Al fin y al cabo, no importa el lugar, las creencias, las convicciones, las promesas, los valores, las costumbres, las tradiciones, la cultura ni las doctrinas, pues todas son y serán siempre esclavas del dinero, el poder y el sexo. El ser, asimismo, lo será también sin importar condición política, económica o social. De ahí que la única fragancia de libertad posible se alcance mediante la soledad y, posteriormente, mediante la muerte.
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En este mundo es imposible un cambio, pues las estructuras de la pseudorealidad están perfectamente diseñadas para que las masas adoren y defiendan su sutil esclavitud física, emocional y mental, y para que los supuestos gobernantes obedezcan órdenes y apliquen absurdas leyes que convienen a intereses más oscuros y turbulentos. Para mí, lo único que podría purificar esta ignominia es la destrucción absoluta de todo cuanto es; es decir, la muerte de la vida misma, tal y como hoy en día se lleva a cabo.
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Acaso jamás sepamos quienes gobiernan realmente este mundo desde las tinieblas, si es que son o no humanos. Lo que sí sabemos es que este mundo y la humanidad deben ser evaporados tan pronto como sea posible. Y es que, a mi modo de ver las cosas, esa y no otra es la única solución a este galimatías de sempiterna y abyecta devastación.
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Realmente es triste, pero cada vez me percato de que es más cierto: la raza humana es repugnante y debe ser destruida por completo. O, cuando menos, gran parte de ella; y los pocos que queden deberán ser encaminados hacia la auténtica iluminación y la gloria de una vida valiosa y hermosa.
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La verdadera guerra siempre será contra uno mismo; y, por desgracia, es la que casi siempre perdemos. ¿Acaso estaremos condenados a ser esclavos y demonios de nosotros mismos hasta nuestra irónica muerte? O quizás, en el borde del abismo, hallaremos temporalmente la voluntad para hacer de nuestra existencia algo un poco menos humano e intrascendente…
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Escribir versos era lo único que me quedaba ya, pues mis acciones estaban desde hace mucho silenciadas por una caterva de necios tontos que idolatraban sus propias cadenas. Ya no sentía ánimos de interactuar con nadie, estaba demasiado asqueado de todo y de todos. Ahora lo único que añoraba era la soledad y, desde luego, la muerte. Y es ya no había ya nada más que pudiera interesarme sino desaparecer completamente y para siempre; fundirme con el caos y la nada en una supernova de melodramática y sempiterna libertad.
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Romántico Trastorno