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Manifiesto Pesimista 55

Y, en muchas ocasiones, pareciera que tan solo la irrealidad de nuestro interior hace mínimamente soportable lo que supuestamente es la realidad exterior. Pero ¿qué es real y qué no? ¿Acaso algún filósofo, erudito, científico o sabio ha logrado alguna vez distinguir sin lugar a duda la realidad de la ilusión? ¿No estarían ambas tan íntimamente ligadas que resultaba un absurdo siquiera intentar diferenciarlas lo más mínimo? ¿No pasaba acaso lo mismo con el bien y el mal, lo bonito y lo feo, lo violento y lo pacífico, el amor y el odio, la virtud y el vicio? ¿No era demasiado humano pintar una línea entre estas dualidades que siempre dependían exclusivamente de nuestra adoctrinada e incierta percepción? ¿Quiénes éramos nosotros para empezar? ¿Cuál era nuestra supuesta sabiduría que ni siquiera habíamos podido acabar con el hambre, las guerras y tantos otros problemas que estaban más presentes de lo que creeríamos en la actualidad? Este mundo es una constante carcajada y nosotros somos quienes se encargan de que la risa jamás se detenga.

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Pasaba que, en mis más infelices momentos (por cierto, muchos), la única sensación que me hacía sentir un poco menos infeliz era la de suicidarme. Sí, me embriaga imaginarme a mí mismo cortándome las venas y desangrándome lenta y agónicamente, mientras cada recuerdo, persona o situación vivida se desvanecía para siempre. Entonces me levantaba con júbilo de aquel pringoso sillón y tomaba la navaja, la contemplaba con infinita dulzura y la acercaba a mis muñecas con siniestra hermosura… Mas siempre el resultado era el mismo: algo en mi interior me decía, con una firmeza avasallante, que aún no era yo digno de mi propia muerte.

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Lo único que añoraba era ya no estar más aquí: en esta realidad, en este mundo, en esta sociedad, en esta casa, en esta escuela, en este cuarto, en este cuerpo… Sin embargo, la muerte parecía no querer que la buscara todavía. Tal vez solo era yo quien se había enredado de una forma horrorosa y estúpida en su propia decadencia, en su inmensa angustia mental. Ya no podían surgir aquellos destellos que otrora significasen para mí la única razón para no colocar una soga alrededor de mi cuello; aquella voz había sido silenciada por los inicuos sermones del mundo y solo yo podía traerla de vuelta. ¡Qué difícil era encontrarse a uno mismo después de haberse diluido tan tristemente en las cosas y atavismos de lo humano! Esto me tomaría eones, ¡quién sabe si alguna vez me volvería a encontrar! ¡Quién sabe si alguna vez no estuve perdido, si alguna vez fui yo mismo de verdad!

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En realidad, estamos más adoctrinados de lo que creemos; ya que la fuerza de la pseudorealidad está más allá de nuestra limitada y humana imaginación. Siendo así, lo único que nos queda es orar porque, de alguna manera, toda esta blasfemia existencial sucumba lo más rápido posible. Nosotros no debemos permanecer, todos nuestros elementos deben ser ahogados en un infinito mar de sangre y lágrimas en el cual ni siquiera es posible tocar fondo. ¿No estamos, de hecho, ya a punto de arrojarnos a él con cada decisión y lamento proferido detrás de las paredes del azar? No entendemos nada de la vida y queremos matarnos, pero nuestro homicidio todavía, quizá, no debe llevarse a cabo… No sin antes mirar a la cara, por primera o última vez, a todos esos monstruos que siempre han inundado nuestras pesadillas con caricias enloquecedoras y susurros melancólicos.

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Somos malvados y nuestro ego siempre nos impulsará a ello. Nuestra esencia como humanidad es el egoísmo y la crueldad, el gozo del sufrimiento ajeno para matizar un poco nuestra recalcitrante miseria. Por eso tenemos este mundo, pues es el que precisamente merecemos y el que mejor nos describe. No importa qué forma de gobierno impere ni qué ideologías se adopten; al fin y al cabo, la humanidad siempre ha sido y será el único problema. Su exterminio absoluto es la única forma en la que podría emerger un paraíso que no se desvanezca de inmediato ante la oscuridad de los corazones reprimidos. Quizá sabemos cuál es la manera de trascender, porque esto está impreso en nuestra más profunda esencia; mas los artificios de la pseudorealidad nos hacen olvidar a menudo que no pertenecemos aquí y que esta vida es solo un estado determinado de caos, sufrimiento y desesperación cuya tendencia, paradójicamente, es la perfección del espíritu.

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