Me sentiría mal de parecerme a los otros, porque entonces significaría que todos mis esfuerzos por superarme han sido en vano. De ahí que, a veces, prefiero aislarme para no llegar a tan terribles conclusiones; empero, a veces también prefiero salir a contemplar a la humanidad para saber qué es lo que no debo seguir haciendo o qué es lo que debo aniquilar en mí.
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No solo debemos alejarnos de otros, sino también y sobre todo de nosotros mismos. Cuando finalmente hayamos logrado desvincularnos de lo que creíamos que éramos, entonces será revelada nuestra auténtica naturaleza. Si una vez hecho este sublime descubrimiento procedemos a enloquecer o a pegarnos un tiro, que no quede duda de que habrá valido totalmente la pena tan tremebundo desafío.
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Únicamente cuando reconozcamos el vacío en nuestro interior es cuándo podremos comenzar a rellenarlo desde dentro y no desde fuera, pues será cuando también entenderemos que nuestro yo actual debe sucumbir a toda costa a favor de la edificación de nuestra propia verdad. Esto es esencialmente lo que la pseudorealidad, mediante todo tipo de estratagemas e ilusiones, busca impedir a toda costa: que cosechemos en nuestro interior, y no en el exterior, aquello que nos llene por completo de amor, esperanza y paz.
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Mirar en el exterior, en la abrumadora realidad, era espantoso. Pero intentar mirar dentro, en mi propia alma, lo era aún más. ¿Era yo un desdichado excepcional o tan solo un mendigo de la duda más grotesca? Para averiguarlo, tendría que someterme a un diagnóstico espiritual y confrontar ahí mi propia devastación. ¿Soportaría los sádicos resultados? Tantos años de sufrimiento existencial y de agonía mental serían vomitados como si de alimentos en descomposición se tratase, como si cada resquicio de mi ser estuviera corrompido por inmundas y sutiles argucias implantadas.
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¡Cuán vacía, superficial y vomitiva ha sido la existencia de la mayor parte de la humanidad a lo largo de la historia, aunque ahora en verdad creo que los límites están siendo superados! ¡Quién sabe, a lo mejor en el futuro ya ni siquiera exista alguien que se cuestione esto! Y entonces finalmente todo se habrá perdido, o tal vez estuvo perdido desde el nefando comienzo. No lo sé, pero permítanme hacer una última recomendación a los escasos buscadores de la verdad que aún permanecen en pie: la mentira también puede hablar en lenguajes amigables y, casi siempre, usar la máscara de lo eterno. No debemos permitirnos ser compasivos con ángeles del infierno ni con demonios del cielo; ambos son entelequias de la misma matrix cuyo funesto propósito no será otro que el de absorber nuestra energía vital mediante explosivas ráfagas de emociones mal enfocadas.
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Teniendo en consideración que la humanidad está acabada, lo mejor que puede hacerse es desprenderse de la propia y arrojarse, como si de un premio se tratase, al beatífico manantial de la dulce muerte. No vale la pena seguir en este mundo decadente donde cada vez más personas renuncian a ser ellas mismas a cambio de vanas promesas y efímeras alegrías. No, para nosotros los filósofos-poetas del caos, nada de esto ha tenido nunca sentido ni podría tenerlo. Lo que nosotros perseguimos va más allá de todo lo humano y lo material, de cualquier clase de poder o riqueza; lo que nosotros buscamos, ciertamente, no es otra cosa sino el corazón de lo divinamente imperecedero.
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Sempiterna Desilusión