Tú eres ese amanecer del que bebo la vida, la energía que día a día me impulsa, la quietud que un alma agonizante súplica, la inspiración que el músico busca para componer la melodía que eleva el espíritu de todo ser, el matiz más idílico que el pintor busca para plasmar en el lienzo eviterno, el reflejo más supremo que se pueda visualizar en la soledad más blasfema, la droga vivificante que el maldito adicto requiere para subsistir, el cálido aliento de la esplendorosa primavera anunciando el fin del crudo invierno. Eres sempiterna luz en mi obscuridad abismal, mi color favorito, el café que me acompaña cada amanecer, el pañuelo que limpia mis lágrimas llenas de inmenso hartazgo… Eres el motivo que me hace despertar por la mañana, la tranquilidad que me ayuda a dormir cada noche sin importar nada más… Eres tú, y solo tú, ese veraniego amanecer en el cual me gustaría perderme hasta la muerte.
Es que te amo tanto y sin requerir de un motivo en particular. Solo sé que me encanta todo de ti, mucho más la parte espiritual y mental que tu cuerpo; el cual, ciertamente, no deja de ser un monumento a lo más perfecto que pueda existir en el universo entero. Tus ojos son como dos centelleantes estrellas que iluminan mi triste y tragicómico destino, que me permiten vislumbrar una momentánea isla donde descansar en este mar de sangre que es mi irónica y deprimente existencia. Y tus cabellos, con ese peculiar tono similar al del arrebol, me cautivan con solo olerlos, con solo tenerlos esparcidos entre mis manos cuando fundimos nuestras almas para escaparnos, aunque sea solo unos segundos, de este mundo enfermo. En tus brazos me quiero quedar hasta que la tormenta haya cesado, hasta mi espíritu de esta realidad haber emancipado y hasta haber comprendido que algún día ya no podré volver a perderme en el precioso resplandor de tus ojos cafés.
Sé que no hay escapatoria, que así debe ser. Y también sé que, al amanecer, tu silueta mística y resplandeciente será evaporada para, quizá, jamás volver a este pensador infame y agobiado. Y ya no se unirán más nuestras bocas, ya no palpitarán nuestros corazones al unísono, ya no seremos nosotros quienes nos abracemos en el cielo de los deseos translúcidos. Tú sombra no habrá de satisfacerme, pues nada podrá reemplazar el vacío que dejará haberte extirpado de mi mente, pero tal vez sea eso lo más conveniente. No lo sé, aún tengo tiempo, apenas comienza el lóbrego y último anochecer de esta existencia decadente donde los elíxires del alcohol y los polvos mágicos ya no consiguen apaciguar la caída. No quiero que te vayas, no quiero renunciar al sabor de tus alucinantes besos, pero no perteneces aquí… Tan solo existes dentro de mí, ahí en los más insanos recovecos de mi más delirante esquizofrenia… ¿No es así, mi eterno e imposible amor?
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Anhelo Fulgurante