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Infinito Malestar 43

Mientras yo esté relativamente bien, el mundo entero se puede ir al carajo… Esa y no otra, lamentablemente, es la mentalidad que uno debe adoptar si quiere conservar un poco de su salud mental y paz interna. Así de nauseabunda es la realidad como para detestarla en toda su magnitud y para hacer caso omiso de todo lo que acontezca fuera de nuestra deprimente habitación. Ni siquiera podemos estar a salvo de nosotros mismos, pero al menos así no dañaremos a otros; al menos así podremos hundirnos placenteramente en nuestra infausta miseria sin que nada ni nadie vuelva a perturbarnos. ¡Qué horrible es este mundo ruin y vomitivo! Por alguna extraña razón, hemos sido arrojados en él sin explicación alguna. Es como si algo o alguien más allá de nuestro limitado entendimiento simplemente nos hubiese obligado a experimentar todo esto sin sentido alguno… ¿Para qué? Los misterios se incrementan conforme mi consciencia se expande y mi alma enloquece en los infinitos recovecos del caos más bestial y supremo al que ningún mortal podría entregarse sin lamentar tarde o temprano las fatales consecuencias.

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No me importaba ya si en verdad yo estaba loco, pues era preferible incluso esto último que ser como todos esos títeres de la pseudorealidad quienes alegaban ser auténticos; y cuya existencia estaba principalmente guiada por la estupidez, la ignorancia y la banalidad. ¡Qué grotesco abismo de irrelevancia y náusea me rodeaba sin cesar! Lo peor era que, acaso, algo en mí ya se había acostumbrado a divagar inútil y trágicamente en esta pesadilla execrable. ¿Qué más podía hacer? ¿A qué más podía aspirar? No amaba a nadie y nadie me amaba a mí; ¡mucho mejor! Amar… ¿Para qué? Algo así no podría ser cierto, salvo en las atroces ensoñaciones de una criatura demasiado ingenua para esperar algo de terribles monstruos como todos nosotros; sí, de criaturas que tenían la aberrante necesidad de mentirse a sí mismos la mayor parte del tiempo para no pegarse un tiro o pegárselo a otros. Este mundo es el averno en el cual se desvanecen todas mis esperanzas y emociones carcomidas por el vacío existencial. Soy solamente otra pobre y desgracia marioneta cuya cordura ha sido ultrajada por la nada y contaminada por el sórdido pensamiento del mañana. ¡No tengo opción! No elegí venir aquí y ahora tampoco podré elegir no irme; ¡vaya ironía del destino! No hago sino atormentarme cada vez más; ¡en eso sí que podría considerarme un experto! Ya toda interacción me parece sumamente innecesaria y toda ilusión tridimensional no hace sino deprimirme hasta la demencia absoluta. ¡Ay! No puede haber mayor humillación para mí que estar atrapado en esta forma humana que tanto detesto y que me impide sentir lo divino en todo su esplendor.

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La mayor parte de la humanidad jamás se cuestionará nada al respecto, ni sobre la realidad ni sobre ellos mismos. De ahí que el ser humano sea una criatura tan fácilmente manipulable y cuya personalidad se pueda moldear hasta convertirlo en lo que podríamos denominar un esclavo feliz. Tal es la condición de tantos patéticos títeres que creen ser libres y conocer la verdad mediante una doctrina absurda, una ideología siniestra o un culto atroz. Religiones, gobiernos, corporaciones, organizaciones, sectas y perspectivas de toda clase… Y, sin embargo, ¡todas dominadas por el sexo, el dinero y el poder! El ser humano, sin importar en qué crea o ante qué se arrodille, jamás podré ser él mismo mientras no tenga el valor de destruirse espiritualmente y de inmiscuirse en el infernal caos de lo absurdo que nace y muere en su corazón. Me parece, no obstante, que estamos perdidos y condenados a errar el camino una y otra y otra vez… Nuestra esencia afligida, empero, no ha sido hasta ahora sino el aciago entretenimiento de entidades adimensionales y siniestras cuyas estrepitosas carcajadas mastican nuestra alma deprimente cuanto más nos aferramos fútilmente a la vida. No somos nada, no vamos hacia ningún sitio; y creo que eso de antemano lo determina todo.

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No existe nada más absurdo, ridículo y sacrílego que la existencia de la raza humana… Una mezcolanza brutalmente caótica de sinsentido y estupidez conminada a pudrirse no solo ella misma, sino también al entorno y las especies que la rodean. El ser humano no solo es miserable, sino que posee las cualidades perfectas para hacer miserables a quienes lo rodean. Si la creación de tan aberrante criatura no es un error, entonces no sabría cómo denominarla. La verdadera tragedia, a mi parecer, es añorar la perpetuación de este error nefando y todas sus miserias; tal y como lo añoran todos esos gusanos infames que diariamente no hacen otra cosa sino alucinar con disparates y embriagarse con entelequias. Sin importar lo que acontezca, yo no puedo ya volver a tragarme todas esas mentiras que hacen al resto efímeramente feliz. Aunque sé que no puedo esperar de mí sino infinito malestar y lamentos de una amargura imposible de definir en mi actual estado emocional. Supongo que a todos nos hace falta, en el fondo, demasiado amor. Pero un amor más allá de lo que podríamos imaginar, uno más allá de lo humano; uno capaz de hacernos olvidar que aún estábamos vivos y que la muerte aún no nos había acariciado.

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Curiosamente, nuestra incomprensible felicidad, en demasiadas ocasiones, acaso en todas, no es sino resultado, directo o indirecto, de la lúgubre infelicidad de muchos otros… Así es como incluso funciona este sistema pseudoreal donde, para que unos pocos puedan estar relativamente bien, la mayoría debe estar mal. Es el clásico esquema piramidal que no puede ser derrumbado con nada, pues los amos cuyos oscuros intereses manejan a los gobernantes se asegurarán siempre, de un modo u otro, de mantener a los esclavos adormecidos y controlados con cualquier clase de tontería. A decir verdad, ni siquiera creo que valga la pena intentar cambiar algo de esto; ¿con qué fin? La gran mayoría de esclavos están felices de serlo, en tanto puedan seguir pagando por aquello que los devasta internamente y los desfragmenta espiritualmente. ¿Qué es todo esto sino un trágico desacierto del vacío cósmico? Acaso una pesadilla con la que nos vemos obligados a soñar hasta que la muerte mágicamente nos despierta, hasta que el destino nos abofetea implacablemente cuando más inmersos en nosotros mismos creemos estar. Así, nos es expuesto con maestría el nulo valor que tienen nuestros deseos e intenciones más profundas; casi como si el mero hecho de existir en esta abyecta realidad significase un sufrimiento imposible de asimilar en su estado más puro.

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Infinito Malestar


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