Constantemente se habla de la soledad como algo que debe evitarse a toda costa, como algo totalmente terrible que no debemos experimentar por ningún motivo. Me pregunto por qué será así, por qué tal rechazo a la introspección y el aislamiento. ¿No será más bien que el ser evita estar solo únicamente porque no es capaz de soportarse a sí mismo por mucho tiempo o tal vez porque le aterra lo que pueda experimentar si permanece en tal estado por un largo periodo? Y es que, de hecho, si lo analizamos, la pseudorealidad en la que nos hallamos y todos sus atroces elementos nos arrebatan del silencio, la tranquilidad y la soledad con una fuerza inaudita. Es casi como si para este sistema aberrante resultase indispensable que siempre estuviésemos distraídos, absortos con cualquier tontería o enfrascados en cualquier vulgar entretenimiento. Y, sobre todo, que siempre estemos acompañados de seres que, en mayor o menos medida, absorberán nuestra energía y atormentarán nuestra consciencia con todo tipo de pláticas insulsas. Quien hoy en día quiera conocerse a sí mismo y dilucidar los misterios que esconde su propia sombra, deberá irremisiblemente estar dispuesto a renunciar a todos los espejismos nauseabundos que se le presenten y a toda compañía vomitiva que busque distraerlo de su sublime destino.
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Sin importar el tipo de vida que podamos experimentar, así sea la más miserable o la más magnífica, siempre será preferible buscar su opuesto tan pronto como sea posible. Esto es así porque cualquier vida, independientemente de su estilo, encerrará, de un modo u otro, sufrimiento, desesperación y una inmensa agonía. De ahí que el encanto suicida debería ser nuestro único consuelo y objetivo, el dios invisible al que debemos ir cuando peor se tornen las sombras a nuestro alrededor. Buscar algo en cualquier otro lado sería un despropósito inenarrable, una distopía a la cual nos entregamos solo porque no conocemos nada más adecuado. Por doquier, rugen feroces bestias y leones alados se emancipan de sus reinos inocuos; en tanto nosotros divagamos en este plano aciago, lamentándonos a cada momento de nuestra inferioridad y añorando nada más que el cese definitivo de toda función vital. Ir a aquellos reinos, abrazar a los leones dorados y escapar con ellos para jamás retornar a la nauseabunda pseudorealidad de la cual tan complejo resulta escapar.
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Claro que la vida es perfecta… Sí, perfectamente hecha para torturar a las criaturas que la experimentan sin opción alguna. Creo que, de hecho, nunca ha existido mayor muestra de un perfecto sistema de encarcelamiento, tedio, desilusión, esclavitud, sacrilegio y blasfemia que este. La vida, así, se convierte en el método de tortura más brillante alguna vez concebido y del cual debemos formar parte en contra de nuestra voluntad. No solo experimentaremos aquí una angustia sin límites, sino que a cada instante deberemos mantenernos en guardia en contra del siempre vehemente sufrimiento que podría aguardarnos. El constante desgaste que esto produce en la mente, el corazón y el alma no tiene precedentes… ¡Simbolizará nuestro hundimiento en la podredumbre tarde o temprano! Será el revólver que habrá de dispersar las tinieblas esparcidas sin remordimiento por nuestra infame esquizofrenia suicida.
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No importa qué nueva actividad realicemos, qué nuevo objetivo persigamos, qué nuevo proyecto emprendamos, qué nuevo lugar visitemos, qué nueva persona conozcamos, qué nuevo libro leamos, qué nuevo juego juguemos ni qué nueva vida vivamos… Al final, siempre se terminará por caer en el inevitable quiste del aburrimiento producto de un accidente que jamás tendrá sentido alguno: existir. Esta y no otra es la tragedia encarnada y desprendida de la divinidad indiferente. Esta es la exégesis que nada podrá contrarrestar ni explicar jamás, mucho menos justificar… Nosotros menos, puesto que estamos demasiado imbuidos en las argucias de la pseudorealidad y nuestras mentes han sido raptadas por la ignominia y el absurdo. Nuestras vidas carecen de todo propósito, se basan principalmente en el vacío y la rutina; nuestra muerte no podría lucir entonces más apropiada, más resplandeciente y vivificante… Sin embargo, todavía nos consume y aterra sobremanera la brutal incertidumbre que implica el acto de matarse; hasta que este umbral no sea franqueado, podríamos decir que cualquier lamento estará de más y que el más mínimo desvarío nos hará tambalear siniestramente en la diáfana esencia del halo de la desesperación.
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Todas las estrellas se apagarán al fin esta melancólica noche, al menos para mí así será. El final está cerca y es así como lo deseo, como el destino se cumple para mí. La culminación de una vida absurda entre millones, de una existencia gris y apagada que jamás tuvo ningún sentido. Las lágrimas están de más, la sangre dejará de fluir por este cuerpo decadente en breve y todo lo que ahora es cesará su fatídico andar. El último suspiro escapa de mis labios fríos y, de un momento a otro, todo fundirá a negro…; a un negro eterno, al bello negro eterno de la muerte. Ya nada en esta vida me importa, ya nadie me podría interesar lo suficiente como para permanecer. También estoy hastiado de mí, de la tragedia de mi existencia y de todo lo que se ha desprendido desde entonces. Falsedad incuantificable, siempre máscaras y apariencias detrás de las cuáles tuve que cobijarme y ocultar mi anhelo fulgurante: el de quitarme la vida y sonreír ante tu definitiva partida.
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Todos ellos trataban de convencerme de que yo había enloquecido, pero sé que mentían. ¿Cómo podían no hacerlo? ¿Cómo podrían ellos y no yo estar en lo cierto? ¿Cómo creerles a todos esos idiotas cuando las voces en mi cabeza me sugerían plenamente todo lo contrario? ¡Yo estaba cuerdo, infernalmente cuerdo! Eran ellos y no yo quienes estaban enfermos, quienes requerían ayuda a la brevedad… Yo quería estar solo y luego suicidarme, solo eso y ya. Quería que todos ellos me dejaran en paz, que no volvieran a atormentarme con sus sórdidas conversaciones ni sus tormentosas solicitudes. ¡Que me dejaran tranquilo en aquel manicomio deprimente en donde habían transcurrido los últimos años de mi lúgubre y mísera existencia! Ya solo la muerte me atraía, solo con ella quería relacionarme y solo entre sus labios quería yo desintegrarme por siempre.
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La Agonía de Ser