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La Execrable Esencia Humana 41

Las banalidades y contradicciones del nefando mundo humano distraían mi trastornada mente por unos instantes, pero no los suficientes como para evitar mi sublime suicidio, pues realmente ya nada quedaba para alguien como yo que vivía detestándose tanto a sí mismo y añorando cada noche no volver a abrir los ojos jamás.

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Y así, esta tarde lluviosa y siniestra de este lóbrego domingo, culminaba una pequeña porción de las inquietudes de otro espíritu atormentado por la execrable existencia y sus deprimentes vertientes. Era otra vez esa caterva de reflexiones pesimistas y absurdistas cuya convergencia no podía ser otra sino el Hartazgo Existencial Extremo y la única solución posible ante tal dilema: el suicidio.

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Ya no quería hacer nada, puesto que ya no había nada que me interesara en este funesto mundo humano. Tan solo mantenerme alejado de todo cuanto en él imperaba y de sus ominosos habitantes era mi única alternativa; huir tan lejos como fuera posible de este caos atroz y blasfemo hacia el cual no podía sentir otra cosa que no fuera desprecio, asco o intolerancia.

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¿Era mucho pedir que la muerte llegase precisamente esta noche? En verdad no podía saberlo y tal vez no dependía de mí la dolorosa elección, pero estaba ya muy cerca; tanto que podía sentirla respirándome en la nuca y susurrándome en la oscura sombra de mi soledad, tanto que hasta era toleraba seguir viviendo un día más.

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El suicida reflexivo, paradójicamente, no tiene razón más elevada para matarse que el amor hacia una existencia que cree odiar y que, a través de su desaparición de este nefando mundo y de su unión con la muerte, busca purificar en un desesperado intento por hallar un ápice de verdad, pues comprende lo falso y absurdo de la esencia humana y todo lo relacionado con ella.

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