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Sempiterna Desilusión 01

En realidad, solo hay una única verdad que debemos descubrir y aceptar en la vida: la muerte. Más allá de eso, cualquier cosa será irrelevante de aprender y fútil de practicar.

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A veces no sé si quiero ser más un filósofo o un poeta, pues ambas facetas me parecen sumamente agradables y me regocijo ante ellas como quien recibe al suicidio un lluvioso domingo por la tarde con la más amplia de todas las sonrisas. La filosofía me deleita la mente y la poesía el corazón; la filosofía me permite acariciar a los dioses, pero la poesía me susurra que el olvido es lo mejor.

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No podría nunca ser amigo ni tan siquiera dirigirle la palabra a uno de esos tantos sujetos que manifiestan su amor a la vida insultando a la misma con su miserable y estúpida forma de vivir, ser y pensar. De esos pobres diablos, por desgracia, está infestado el mundo; y me temo que, en breve, habrán conquistado cada rincón de lo poco sano que queda con su infame enfermedad: la ignorancia.

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La tragedia de la existencia consiste en volverse demasiado consciente del entorno y de uno mismo. Pues en tales circunstancias una incertidumbre diabólica y una melancolía infernal destrozarán poco a poco nuestra razón y trastornarán nuestras reflexiones hasta converger en la desesperación de existir. Una vez alcanzado dicho estado, cada intento por volver a nuestro anterior yo, tan ingenuo y falsamente alegre, será inútil. Y tal vez ya lo único que pueda mitigar nuestro imperante dolor existencial sea precisamente dejar de existir para siempre.

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Cuando la vida de una persona no se diferencia de la de cualquier otro, puede afirmarse con toda certeza que su vida ha sido un completo desperdicio. Se dice comúnmente que ninguna vida es un desperdicio, yo difiero. Creo que toda vida es un desperdicio mientras no se tenga plena consciencia del limitado tiempo con el que contamos para hacer algo valioso con ella. Y, casi siempre, tendemos a arruinarlo en sintonía con nuestra abyecta naturaleza humana.

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Sempiterna Desilusión


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