era preferible antes que volver a mi cuerpo y volver a existir aquí!
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Odiaba a la humanidad, odiaba al mundo, odiaba a la sociedad, odiaba al maldito sistema solar, odiaba a la repugnante vía láctea, odiaba este estúpido y absurdo universo, odiaba ser humano, odiaba ser yo; odiaba a la existencia misma, odiaba tanto que incluso me cansé de odiar y no me quedó más remedio que poner punto final a mi odiosa miseria. Mas en el fondo, probablemente todo ese odio acumulado y mecánicamente asimilado era solo un ferviente indicativo de que mi corazón moría por amar… Y lo que yo quería amar, no obstante, ¡no se hallaba en este mundo!
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No hay ningún propósito en las absurdas acciones que realizamos cotidianamente, no hay ninguna razón en todo lo que experimentamos ni tampoco hay motivos para seguir viviendo. No hay nada, esa es la verdad. No existe otra cosa mejor por hacer, entonces, que reducir todo a eso mediante la muerte: a nada. Las cenizas de nuestra aflicción sempiterna serán arrojadas al agujero donde serán devoradas por ángeles oscuros y luminiscentes sanguijuelas. Ningún perdón será suficiente para redimirnos ante la creación y la falsedad de lo desconocido; nuestros sentidos colapsarán en un arrebol de locura iridiscente hasta dejarnos exhaustos y sin ánimos de volver a vivir, a morir o a ser nosotros mismos.
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Desasosiego Existencial