Ahora entiendo por qué los humanos detestan la muerte, porque es la única deidad a la que no pueden humanizar con sus creencias decadentes. El nivel más elevado e incomprensible de caos ante el que palidece toda teoría, doctrina o ideología. Los lamentos y las lágrimas derramadas no sirven entonces de nada; pues nada de lo dicho y hecho podrá jamás revertir el tiempo ni metamorfosear el futuro. Una de tantas razones para deprimirse, para angustiarse por un buen rato y para enloquecer hasta reír sin que el infinito pueda ya estorbar nuestras luminosas carcajadas.
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En fin, apagué el cigarrillo, vacié el trago, cerré el libro y me tiré en la cama. Una absurda noche más me esperaba, tan absurda como el anhelo de proseguir con vida. Sentía extinguirse la poesía que tantas otras ocasiones me mantenía, la percepción de un cambio verdadero en este infierno terrenal. Hoy ya no hay nada más: ningún libro vendrá en mi auxilio; no habrá poesía que aleje el cuchillo, solo aquella que mancharé con la sangre de mi hermoso suicidio. Ni hablar, al final la tristeza conquistó mi ser y la agonía fulminó mis lúgubres esperanzas. El eclipse en el que mi corazón se desmoronó fue el símbolo de la última caída, de aquella exploración interna que terminó por trastornar mis sentidos. El ayer, empero, no tiene boca ni olor; mas el hoy, preñado de insulsa redención, me suplica por cerrar mis ojos y dejar que las sombras se apoderen de mi humana y pérfida abstención.
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Lo que me parece más extraño es que tantos humanos hayan existido y muerto sin que jamás les haya pasado por la cabeza la carencia de sentido en sus miserables vidas, así como la inevitable conclusión del encanto suicida. Más vale que se tomen medidas drásticas para que los niños sepan a temprana edad lo adecuado de colgarse o pegarse un tiro; que se enseñe en las escuelas, paralelamente a las supuestas verdades, las mentiras tan reales con las que baila nuestra percepción. ¡Ay, esa percepción ultrajada, acomplejada y nimia! ¡Esa percepción de esclavo, de oveja y de creyente! Deberíamos sentir infinita náusea de todo lo que hemos sido hasta ahora, porque solo así se nos ocurrirá entonces comenzar a explorar aquellas sendas que siempre nos causaron más temor y angustia. Y si una de ellas conduce a la aniquilación, ¡qué bueno! Y si todas ellas conducen a la muerte, ¡qué mejor!
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No creo en dios ni me interesa su existencia; soy indiferente a él y me encanta. Prefiero perder mi tiempo intentando conocer el lado opuesto de la moneda: me parece más real y sincero, pues al menos puedo ver sus efectos en el mundo donde transcurre mi tétrico encierro. Por otro lado, tampoco tengo problema si dios existe; es más, creo que estaría igual o más deprimido que yo… ¡Y quizás él y yo podríamos compartir una extraña borrachera mística donde lo menos importante sea la salvación!
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La gente religiosa siempre es molesta, casi siempre más molesta que religiosa. Es gracioso, supongo, la manera en la que estos individuos tan peculiarmente soberbios están tan asquerosamente seguros de lo que su dios quiere, anhela y necesita de ellos. Si yo fuera su dios, sentiría náuseas de tener como creyentes a tales fanáticos totalmente incapaces de razonar algo por ellos mismos o de siquiera amarse a sí mismos un poco. De ahí que no culpo a ese dios por su indiferencia, ausencia y abandono del mundo; ¡quién no haría lo mismo! Así pues, o en verdad tal dios está bien muerto o le encanta fingir su muerte en términos y tiempos divinos. Y pensándolo bien, ya me cae mejor ese caprichoso irremediable; ya hasta quiero invitarlo a mi casa y ser su psicólogo a cambio de un poco de pan y vino.
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La Execrable Esencia Humana