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La Esencia Magnificente XV

En tanto lo anterior ocurría en la clínica, donde Poljka expiaba sus culpas mediante la fornicación y el lesbianismo más obscenos, Leiter vagaba en el bosque. Creía ya estar perdido, por ninguna parte halló a Pertwy y solo percibía un extraño hedor, además de sentirse constantemente lacerado por sombras que atravesaban su interior y robaban su energía. Si, le parecía que el bosque estaba infestado de muy peculiares formas alargadas y oscuras que lo atravesaban a cada momento. Cuando se hubo acostumbrado a aquellas sombras que incluso creía escuchar reír, notó que, en las ramas de los árboles, había gente colgada: suicidas seguramente. Esto lo inquietó, nunca había escuchado sobre tales sucesos. Eran infinitas figuras humanas que pendían en descomposición, como si llevaran ahí años, impregnando todo el aire de ese olor tan característico que tenía la muerte. Prosiguió su camino un tanto atolondrado entre aquellos pestilentes cuerpos, hasta sentía alucinar cuando susurros de quejidos y maldiciones trastocaban su cordura. Al fin, llegó a lo que identificó como el borde del bosque, pues estaba todo repleto de neblina multicolor y no conseguía dilucidar nada.

Se puso entonces a meditar acerca de la manera en que podría llegar al lugar que sabía se ocultaba ahí. Y, mientras lo hacía, escucho un sonido muy tenue, un chapoteo. Al virar descubrió una rana, de tonos muy encendidos y a la vez tristes, era roja con hermosos ojos negros. Luego otra apareció, de tonos preciosamente mezclados: verde, amarillo y anaranjado, con ojos violetas, profundos y cósmicos. A la par de las ranas, discernió unos pajarillos muy coloridos y con talante sublime que revoloteaban como indicando que los siguiera. Al fin y al cabo, estaba perdido y sin opciones, así que decidió seguirlos. Las ranas y los pajarillos lo guiaron hacia una laguna lóbrega, la cual apestaba más que el resto del lugar.

Ahí atisbó, en el reflejo de la funesta agua, a una niña cuyos ojos sangraban y se percató de que lloraba como loca. Se sorprendió y pensó que podría tratarse de una ilusión, aunque todo se sentía muy real. Ensimismado y aterrorizado, observó como detrás de la maleza se elevaba una criatura infernal que inspiraba divinidad y horror. Por la rapidez con que salió disparada y rasgó el cielo, abriendo un agujero en él y escapando, Leiter no contempló en toda su majestuosidad a la criatura, aunque percibió que poseía una naturaleza adimensional, además de ambos símbolos sexuales: era hermafrodita. Su vastedad se extendía a todos los universos tangentes, conectándolos en un solo punto, modificando los destinos y atrofiando la reencarnación eterna.

Entonces Leiter sintió cómo se perdía en el reflejo y, tambaleante, se acercó a la niña, pero, al intentar consolarla, esta salió del agua y comenzó a correr, sangrando por sus ojos y difuminándose entre la neblina. Leiter la siguió y, mientras lo hacía, tuvo la impresión de que ya había vivido eso antes. Ante su mirada ocurrieron eventos que le mostraban la destrucción de una antigua civilización con un progreso espiritual y tecnológico tremendos. Una flagrante y suprema oscuridad sumergía a aquella civilización en la perdición total, parecida a la que reinaba en la humanidad. Al llegar al borde de la niebla donde antes había sido expulsado del bosque, la niña comenzó a reírse y a caminar por la orilla, lo cual Leiter imitó un tanto mareado; sin embargo, cuando la pequeña llegó a la cumbre, le crecieron cuernos y garras negras en las manos, lo cual hizo palidecer a Leiter, quien se detuvo pensativo. Sin darle tiempo de reaccionar, la niña se encamino hacia el vacío, dispuesta a lanzarse, pero Leiter corrió y la alcanzó, tomándole la mano, la cual pesaba demasiado y se tornaba más caliente entre más intentaba sostenerla.

Sin poder resistirlo ni un segundo más, hizo un último esfuerzo y levantó a la niña, arrojándola hacia la superficie de la cumbre; sin embargo, cuando lo hizo, se percató de que había arrojado a un cadáver carcomido y apestoso. Lo último que vislumbró en su mente fue una mirada como ninguna otra, absolutamente pura y avasallante, la más sublime, como si fuese la de un dios. Aquellos ojos inefables poseían un incomparable matiz violeta, totalmente inmarcesible. De inmediato, sin darle tiempo para reaccionar, la punta de la cumbre se hizo pedazos y Leiter cayó al vacío, ahogándose entre gritos desesperados. Al despertar, le parecía como si hubiesen transcurrido eones.

–Parece que has llegado, tanto tiempo ha pasado desde que el último humano llego aquí con alma.

Leiter se incorporó poco a poco, sacudiéndose el polvo y tratando de calmarse. Miró al sujeto que le hablaba y notó que se trataba de un señor ya grande, con una bata similar a la de los investigadores, pero mucho más sucia y desgastada. Además, parecía llevar años sin rasurarse y su rostro estaba entristecido.

–¿Quién eres tú? ¿Por qué estás aquí? ¿Qué es todo esto?

–Pues tú ya lo sabes, ¿no? Has llegado al lugar donde se ocultan los que manejan el mundo, el centro de control parapetado bajo la fachada de un centro de investigación.

–No lo creo… ¿Es posible que esa sea la verdad?

–Todo depende de que sea la verdad para ti. Lo único que debes saber es que estás en el recinto conocido como La Iluminada Ascensión. Aquí se ocultan más cosas de las que te imaginas, aunque es imposible que logres descubrirlo todo, mucho menos escapar, al menos no siendo tú mismo.

–Pareces conocer bien este lugar, pero ¿quién eres realmente?

–Eso tú ya lo sabes… Por ahora, será mejor que entres. Ven, te mostraré un atajo que yo mismo realicé.

Ambos caminaron por un lapso de veinte minutos y Leiter observó cómo se hallaban en lo que parecía ser la superficie de un mundo entre el mar y el infierno. Distorsiones y estruendos podían percibirse y escucharse. Cantos desesperados y quejidos inmundos se agolpaban en su oído. Nada de aquello podía ser parte de la normalidad del mundo. Posiblemente se hallasen muy por debajo de la superficie, donde sospechaba estaba oculto el lugar desde donde se manejaba la vida y se controlaba el mundo. Aquella atmósfera cerúlea con destellos de rojo intenso comenzaba a inquietarlo. ¿Qué serían esas extrañas masas amorfas agitándose en el supuesto cielo y también los miasmas rosados que emitían sonidos horribles y palpitaban con ojos fétidos? ¿Otro holograma acaso?

–De acuerdo, supongo que no tengo otra opción más que seguirte. Pero, al menos, dime a dónde me llevas. ¿No eres tú parte de ellos?

–Así es. Tú eres uno de los locos que quieren cambiar el mundo, ¿cierto?

–Bueno, no precisamente. Ya no sé qué es lo que quiero.

–No tienes por qué fingir, yo solía ser como tú. Verás, también quise realizar un cambio, llevar a cabo un despertar, escribir para que los demás mortales supieran la verdad.

–¿Escribiste? Eso es una gran sorpresa.

–Sí, escribí muchos libros y termine desahuciado. Particularmente, escribí un ensayo en el cual vertí todas mis investigaciones acerca de este lugar.

Como si de un relámpago se tratase, a la mente de Leiter llegó un tropel de ideas que le sugirieron la identidad del hombre que lo guiaba. Quiso decir algo, inquirir lo más mínimo, pero no pudo, estaba paralizado.

–Hemos llegado. Como puedes ver, hay un agujero entre estos arbustos. Debes saber que, si entras, lo que descubrirás te marcará para siempre. Si aun así quieres proseguir, adelante. Ahora todo depende de ti, entra ahí y entérate de la verdad.

–Sí, seguiré –exclamo Leiter, introduciéndose en el agujero.

Sin embargo, se precipitó tanto que olvido darle las gracias a su guía y averiguar su identidad. Para su asombro, al intentar salir del agujero asomando la cabeza, solo halló un desierto donde ningún sonido se podía percibir, como si se tratase de una inmensa tumba. Infinitos espirales devoraban mundos enteros y las galaxias se agitaban al ritmo de un melifluo inverosímil.

–Oye ¿estas por ahí? ¿Dónde te has metido? –inquirió Leiter inútilmente.

El eco resonó y una figura envuelta en un capullo apareció. Se agitó entre convulsiones y destellos hasta que sus ojos quedaron en torno a la superficie. Leiter parecía hipnotizado, pues la mirada se había clavado en la suya y no conseguía zafarse de aquella vibración tan rara. Esos ojos inyectaban fuego y sangre, pues su rojo intenso no se comparaba con ningún otro. Abstraído, Leiter avanzó por aquel túnel demencial, como si estuviese descendiendo al fondo del abismo, perdiendo toda esperanza de regresar. Se preguntaba cómo alguien podía haber construido todo eso y dudaba de su suerte al llegar al punto donde terminase el camino en forma de gusano. Las sensaciones que experimentaba al caer hacían que su mente se desfragmentara y que todas las formas de su existencia se distorsionaran, proveyéndolo de visiones tan espléndidas como aterradoras. Desde su nacimiento hasta el día actual podía presenciarlo todo, amalgamado mediante redes sumamente intrincadas.

Era imposible intentar comprender la retorcida naturaleza de aquel túnel, solo esperaba tener mejor suerte donde quiera que fuese a parar. Nunca en la vida, tan mísera y absurda, creyó encontrarse en una situación tal. Ahora no le quedaba de otra, él había decidido entrar y, vivo o muerto, sabría la verdad, o eso esperaba. Continúo cayendo, en tanto su rinitis le dificultaba la respiración y escuchaba crujidos estruendosos procedentes de todas direcciones. Y también había susurros de criaturas que, en su delirio, creía parecidas a grillos gigantes cabalgados por demonios grotescos con rostro de lagarto. Aquella caída parecía no tener fin, prosiguió durante lo que creyó fue más de siete horas. Al fin, ya agotado, vislumbró una luz, debía ser el tan ansiado final.

Despertó babeando, estaba tirado en una sala amplia. Su teléfono ni de broma funcionaba, había perdido todo contacto con el mundo, aunque incluso eso no era tan lamentable. Comenzó a explorar el lugar, debía hallarse enterrado, a una profundidad inconcebible. ¿Cómo era posible que existiese lo que intuía era un recinto inmenso de departamentos dedicados a quién sabe qué cosas? Y ¿quién había sido el sujeto tan extravagante que lo condujo hacia aquel túnel secreto? ¿Acaso era…? ¡Impensable! ¡Él debía estar muerto, o prisionero cuando menos! En todo caso, debía ser ya un anciano, nada tenía sentido. Notó que se sentía muy ligero, no conseguía sentir todo el peso de su edad, era como si los años que había vivido nada significasen. Abandonó de inmediato la teoría de haber viajado a otra dimensión, pues sabía que no existía escapatoria para el miserable mundo en que se veía forzado a vivir. No había ningún indicio, sin embargo, del túnel mediante el cual había arribado a aquel lugar, quizás aquella luz era el principio de su muerte. Sí, entonces ya todo era más lógico. Esa historia acerca de que la vida es un sueño y la muerte el despertar ahora cobraba importancia.

Posiblemente ya había muerto y todo esto era el otro mundo, el lugar hacia donde había sido enviado. Pero era extraño pensar en la vida tras la muerte, suponiendo que existiese. Tantas teorías se tenían en el mundo de los vivos, en las mentes de los científicos ciegos y de los filósofos embrutecidos; sin embargo, realmente eso era lo hermoso de morir, que nada se sabía sobre ello, que era la máxima revelación, lo que el humano no había logrado controlar, el enigma que concedía esperanza en la vida. Sí, la muerte era, al menos para Leiter, un resurgimiento, un renacimiento espiritual, una forma de creación y una realidad más sensata. Llevaba tiempo elucubrando sobre la muerte y sus atractivas caricias, lo enloquecía a tal punto de pasar días enteros ideando la mejor forma de morir.

Lo único que lo atormentaba era la idea de sentir dolor. Leiter sencillamente deseaba abandonar su cuerpo y no sentir el más leve indicio de sufrimiento. Si tan solo pudiera hacer desaparecer ese factor, si existiese una muerte pacífica donde ningún grito pudiese escapar de su garganta, donde ningún sonido se produjese su interior, donde se desconectase del mundo en absoluta quietud, pero nada parecía cumplir con el requisito. Había terminado por convencerse de que toda muerte debía ser dolorosa, y quizá demasiado. Tal parecía que la vida lo abrazaba a uno, que intentaba retenerlo en su prisión a toda costa. Y la muerte no daba el último jalón hasta que el individuo no hubiese experimentado una dosis suficiente de un agudo sufrimiento, tal vez era esa la única manera en que se lograba desprender la supuesta alma del pedazo de carne que era el cuerpo. Pero dolía, debía doler, debía ser así.

La muerte era dolorosa, aunque fuese por el periodo más ínfimo de tiempo. No importaba si era mediante la guillotina, aventándose a las vías del tren, siendo arrollado por un automóvil, siendo baleado, quemado, devorado por alguna fiera, electrocutado o ahogado; la muerte exigía dolor. Tal parecía que las opciones de Leiter se habían reducido a cortarse las venas, arrojarse de una cumbre, ahorcarse o ahogarse. Tras analizarlo, siempre se quedaba con la última, por ser la más elegante y preciosa. Sí, Leiter en el fondo consideraba que morir joven era hermoso, un don que solo algunos cuantos comprendían. La obsesión que experimentaba cuando pensaba en la muerte, en las conspiraciones, en lo mal que estaba el mundo y en tantas cosas que había descubierto, le producía salvajes ataques de ansiedad. Así, su trastornada cabeza, que debía fungir como su refugio, resultaba ser su peor enemigo.

Pero ahora Leiter volvía a lo que consideraba su muerte. No, no debía ser así, esto no podía ser tal condición, pues se sentía todavía demasiado humano, demasiado vil y patético. Era una lástima que la existencia humana se caracterizase por eso, por su nauseabunda y banal intrascendencia, por su irrelevancia y su execrable miseria. Leiter rara vez podía relacionarse seriamente con las personas, pues siempre consideraba usar máscaras. Sí, dependiendo del nivel de estupidez y absurdidad de la persona, debía fingir que le interesaban ciertos temas e ideas para mínimamente poder entablar plática alguna. Si pudiese elegir a alguien con quien platicar, no le quedaría otra opción que hablar consigo mismo. Así de triste era el asunto, así de acabada estaba la esencia humana, así de fútil se había tornado la sociedad en la que se veía obligado a existir sin entender el por qué.

En tanto divagaba, también recorría aquel lugar. Ahora ya no cabía duda alguna, se trataba de un laboratorio, pero uno como nunca lo había visto. ¿Qué clase de ominoso sitio era? ¿Qué especie de pruebas y experimentos aciagos se llevarían a cabo? ¿Con qué objetivo? ¿Qué razón habría para que un laboratorio con una tecnología sobrenatural como aquel estuviese enterrado a tal profundidad? Pero, sobre todo, ¿por qué estaría abandonado? Vagó un poco más tratando de descubrir información relevante para relacionarla con sus pesquisas sobre una posible conspiración. En el fondo, sabía que no podía estar del todo equivocado, pues algo malévolo se ocultaba en el supuesto centro de investigación. Conforme avanzaba miró unos pasadizos repletos de cuerpos, sumergidos en una especie de placenta. El olor que provenía de aquellas blasfemias era insoportable, peor que la carne en descomposición. Eran muchos los que yacían ahí almacenados, algunos jóvenes y otros viejos, tanto hombres como mujeres. No parecía existir un patrón que delatase cómo eran elegidos aquellos seres, pero una etiqueta en el borde de la cápsula revelaba ciertos datos.

El dolor de cabeza que Leiter sentía se tornaba por momentos insoportable, dejándolo tan aturdido que requería de unos cuántos segundos para reponerse por completo. En la información de las etiquetas que se hallaban en las cápsulas notó que se trataba de investigadores del centro Las Tres Luces de la Verdad. Pero ¿cómo? ¿Qué rayos hacían ahí? Entre los datos proporcionados estaban el sexo, la edad, las características físicas, el departamento al que pertenecían, ciertos códigos que no comprendió y una imagen de lo que parecía ser su cerebro. Analizó los cuerpos, seguramente sin vida, aunque algo en ellos no parecía seguir las leyes de la naturaleza, había algo insano en aquellos cascarones.

No obstante, el verdadero asombro de Leiter ocurrió cuando entendió la manera en que el contenedor estaba construido. Poseía dos mangueras, una que parecía succionar y otra que inyectaba, ambas muy raras, como hechas de una carnosidad malsana y de un color púrpura enfermizo. Se detuvo a analizar con más paciencia y notó un hecho más repulsivo todavía: las mangueras carnosas palpitaban. Era como si en su interior circulara una sustancia viscosa. Se cercioró de que todas las cápsulas tuvieran la misma estructura. Por más que intentó descifrar un propósito, no lo consiguió. Las mangueras carnosas no dejaban de palpitar y, de vez en cuando, se hinchaban y luego se tornaban lánguidas.

Por otra parte, había infinitos pasadizos cuyo único fin parecía ser el de albergar las cápsulas con sus huéspedes intactos. Por lo tanto, Leiter avanzó sin prestar mucha atención, hasta que alcanzó una palanca, la cual accionó y, al instante, apareció una puerta, la cual a su vez lo condujo hasta un cuarto pequeño, aislado de todo ruido y manchado de sangre negra. En el centro yacía una camilla, más amplia de lo común. Sobre la pared se hallaba lo que aparentaba ser un enorme cristal, aunque, tras analizarlo, Leiter dedujo que se trataba de un material desconocido en el mundo científico. Dicho bloque estaba situado frente a la camilla y tenía quebradas las orillas. También había varios recipientes, de todos los tamaños y formas posibles, pinzas y material quirúrgico. Incluso, algunas batas manchadas con las mismas tonalidades del cuarto, guantes y tapabocas. Leiter no comprendía un carajo, pues parecía como si en aquella habitación se llevase a cabo una cirugía insana, pero ¿para qué? Apenas y había farfullado su pregunta cuando escuchó cómo alguien le respondía, al tiempo que sentía en su hombro una mano.

–¡Vaya, no esperaba visitas el día de hoy! Aunque es una suerte que hayas venido, nos has ahorrado tantas penurias.

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La Esencia Magnificente


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