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Desasosiego Existencial 68

La verdadera pregunta, quizá, no es para qué ha existido hasta ahora la humanidad, sino ¿por qué debería seguir existiendo? Sí, ¿qué caso tiene que criaturas sumamente repugnantes e imbéciles como nosotros contaminemos todavía más este planeta? ¿Con qué fin es que nos esparcimos absurdamente y pretendiendo que lo que somos es lo mejor? La arrogancia infinita del modo es solo comparable a su bestial ignorancia, a su falta de talento y a su insipidez espiritual. ¡Ay, quien sea que quiera conocer algo bello y divino que no vuelva a poner un pie en esta pestilente civilización! Aquí todo apesta a decadencia y muerte, incluso nosotros; incluso estos versos y este corazón melancólico se pudren también y se embadurnan de la misma podredumbre que abunda misteriosamente… No necesitamos que baje de los cielos ningún salvador ni tampoco que suba de los infiernos ningún demonio; claro, esto metafóricamente hablando, por si las dudas. Lo que necesitamos es encontrar la manera de conectar con nuestra esencia más profunda, de disolver todas las mentiras que siempre nos han mantenido apesadumbrados y dormidos; lo que necesitamos es saber si vale la pena morir o si, como la vida, también se trata de una estafa más para apaciguar nuestra delirante agonía.

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La sombra, he ahí la clave para la destrucción del ser y la creación del edén. ¿Es que no hemos nacido y no moriremos a su lado? ¿Qué más tenemos sino solo nuestras propias tinieblas para acompañarnos hasta el cementerio? Y ellas son sabias, son mucho más sabias que cualquier otra ridícula ideología; ellas nos conocen mejor que nadie, saben todo lo que nos encanta y lo que nos atormenta. Intentar ahuyentarlas no haría sino brindarles más poder sobre nuestro miserable corazón, sobre nuestra implacable nostalgia suicida. Nuestra parte más oscura y horrible es, casi siempre, la que contiene aquello que nos eleva a los cielos donde hasta los ángeles se aburren de tanta luz. Por eso, acaso se ha concebido que el ser siempre sea una dualidad constante que no deja de intentar asesinarse en todo momento. Quien no vive en este conflicto eterno consigo mismo hasta el final de sus días, con toda seguridad no ha intentado nada realmente trascendente y no se ha cuestionado lo más mínimo… Pues ¿acaso se puede volver a estar solo en la luz una vez que uno se ha percatado del inmenso potencial que brinda el refugiarse en las penumbras cuando todo a nuestro alrededor es aún más absurdo y estúpido de lo normal? ¡Al diablo con la humanidad, nosotros buscaremos nuestro propio camino muy lejos de aquí y lo haremos a nuestro modo!

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Para vencer a la pseudorealidad es necesario primero vencerse a uno mismo. Y eso, ciertamente, es algo tan complicado que quizá solo muriendo se pueda conseguir… No en la vida, no mientras habitemos esta forma carnal plagada de atroces impulsos y todo tipo de obsesiones. El peor enemigo siempre es el que más cerca de nosotros está, el que más sigilosamente nos vigila y consume desde dentro; esa sombra casi invisible que determina nuestros razonamientos más inconscientes y que nos arrastra como un arroyo a una piedra gris y tristemente carcomida por las condiciones a su alrededor. Así es como nosotros, aunque tratemos de superar todas las entelequias del exterior, estaremos irremediablemente condenados a nuestros propios demonios internos. Y, paradójicamente, quizás ellos mismos sean quienes nos hacen geniales y sublimes al tiempo que nos mortifican y desfragmentan. Esa puede ser la inevitable esencia del ser: destruirse lenta y agónicamente al tiempo que arde con máximo fulgor y se aproxima a su apocalipsis espiritual en el halo de la desesperación. Pues este estado es el más suicida y terrible, pero también el más artístico e inefable en términos existenciales.

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La verdadera catarsis existencial llegará tan solo cuando el último gobierno, religión y corporación hayan caído. Entonces y solo entonces se podrá comenzar a hablar de justicia, libertad y verdad. Para eso, no obstante, faltan todavía eones en las más implacables y sórdidas tinieblas; para eso falta todavía una eternidad en el infierno de la esclavitud mental y el adoctrinamiento masivo. Quienes controlan, si es que lo hacen, la pseudorealidad tienen demasiado poder; tanto que enloqueceríamos si pudiéramos entenderlo plenamente. No somos sino títeres que van de un lado a otro en medio de este desierto de desesperanza y sufrimiento vehemente; y que, ilusamente, todavía sueñan con ser felices. Es lamentable, pero más vale no autoengañarse todavía más; más vale no perseguir quimeras diseñadas por alacranes gigantes cuyo veneno se extenderá ampliamente por nuestro espíritu acongojado. No hemos entendido nada todavía, nos falta demasiado para rozar lo divino. Sobre todo, en términos de moral, seguimos aún habitando las cavernas y sosteniendo antorchas en nuestra ominosa oscuridad. El ser ha evolucionado, eso es un hecho; ¿hacia qué?, eso es lo debatible.

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Que los gobiernos, corporaciones y religiones saben más cosas que nosotros sobre la existencia, la realidad y demás no cabe la menor duda. Ahora bien, resulta curioso pensar que usan este conocimiento oculto para dominar a las grandes masas. La cuestión es: ¿por qué permitimos esto? Sí, una cuestión bastante simple y, al mismo tiempo, profunda. Porque comúnmente no somos conscientes de nuestra imperante esclavitud ni solemos cuestionarnos nada; dado que la pseudorealidad está hecha de tal manera que bloquee todo aquello que simbolice un peligro real para su atroz y demente poderío. ¡Qué risible pensar que alguna vez hubo ciertos discursos de una posible libertad o verdad! ¿Qué cosa podría serlo? Es decir, ¿existirá algo así como una única verdad universal? O es solo que, en nuestro ego ofendido por el tiempo, queremos aferrarnos a creer en cualquier bagatela solo para no arrojarnos de un décimo piso o no correr desesperadamente a encerrarnos en el manicomio. ¡Qué cobardes somos, además! Tanto hablamos de la muerte y, en el fondo, amamos la vida mucho más de lo que podríamos colegir… La contradicción y no la racionalidad es nuestra esencia, solo en ella podemos, quizá, comenzar a dilucidar aquellos símbolos que pudieran acercarnos a conocer mejor quiénes somos y por qué estamos aquí; si algo así pudiera acaso ser cierto.

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El sistema está perfectamente diseñado para exprimir a sus funestos elementos hasta el límite y forzarlos a consumir aquello que atrofia sus patéticas mentes. Así pues, las personas no tendrán escape: buscarán mitigar el sistema mediante el sistema mismo y caerán irremediablemente en un bucle de miseria existencial que concluirá con la locura o la muerte. No hay ninguna otra posibilidad para monos imbéciles y adoctrinados; tal siempre ha sido nuestro miserable destino. Compartimos todos la misma fatalidad, la misma ignorancia de la cual difícilmente podemos desprendernos y que cobijamos debajo de todo tipo de teorías, doctrinas, filosofías o ciencias que jamás podrán explicarlo todo y quizá ni siquiera una mínima parte. ¿Qué somos en el universo sino menos que polvo? Meros insectos con delirios de grandeza, creyendo que podemos conquistar y descubrir algo más allá, aunque no sepamos ni siquiera de dónde venimos ni mucho menos hacia donde vamos. ¡Es de risa concebir incluso cómo la humanidad sigue destruyéndose a cada instante y como cada vez su sed de sexo, poder y dinero la sumergen más profundamente en ese insalvable abismo de donde ya no es posible ningún retorno! Que así sea, pues; que sucumba de una vez esta pantomima de tremebunda irrealidad latente.

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