Siempre se me decía que debía encontrar algo para seguir aquí, para seguir vivo. Lo que nunca se me respondía era ¿para qué? ¿Con objeto de qué? ¿Con qué intención? Es decir, podría hasta cierto punto autoengañarme con lo que fuera: sexo, alcohol, mujerzuelas, dioses, cultos, libros, filosofías o cualquier cosa en sí. Mas esto no solucionaba nada, sino que lo hacía incluso peor. Al final, nunca se llegaba a nada y todo terminaba siempre tornándose diabólicamente absurdo. Es más, para empezar, ni siquiera nadie nunca me había escuchado cuando les cuestionaba sobre por qué debíamos existir. ¿Cómo soportar y continuar en una existencia que, ciertamente, nunca hemos tenido consciencia de haber solicitado? ¿No sería entonces el suicidio nuestro mejor aliado en contra de toda esta maraña de sombrías contradicciones y blasfemas interrogantes? ¿No podría ser la vida solo una simulación demasiado vívida a la cual nuestros humanos sentidos se sentían irremediablemente atraídos? ¡Que se matara quien fuera, que se mataran todos! ¡Que me matara yo no una, sino muchas veces! Matarme una y otra vez hasta olvidarme que alguna vez residí en los lóbregos aposentos de la vida.
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Todos nuestros deseos, metas, sueños, anhelos, objetivos y aquello que creamos que queremos lograr en esta vida no es sino una mera ilusión producto de nuestra infinita ignorancia. La verdad es que todo esto no son sino estupideces que, de un modo u otro, el adoctrinamiento que hemos recibido ha propiciado y nuestro entorno ha reforzado día con día. Si tuviéramos la capacidad de profundizar lo suficiente en nuestra esencia más inmanente, probablemente nos aterraríamos al vislumbrar lo que ahí reside: nada. Así es, absolutamente nada… Ningún propósito ni sentido nos aguardan, ninguna entidad superior ha dictado camino alguno para nosotros. Tan solo nuestra humana soberbia nos ha hecho creer que vale la pena luchar por algo, pero la realidad es que nuestra existencia no importa en lo más mínimo y jamás lo hará. Por ende, estar vivo o muerto podría incluso ser lo mismo. Quien comprende esto comprende, asimismo, el desgarrador desenlace de cada momento: da igual hacer o no algo, pues, al final, todo será un efímero quejido silenciado de manera abrupta y trágica por el cáliz de la oscuridad sempiterna.
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¿Qué es la vida sino un imprudente intento de la muerte por desaburrirse un poco con nuestra agónica miseria y nuestro deplorable palpitar? Al fin y al cabo, la vida es tan solo un vil charco de agua sucia; mientras que la muerte es un vasto océano imposible de contaminar. La terrible humanidad de la que tanto renegamos es a la vez nuestro mayor refugio; es, por así decirlo, la inmundicia en la cual podemos, al menos, sentirnos como en casa. Esto es lo que debemos rechazar y disolver cuanto antes; al menos si es que en verdad pretendemos trascender y atisbar la divinidad más allá de nuestros tercos corazones.
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Ni en el pasado ni en el futuro, que solo existen en nuestra execrable imaginación, seremos mínimamente felices mientras no lo seamos en el presente. Y he ahí el gran problema: ¿cómo diablos se consigue esto último? Más aún, ¿es acaso posible? ¿No es una entelequia grotesca el concebir que podamos experimentar algo de tranquilidad en un averno de locura e insensatez como este? Nuestras mentes están ya demasiado consumidas por la pseudorealidad y quizá nuestros espíritus también. Y quizá todo lo que creemos ser y de lo que tanto nos vanagloriamos solo sea, en el fondo, una gran máscara detrás de la cual se oculta un niño débil, cobarde y sumamente arrogante.
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Tomarse demasiado en serio esta vida es darle importancia a lo más insustancial que alguna vez pueda habérsenos ocurrido, pero al mismo tiempo resulta inevitable no sentirse frustrado, oprimido y desesperado por los embustes y chantajes existenciales que constantemente recibimos de otros y de la vida misma. Somos víctimas y victimarios al mismo tiempo; inexorables marionetas de un dios-demonio que, en su divina ironía, ha decidido usar nuestras desdichas para divertirse y nuestras efímeras alegrías para enaltecerse. Y entre más profundamente lo reflexionemos, más evidente se tornará el vacío que impera en cualquier actividad que realicemos mediante la cual esperemos justificar nuestro inmanente sinsentido.
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Infinito Malestar