Y, aunque aquel era el sendero para horadar en la perdición más absoluta, también sabía que no quedaba otra alternativa para un ser hastiado de existir como yo. Muchas fueron las contradicciones que dilapidaron mi infame interior, pero ahora he liberado todo lo que siempre amé y odié. Una vida joven y absurda que se termina pronto es lo que expira en este lúgubre poema; y una última fantasía aún me resta por saborear esta noche suicida de trágica embriaguez y caricias prohibidas para recordar que no he muerto todavía.
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Quizá todo sea solo azar, pero el ser tiende a creer que su existencia es de algún modo especial. Al final, solo basta contemplar este mundo para saber lo absurdo y patético que es toda esta infame creación y el sentirse desdichado por esta “gran oportunidad”. Gran oportunidad… ¿Para o de qué? ¿Para sufrir? ¿Para hastiarse? ¿Para terminar añorando solo la muerte? A como yo lo veo, esta existencia es solo una funesta imposición que debemos padecer sin consideración alguna. Y moriré pensando así, puesto que nada ni nadie tendrá jamás los fundamentos para hacerme pensar lo contrario o al menos cambiar mi perspectiva tan siquiera un poco.
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Ahora ya me despreocupo y creo que hasta acepto mi miseria, porque sé que, en el fondo, ese es mi triste destino. Y no solo el mío, sino el de todos los execrables seres de este planeta. Ahora solo me divierte ver como las personas intentan tan frenéticamente luchar por algo, cómo se aferran tan desquiciadamente a una vida que ni siquiera les pertenece y que experimentan por simple casualidad. Ahora ya solo vivo como quien espera pacientemente a que se agoten su horas y sus lamentos en el apocalipsis de su abominable y humano tormento.
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Sé que las personas piensan que yo estoy loco por pensar como lo hago, por no apreciar la vida y todo lo que me rodea. Pero ellos nunca lo entenderían, nunca sabrían lo que significa ese insoportable vacío al final de la más intensa e infructuosa búsqueda en el desierto del espíritu. Ellos nunca comprenderían la brutal desesperación producto de la imposibilidad de diferenciar el bien del mal y el amor del odio; para ellos ya todo estaba definido, aunque fueran puras mentiras. Para mí, la humanidad no sabía todavía nada y quizá nunca lo sabría.
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La triste humanidad es solo un gran error y su existencia una mera insensatez. Maldita sea la hora en que el cúmulo de casualidades convergió en esta supuesta realidad que parece más bien una prisión de eterna inmundicia y miseria incuantificable. ¡Maldita sea la hora en que dios (o el diablo) osó impregnar de vida aquello que jamás debió haber surgido del vacío! De cualquier manera, ¿no es la muerte nuestro fatal origen y nuestro irremediable destino? ¿No podríamos habernos ahorrado este absurdo y doloroso viaje en las grotescas catacumbas de la agonía infinita?
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La Execrable Esencia Humana