No hay esperanza más allá del suicidio, eso lo sé muy bien. Cualquier otra actividad que hagamos estará envuelta en el interminable ciclo de aburrimiento y sufrimiento que siempre ha estado presente en toda época sin importar nada más. Y así será hasta que decidamos actuar con sensatez y hundir la inmarcesible navaja en nuestra atormentada garganta, hasta que decidamos vaciar el revólver en nuestro corazón acongojado y carente de amor. Por suerte, este paseo por el infierno se terminará algún día y acaso muy pronto. Ojalá que cuando eso pase no volvamos a saber nada de nadie, porque al menos a mí lo único que hicieron siempre las personas a mi alrededor fue fastidiarme. En la más recalcitrante soledad era donde podía sentirme como pez en el agua, sin necesidad de soportar las ridículas conversaciones o funestas presencias de los otros. Demasiado temprano en mi vida me percaté de la sublime importancia del tiempo y de cómo los humanos éramos expertos en desperdiciarlo y regalarlo a personas, corporaciones y demás aberraciones con una facilidad blasfema. Tan poco era el valor que dábamos a nuestro tiempo que casi siempre nos encontrábamos ansiosos de despojarnos de él mediante una vulgar compañía, un trabajo abyecto o una borrachera siniestra. En realidad, lo que nos aterraba era nuestra libertad. No sabíamos que hacer con ella e implicaba una responsabilidad existencial que no estábamos listos para afrontar. De ahí que las masas se sintieran satisfechas al ser guiadas por líderes religiosos, políticos, corporativos, militares o de cualquier otra índole. Despojarse la libertad y renunciar al valor del tiempo: tales eran los emblemas que sostenía la humanidad en su vomitiva modernidad y que la conducirían irremediablemente a un lúgubre declive del que quizá solo la extinción podría salvarla. Sus dioses inventados, sus teorías demasiado humanas y su moral arcaica no significarían nada en el día fatal; todos ellos serían eliminados en un santiamén y nunca más nadie volvería a tener el atrevimiento de crear, ni siquiera por error, criaturas tan inútiles, sórdidas y trágicas como nosotros.
*
Déjenme decirles que el apocalipsis ya ocurrió hace mucho tiempo y se llamó creación de la humanidad. El experimento falló y creo que, quien sea que nos haya diseñado, decidió abandonarnos en este triste planeta a nuestra suerte. Por qué o para qué nos creó es lo que nunca sabremos, lo que jamás podremos averiguar mediante nuestro humano conocimiento. Podemos teorizar miles de cosas, inventarnos miles de doctrinas y estudiar miles de ciencias; no obstante, el origen yace desconocido para todos. No sé si las personas con mucho poder o dinero lo sepan o tengan alguna especie de información más allá de lo que un simple mortal pueda imaginar… Más allá de eso, ¿qué hacemos aquí? ¿Qué propósito tienen nuestros días? En especial, para todos aquellos que, como yo, tienen que otorgar casi todo su tiempo a un trabajo para poder tan siquiera sobrevivir. La vida, para la gran mayoría, es entonces solo un sacrílego acto de supervivencia en el que siempre estamos compitiendo unos contra otros por las migajas que nos arroja el poder en turno. ¿Cómo es que este horrible y monstruoso sistema se convirtió en nuestra terrible verdad? ¿Cómo es que hemos aceptado vivir así y no hemos optado por el inefable acto suicida? Mientras nuestros más profundos temores sean mayores que la repugnancia y el asco que sentimos hacia la manera en que existimos, tendremos que resignarnos a ser aplastados por esta maquinaria execrable y siniestra que jamás tendrá piedad alguna de nadie. ¡Qué maldición es la existencia humana! ¡Qué miserable es casi siempre la manera en la que decidimos no matarnos! La vida nos escupe en la cara, pero nosotros le sonreímos fascinados y siempre dispuestos a soportar más y más y más…
*
Da igual si vivimos o no en una simulación, eso no cambia absolutamente nada, pues la realidad seguirá siendo igual: insoportablemente absurda y tremendamente inmunda. No parece haber tregua alguna para las almas en las que ebulle la nostalgia como un perro rabioso, en las que la tristeza simplemente no puede ser arrancada porque se ha impregnado como un chancro en el alma. Y no importa lo que hagamos, a donde vayamos o con quien estemos, seremos miserables y nos sentiremos vacíos a cada momento hasta nuestra lóbrega defunción. Lo gracioso es percatarse, asimismo, de que todo en cuanto podamos creer será solo un ominoso autoengaño o una nefanda argucia más de la todopoderosa pseudorealidad. No obstante, somos tan torpes y patéticos que caemos muy fácilmente en sus redes y adoptamos cualquier irracional ideología o doctrina que nos ayude a prevalecer. Mas esto en sí mismo es algo aberrante y en contra de toda sublimidad; ¿qué podría haber más sublime que dirigirse con paso firme hacia nuestro hermoso destino? Y tal no podría ser otro sino la muerte, la embriagante colina de misterios insondables que siempre evitamos por miedo, cobardía o ignorancia. La humanidad en nosotros se aferra y busca perpetuarse; darle la contra es la batalla más difícil de todas: la más incomprensible para seres tan efímeros e intrascendentes como nosotros quienes quieren vivir por encima de todo, aunque no sepan para qué ni por qué.
*
¿Cuándo la existencia se tornó en algo tan deprimente y horroroso? O ¿es que siempre ha sido así y era yo quien había estado ciego todo el tiempo? Ahora solo puedo sentir como enloquezco, como mi mente se deteriora y mis sentidos se difuminan en un profundo mar de lágrimas y sangre. Ahora que ya todo se ha ido al carajo, que ya tú no volverás a protegerme de la horrible realidad y que las sombras se arremolinan con siniestra sonrisa a mi alrededor. Ya no miro más aquel delirante espejo donde tantas veces tu rostro me condujo hacia la sabiduría divina, hacia ese caos amalgamado en tu mirada lapislázuli que siempre terminaba por embotar mi consciencia atormentada… Pero ahora, mi eterno e imposible amor, ya nada de eso volverá a tornarse real; solamente la melancolía más suicida viene y permanece a mi lado hasta que mis lágrimas son secadas por el anhelo de muerte, por el fulgurante deseo de salir a buscarte e implorarte que te quedes solo esta noche conmigo. ¡Qué débil y dependiente es el ser humano! Estamos lejos de alguna evolución espiritual y requerimos del cariño y atención de otros como agua en nuestro infernal y devastador infierno interno. Yo mismo he experimentado esto en carne propia y me ha parecido una contradicción bestial, algo que va más allá de toda razón y ciencia, algo que tiene el mismo poder de un demonio que ha hecho el amor con un ángel y le ha robado todo rastro de pureza o divinidad. ¿Quién era yo entonces? ¿Quién era antes de ti y quién seré después? El mundo, ciertamente, siempre me pareció extraño; aunque no tanto como mi propia existencia, aunque no tanto como el no sentir tu incandescente presencia en la solitaria frialdad de mi cama.
*
La única cosa buena en la vida es que irremediablemente se terminará algún día. De hecho, la muerte es la única certeza que tenemos en este pantano de insustancialidad infinita. ¿Por qué temerle o evitarla? Quizá porque somos más estúpidos y necios de lo que creemos, o porque somos tan tremendamente adictos a las artimañas de esta ilusoria experiencia carnal que tanto negamos y que tan magníficamente nos destruye internamente. En nuestra atrofiada mente, no concebimos que esta pesadilla pueda culminar algún día y sin previo aviso, pero así será… En los momentos finales, ¿qué haremos? ¿Lloraremos de felicidad o de tristeza? Porque claramente solo podemos apreciar algo cuando está por llegar su final y creo que la vida no será la excepción. Todo habrá culminado entonces y nada podrá impedirlo, ya ningún lamento de amargura nos envolverá en su hermoso fulgor ni nos vomitará en el caos del cósmico reloj atrofiado. Verdaderamente será el ocaso de nuestro sufrimiento inmanente, de toda la agonía terrenal que pudo habernos devastado con dulce melancolía. Quizá solo entonces, en esas últimas y controvertidas milésimas de segundo, podremos apreciar los ojos majestuosos del dios hermafrodita cerrando los nuestros por la eternidad. Y en su infinito conocimiento bañarnos hasta habernos purificado de toda humanidad, de todo capricho mundano que podamos aún albergar… La obligación de vivir y luego la de morir: ambas nos conducirán a las revelaciones que solo nosotros podremos entender y que habrán de ilustrarnos acerca de los misterios donde la luz y la oscuridad ya no pueden separarse jamás. Todo vestigio de lo que éramos será erradicado sin consideración alguna de este plano ignominioso y mejor que así sea, mejor que nadie vuelva a recordarnos jamás. ¿Qué fue todo esto? ¿Un sueño, una ilusión, un naufragio o una pesadilla encarnada y trágica? Quizá todo y nada, pues quizá todo es y no es al mismo cierto o falso. Solo un suspiro final evocará la imagen multicolor que quedó tatuada en mi mirada la última vez que te vi y te quise besar, pero no lo hice… Entonces te miré alejándote y algo en mi interior quiso detenerte, pero mi corazón sabía que lo mejor era dejarte ir y yo largarme muy lejos; tan lejos que ni siquiera la muerte pudiera volver a unirnos y que ni siquiera todo lo que sentimos pudiera hacia ti de nuevo impactarme en el sinfónico aquelarre del olvido más impertinente.
***
Manifiesto Pesimista