La existencia es algo siniestramente caótico, pero algo que, por desgracia, debemos experimentar y padecer sin saber por qué o para qué. Estamos inmersos en un pantano de horrores y contradicciones de proporciones incuantificables, absolutamente a disposición de los más controvertidos giros y caprichos del único dios posible: el caos de lo absurdo.
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Ojalá pueda morir pronto, le rezaré a dios a ver si ese deseo sí lo puede cumplir. Rezaré por mi extinción principalmente, pero no me olvidaré de orar por la extinción de todo cuanto existe.
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La humanidad y este mundo ya no deben existir… Y, quien piense lo contrario, es un ciego o un idiota. Y es que ¿quién en su sano juicio se inclinaría a perpetuar tal equivocación existencial?
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Es sumamente deprimente existir en esta realidad, de eso no me cabe ya la menor duda. Y es aún más triste saber que aún no soy digno de mi único anhelo: desaparecer por completo.
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Esta existencia es como una prisión de la cual, probablemente, solo la muerte puede liberarnos, pues es evidente que, mientras permanezcamos con vida, seremos esclavos de algo o alguien de un modo u otro.
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El suicidio es la última carta que queda por jugar para escapar de esta repugnante realidad; la única, de hecho.
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