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El Réquiem del Vacío 21

El retorno a la cúspide de la creación es una bonita metáfora, pero no justifica ni explica lo que aquí acontece. En este averno humano donde se pudren lentamente nuestros sueños no resta ni un ápice de piedad, pues, si así fuera, al menos algo o alguien tendría la decencia de culminar con tal aberración. Nuestros intestinos se agitan ante la irrelevancia y nuestras neuronas mueren ante la cruel desdicha de la vida. No hay poder sobre este mundo que pueda disolver el infinito malestar que nos aqueja, pero lo que sí hay es una soga que podemos felizmente atar a nuestro cuello para luego quitar lentamente los pies de la silla. Entonces dejarnos caer se sentirá como el retorno a lo más bello, a ese místico pasaje que tanto se nos ha negado en los tiempos actuales. Los océanos de soledad, devastación y miseria al fin serán extirpados de nuestras entrañas con un eco de pureza irrefrenable; nuestra tristeza ya no será tal, sino que se metamorfoseará en una alegría no proveniente del placer carnal o material. Ya no habrá más deseos de poder, más tergiversaciones sombrías del bien y el mal. Comprenderemos todo, lo asesinaremos y devoraremos todo; luego, también nosotros sentiremos en lo más profundo el surgimiento de una melodía multicolor que nunca creímos podría ser real, pero que habrá de arrojarnos más cerca de nuestra propia voz interna y, por ende, de una posible razón para creer en un amanecer repleto de luz y felicidad.

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Incluso esa disparatada idea de que todos estamos conectados y somos uno en última instancia, ¿se supone que debería ser algo grato o confortable? Porque para mí suena mucho peor que cualquier otra cosa, y eso que la vida está repleta de ellas. Pero es que no me puedo imaginar que, tras haber muerto, mi espíritu o lo que sea que reste, si es que resta algo, se integrará con el resto. Y es así porque, esencialmente, odio a cualquier otro ser vivo. Por lo tanto, odiaría mezclar mi esencia con la de los malditos rebaños que en vida tanto detesto. Ojalá que esta idea de la unidad, como tantas otras cosas, se trate tan solo de un desatino. Pero, de ser verdad, ¡ay, dios mío! ¡Entonces lo peor no es estar vivo, sino estar muerto! Yo solo querría unirme con lo divino, no con lo humano. En todo caso, preferiría que mi alma se desintegrara por completo en el réquiem del vacío antes que ser uno con cualquier otro ser de naturaleza inferior.

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Me pregunto si acaso podría haber algo peor que esta vida tras la muerte. Me lo pregunto todo el tiempo y creo que prefiero no encontrar respuesta alguna por ahora, aunque sé que eventualmente todo será revelado. Imploro, no obstante, porque al morir no vuelva nunca a existir de ninguna otra forma o en ninguna otra dimensión. Ya he tenido suficiente de la existencia en este efímero periodo y eso me ha bastado para saber que he odiado cada instante en ella. También los seres que me rodean me han trastornado brutalmente y no podrían sino ocasionarme náuseas; sus pensamientos, emociones y la forma tan estúpida en que existen me produce un vértigo incomparable. Sus existencias son tan miserables e inferiores, siempre anhelando una tontería tras otra y cumpliendo a la perfección su papel de esclavos mentales y espirituales de la pseudorealidad. Yo mismo pertenezco todavía a este ciclo infernal, mas hoy me propongo intentar una vía de escape; hoy, espero, finalmente me unificaré con lo divino al reafirmar mediante el encanto suicida mi última voluntad: mi eterna libertad más allá del caos, el tiempo y el infinito.

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¿Quién que no fuera tan humano no odiaría a la pestilente y ridícula especie humana? No se puede hallar algo bueno en ella, pues, en todo caso, se trata solo de meras marionetas enloquecidas por el poder, el dinero y la fornicación. A estos monos debería más bien aprisionárseles en su terrible realidad artificial, concedérselos la vida eterna en su infinita inmundicia y reírse de ellos sin parar. Cualquier esperanza que se llegue a depositar en lo humano naturalmente terminará por ocasionar decepción y miseria, porque solo eso puede ofrecer el mono en su vomitiva naturaleza. ¡Qué delirio asumir que todo estará bien y que las cosas, tal y como están, deben continuar siendo lo que son! Destruirlo todo, exterminarlos a todos y suicidarnos al final debería ser nuestra única y sublime tarea. Pero nos consume todavía la duda del mañana, la falsa compasión por lo que, en el fondo, rechazamos con vehemencia y que tratamos de no odiar tanto. ¡Odiar lo humano, solo eso es lo que causa esta horripilante experiencia material y carnal!

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Me decían que tuviera una novia y más amigos, ¿para qué? Que me casara y formara una familia, ¿para qué? Que frecuentara a mis padres y demás familiares, ¿para qué? Que me acercara a dios y adoptara una religión, ¿para qué? Que buscara un mejor puesto en el trabajo y un aumento de salario, ¿para qué? Que estudiara un posgrado e idiomas, ¿para qué? Que ahorrara dinero y viajara por todo el mundo, ¿para qué? Me decían, en última instancia, que viviera… ¿Para qué? He ahí siempre el punto de quiebre, el lamento de mi alma hastiada de tantas mentiras y de discursos que solo me arrastraban de vuelta a aquello de lo cual buscaba con tan infernal desesperación escapar. Lo que yo quería no era nada de toda esa basura, sino escindirme definitivamente de todas las ilusiones y argucias que tanto atrapaban la mente y oprimían el espíritu. Mientras viviera, no iba por muy buen camino. Para algunos mi anhelo de muerte era una completa locura, para mí la verdadera locura era seguir existiendo en un mundo que detestaba cada día más y donde me sentía cada vez más muerto que vivo.

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¿Por qué no suicidarse? He ahí el gran dilema que, sin importar cuántas vueltas le demos o cuánto intentemos evadirlo, una vez incrustado en nuestra mente, irá desplazando paulatinamente a cualquier otro pensamiento o ideología. Finalmente, solo restará doblegar al cuerpo y, como si de un acto de magia se tratase, desapareceremos para siempre de un mundo en el que nunca ha valido la pena estar. Al menos nosotros, los que ya no queremos mentirnos por más tiempo, deberíamos considerar esto la única posibilidad dentro del infinito cúmulo de tormentos y miserias que nos aguardan. Sí, también podríamos recurrir a doctrinas, sermones, enseñanzas, libros, profetas, religiones, ciencias, filosofías o cualquier otro elemento de la pseudorealidad con tal de aplazar lo inevitable… Pero ¿con qué fin? Si, de cualquier manera, bien sabemos, en el fondo de nuestros oscuros y melancólicos corazones, que nada de esto tendrá ya significado alguno; como tampoco lo tuvo nuestra patética y humana existencia.

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El Réquiem del Vacío


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