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El Réquiem del Vacío 23

Mi único deseo ya es la desaparición de este mundo horrible y de todos sus aberrantes habitantes. Solo eso es lo que quiero ya, es lo único por lo que suplico antes de irme a dormir. Ojalá que alguno de los miles de dioses que supuestamente existen y son todo poderosos pueda atender mis súplicas pronto, porque en verdad creo seriamente que las cosas no pueden ni deben seguir así… O, cuando menos, que yo sea evaporado a la brevedad. Sí, mejor que así sea; que sea yo quien desaparezca de inmediato y que me vaya a un lugar sombrío donde nadie pueda volver a fastidiarme nunca. Porque, en efecto, ¡qué hastiado estoy de la humanidad y de todas sus falacias! ¡Cómo quisiera jamás haber existido, jamás haberme relacionado con nadie por ningún motivo! Ahora es ya demasiado tarde, ahora solo me resta deprimirme y luego, afortunadamente, colgarme. ¡Qué horrible fue siempre haber existido, haberme envuelto con todas las mentiras y tonterías de una raza tan execrable! Pero al fin mi esencia se ve libre y purificada; es en este universo donde se expanden mis ideas como nebulosas pesadillas que ya no lucen tan peligrosas ni irreales. Debo abrazarlas, permitir que el flujo me consuma y me vomite muy lejos de aquí; tanto como para jamás hallar el camino de vuelta, para henchir mi ser entero de aquello que está más allá de cualquier dimensión o tiempo-espacio conocido.

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Me deprimía estar solo, la verdad que sí. Casi siempre era deseable, aunque a veces me infundía cierta imposible locura… Pero ¿qué opción tenía si estar acompañado me deprimía todavía más? No importaba ya de quién se tratase, simplemente ya no soportaba a nadie ni estaba interesado en conocer a nadie. Apenas y me toleraba a veces a mí, ¿cómo podía pensarse que podría cambiar mi deprimente soledad por la aún más deprimente compañía de algún funesto mortal? Yo quería contemplar algo más allá, algo que superase por mucho mi humana percepción y mi consciencia tan poco desarrollada. Sabía, empero, que quizá yo no era digno y que nunca lo sería… Entonces ¿por qué me aferraba a ello con aturdimiento grotesco, con incipiente tristeza? En mi mirada se reflejaba un eco de sublime ironía, acaso aquello que me haría atravesar el umbral mientras los cuatro brazos me sostenían y extraían mi espíritu marchito para jamás devolverlo a este cuerpo hermoso y carcomido. Este era el momento final; el éxtasis después del cual no habría ninguna otra razón para sonreír, llorar o suicidarse.

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Siempre se ha difundido la idea del amor al prójimo y a todo lo que nos rodea. Pero ¡qué equivocado y absurdo es esto! ¿Cómo amar una realidad y una humanidad que tan solo son dignas de ser odiadas, vomitadas y exterminadas no una sino un millón de veces? ¿Qué hay entonces del amor propio, de la incuantificable nostalgia que reina en nuestros corazones? ¿Es posible amar algo externo cuando uno se odia a sí mismo con toda la fuerza de su atribulado interior? La confusión entre ambos mundos colisiona y de ella surge una falsa esperanza que corona el caos sibilino, que ataca con sagacidad las nulas estrellas que todavía coronan el sangriento firmamento de mi alma atormentada. ¿Es que todavía me quedan fuerzas para seguir adelante? ¿Es que no acontecerá esta noche mi añorado suicidio? Aquella enloquecedora melancolía quizá no pueda ser detenida ni siquiera tras la muerte, ni siquiera con la última integración de todos mis pecados, virtudes y contradicciones. La paradoja entonces estriba en el deseo final dentro de la parte más profunda de nuestra consciencia: la irrealidad de la realidad matizada, el retorno a la luz oscura que nuestra percepción ya no nos permitirá saborear cuando el eclipse de fuego haya distorsionado las galaxias en perfecta y divina sincronía.

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La desgracia del otro, contrariamente a lo que siempre se busca aparentar con una hipocresía sin igual, siempre es causa de satisfacción propia. Si estamos bien, simplemente no nos importa su desdicha y hasta lo vemos como un acto bien merecido. Si estamos mal, nos consuela saber que siempre hay alguien peor que nosotros y que podemos respirar aliviados. Otra muestra más de que la naturaleza humana es algo realmente nefando y odioso, algo diseñado solo para experimentar sufrimiento o aburrimiento en todas sus presentaciones. Encima, tenemos que dedicar nuestro tiempo a tonterías que en nada deberían concernirnos; tales como el trabajo, la familia o las amistades. Deberíamos enfocarnos en nuestra propia evolución, en internar amarnos y no en desperdiciar nuestra energía en las aberraciones de la siniestra pseudorealidad. Mas percatarse de esto es casi imposible, puesto que el adoctrinamiento inicial y continuo lo impedirá con fiereza. Para algunos esto será una guerra eterna, para otros simbolizará la sombra que los abatirá en cualquier época.

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Nada más patético que aquel ominoso ser que busca desesperadamente la compañía de cualquier otro títere o grupo de ellos con el único fin de evadir su inmanente soledad, ya que le resulta tan intolerable su propia existencia que necesita diluirla lo más que pueda mediante cualquier engaño del exterior: personas, lugares o situaciones. Tal pobre diablo abunda en la sociedad actual y no es nada extraño que incluso se promueva dicha conducta argumentando que estar solo no es bueno, cuando no podría ser la verdad más opuesta. De hecho, cualquiera que aspire a encontrase a sí mismo, debe obligatoriamente resignarse a una vida de aislamiento y absoluta soledad. De otro modo, no conseguirá llegar muy lejos en su sendero de autoexploración y autodescubrimiento. Y eso es precisamente lo que se pretende en la actualidad: que el ser se olvide de sí mismo lo más posible y que olvide, sobre todo, el amarse a sí mismo por encima de todo y de todos. Una vez que una persona ha renunciado a la idea de su propio valor e importancia, mejor sería fusilarla en ese preciso momento. ¿Para qué permitirle a tal criatura seguir respirando? Su mente ha colapsado y es ahora un cadáver andante a disposición de cualquier ideología nefanda que le haga olvidar su ignominiosa miseria. El mundo, por desgracia, está infestado de gusanos tales; son tan pocos aquellos que todavía tienen el valor y la voluntad de luchar por ser ellos mismos y por compaginarse con la entidad divino-demoniaca en cuya naturaleza hermafrodita se encuentran reunidos todos los destinos, orígenes y muertes pasados, presentes y futuros.

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Existe una única manera de alcanzar el bienestar físico, mental, emocional y espiritual: estar completamente solo y amarse solo a uno mismo. Mientras no comprendamos esto, los funestos espejismos del exterior continuarán arrebatándonos nuestra esencia y capturando nuestras emociones. La mayoría de las personas, asimismo, son solo un estorbo y una miserable anomalía. ¿Qué podrían saber ellos de nosotros? ¿Qué nos importan ellos a nosotros? Esos patéticos idiotas tan satisfechos de su esclavitud y putrefacción; tan conquistados por la pseudorealidad y envenados con mentiras infames. Mejor sería exterminarlos a todos sin compasión alguna, purificar esta tierra de las malditas garras de lo humano. ¡Qué criatura tan ruin, decadente e imbécil! Nada puede compararse con la brutal náusea que experimento al saber que pertenezco a esta raza, porque claramente todos ellos y yo no somos ni seremos nunca iguales. ¿Cómo podríamos serlo? Ellos son solo marionetas que merecen ser erradicadas sin pensarlo dos veces; yo aspiro a ser un Dios, aunque sé que jamás lo seré…

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El Réquiem del Vacío


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