No entendía nada sobre la existencia humana, tan solo que el ser no había sido hecho para realizar grandes obras ni para trascender más allá de este triste plano divagante en la eternidad del infinito caos del absurdo. Así pues, todas nuestras preocupaciones, sueños o ilusiones no eran sino ecos perdidos en el vacío y vomitados trágicamente por el más inmenso de todos los sinsentidos. Y nuestra vida o muerte no significaban nada en realidad, nada salvo una irrisoria burla en el delirio cósmico donde se suponía existíamos…
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A veces no sé por qué existimos y tampoco sé si quiero saberlo en realidad. Quizá nuestro lóbrego destino sea solo el sufrimiento mental y espiritual al vernos completamente sumidos en este infierno humano de podredumbre eterna. Y probablemente sea cierto que somos un conjunto de animales adoctrinados y sin más razón que la de mero alimento energético y emocional para alguna clase de desconocidas y siniestras entidades más allá de nuestra comprensión.
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Creo que ni siquiera se puede hablar de decepción, pues es evidente que los seres humanos serán siempre una tajante aberración. O tal vez simplemente seamos nosotros, los soñadores suicidas, los tristes extranjeros en este mundo putrefacto y materialista. Quizá nuestra alma ha sido confeccionada de otro modo, uno totalmente opuesto a la de tantos y tantos títeres de carne y hueso que existen repugnantemente.
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Te prometí que te amaría toda la vida, aunque ni siquiera pude evitar no ceder ante la tentación de otras bocas. Pretendimos ser uno solo, pero fuimos, en realidad, solo dos estrellas que refulgieron muy intensamente y se apagaron demasiado rápido en este vasto y caótico universo. No obstante, nuestro amor ha sido sellado bajo el conjuro de la irracional falacia proveniente de un tropel de ilusorios y sugestivos ensueños.
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El amor es aquello cuyo destino siempre será la trágica y cruda agonía del espíritu. No existe y nunca lo hará, pero es un espejismo que nos sabe demasiado bien en medio de la fatal intrascendencia cotidiana. El amor no es sino una vil argucia en la que depositamos temporalmente lo más hermoso, poético y tierno de nuestro ser, aunque al final deba, irremediablemente y como todo y todos, perecer.
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Por lo menos, cuando llegue el momento final, sabré que, si algo tuvo sentido en está putrefacta y ominosa existencia, fue haberte conocido y haberme fundido temporalmente contigo aquella cerúlea noche donde las caricias fueron más profundas y los besos menos inocentes. Jamás olvidaré todo lo que me enseñaste, aunque ahora tenga que partir al más allá y aunque eso signifique que ya nunca más volveré a contemplarte.
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El Halo de la Desesperación