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El Extraño Mental XXXVII

El rayo del sol entraba por la ventana, aunque no recordaba que hubiera alguna. Lo primero que sentí fue un intenso y desgarrador dolor de cabeza, como nunca en mi vida. Suspiré e intenté enderezarme, pero sin éxito. A cada uno de mis costados dormían, respectivamente, Selen Blue y Arik, completamente desnudos y con hedor alcohólico. Me recosté nuevamente, pero sin intenciones de dormir. Como pude me levanté, me vestí y procedí a retirarme sin solicitar ningún tipo de explicación. Lo importante es que nadie había muerto, aunque, al fin y al cabo, me hubiese gustado que así hubiera sido. En fin, tendría que seguir con mi miseria unos cuántos días más. Miré a mis dos compañeros de noche y me pareció como si ambos compartieran la mitad de su rostro conmigo; tanto que pensaba que, si los unía, seguramente obtendría lo que yo creía ser en este plano físico.

Me retiré de la habitación medianamente vestido y caminando con gran dificultad. Intenté poner las cosas en orden: nada de aquellas aberraciones habían ocurrido sino en mi cabeza. Sin embargo, ¿era importante? Lo único que lamentaba era no haber muerto, cosa extraña dada la inmensa cantidad de sustancias que ingerí. No tenía claro qué de todo aquello había sido realidad y qué fantasía. Me alegraba un poco que aquellas parafilias ignominiosas de Selen Blue solo hubiesen acontecido en mis sueños…

En fin, mis pensamientos tan poco claros fueron interrumpidos por el hermoso cuadro que en la noche previa tanto me había embelesado. Para mi mayor ensimismamiento todo había cambiado. Era así o yo estaba enloqueciendo. No sé cómo pude conservar aún la razón suficiente como para convencerme de que, efectivamente, algo había cambiado en el precioso cuadro. No solo el fondo era diferente, sino también el lúcido colibrí, tanto en forma como en color. Esta vez el ave no era de un tono violeta, sino de un azul bastante agresivo, como el de los ojos de Selen Blue. Y, extrañamente, el contorno también parecía ser de un rojo tan peculiar como la sangre. Además, no estaba en una posición sumisa como antes, sino que ahora se mostraba con un tinte muy singular que, no sé por qué, me recordó un despertar interno. Sí, era como si algo en mí respondiera a la nueva forma del colibrí, el cual ahora estaba en una posición lateral y extendía sus alas asombrosamente mientras que su mirada era tan abrumadora.

Algo había, algo que podría identificar con cierto despertar de la virilidad. Recordé entonces a Arik, el poeta deprimido quien ahora dormía en los brazos de Selen Blue, y su historia acerca de la imposibilidad de conseguir una erección con la persona que amaba. Pero también yo me sentí profundamente avasallado, de una u otra manera, por aquel simbólico y enigmático cambio en el ave. ¿Qué significaba en realidad aquella preciosa pintura? ¿Qué había de la historia de la artista excéntrica que la había pintado y se había matado? Todo era extraño y provocaba intensas emociones en mi interior, donde creía ya nada podía alebrestarme. Comencé a sospechar que los sentimientos y las emociones no dependían directamente de la mente ni de las personas, sino que provenía de un entorno misterioso, uno más allá de nosotros mismos.

Bajé como pude las escaleras para abandonar el edificio, pero se me complicó bastante. Todo daba vueltas e imágenes incongruentes no dejaban de atormentarme. Tenía memorias vagas de lo que había pasado durante la noche, me temblaba el cuerpo y sentía náuseas a cada momento. Cuando ya estaba a punto de llegar a la puerta, me desmayé y lo último que estuvo en mi cabeza fue la imagen del colibrí, símbolo del despertar de la virilidad, y el inmenso parecido de sus matices con el de los ojos de Selen Blue. Y, aunque no había sido lo más loco, aquel beso de tres me había dejado ligeramente trastornado. Ahora que lo consideraba detenidamente, era como si me hubiese besado a mí mismo a través de tres entidades que compartían mi parte animal, racional y artística. Todo era extraño, tan parecido a la sensación de quemarme desde dentro y aspirar el dulce aroma de mi propia devastación espiritual. Al menos todo había sido un sueño, al menos…

Desperté un tanto alterado. Habían pasado seis días desde que me hallaba en el hospital. Creo que mi caso ya era preocupante, pero ahora que despertaba todo volvía a la normalidad. Extrañamente, los médicos no reportaron un excesivo contenido de sustancias nocivas en mi cuerpo más allá de alcohol y cocaína. Y, de hecho, lo hallado de esta última fue una dosis muy mínima, no concordante con mi estado de inconsciencia de seis días. Se decidió no investigar más hasta que yo despertara, en caso de que lo hiciera. Pero, ahora que lo hacía, me habían dejado en paz. Ya no era un paciente de gravedad y las emergencias estaban a la orden del día. Lo último que me dijo el médico fue que una mujer había llamado a la ambulancia y que me habían recogido en un estado bastante grave. Cuando pregunté cuál era el nombre de la mujer él dijo que se llamaba Melisa.

¡Vaya coincidencia! No era sino una gran tontería en principio. Era obvio que Selen Blue era quien había llamado a la ambulancia, o ¿no? Pero estaba ese nombre… Melisa, tal y como se llamaba la mujer que una vez había amado y que se había quitado la vida por mi culpa, supuestamente. La gran incógnita, no obstante, era: ¿cómo diablos supo Selen Blue de la existencia de Melisa? Pues, si conocía su nombre y lo había dado a la ambulancia que me recogió, era evidente que sabía algo más. ¡Qué extraño! En fin, al demonio todo eso. Quizá solo era una gran casualidad, de esas que parecían siempre encerrar algo más. Y, como mi cabeza seguía doliendo, decidí olvidar aquel tópico.

Sin embargo, eso no sería lo último que vería en el hospital. Tan pronto como me dieron de alta, y como pude caminar sin tambalearme, me dirigí al lugar donde recogería mis pertenencias. Todo parecía indicar que me podría ir tras responder unas cuantas preguntas, solo para completar el expediente. No me informaron si la policía o alguien más llevaría a cabo tal cuestionario, pero estuve de acuerdo en hacerlo si con eso podía finalmente irme a casa. Me preocupaba un poco el trabajo, aunque tan pronto como me comuniqué e informé de lo acontecido, decidieron que estaba bien y que me presentara el lunes próximo sin mayor problema. Ciertamente, había sido una semana floja y no había sido necesaria mi contribución. Solo les molestó que no les avisara antes, pero al saber que había estado en coma se disculparon. Y, mientras esperaba a la persona que tomaría mi declaración, ocurrió un hecho bastante perturbador.

Apareció una mujer demacrada y con toda la facha de una trastornada perdida. De inmediato me sentí identificado, no tanto por su superficialidad, sino por su comportamiento. Miraba a todos lados con un odio tremebundo, casi como si en cualquier momento fuera a abalanzarse sobre alguien. No distinguí plenamente su rostro porque los abundantes cabellos lacios y enmarañados le cubrían gran parte. Iba de un lado a otro y a nadie parecía importarle. Decidí ignorarla, pero tras un corto tiempo comenzó a estresarme y opté por analizarla. Era evidente que esperaba algo o a alguien, pues la ansiedad la consumía. Se tronaba frecuentemente los dedos y repetía incoherencias en voz baja, casi musitando. Sin embargo, a veces daba la impresión de estar hablando con alguna otra persona inexistente. Sería bastante complicado adivinar sus intenciones con solo mirar, así que me decidí a hablarle.

–Oiga, ¿no podría tomar asiento? Su constante caminata nerviosa por este pasillo me está estresando –exclamé modestamente, en tanto la tomaba del brazo.

–¡No, imposible! Si me siento, no podré ver cuando él venga… –murmuró casi sin prestarme atención.

Reconocí la voz. Pero ¿dónde la había escuchado y a quién pertenecía? En el estado tan afectado en que me encontraba no era capaz de discernirlo. Además, aquel semblante, para mi sorpresa, no era el de una anciana, sino el de una mujer joven y ligeramente bella.

–¿Qué está diciendo? ¿Quién va a venir?

–¡Él, por supuesto! ¡A quien amo con todo mi ser! Dicen que ahora está en las manos de dios, pero yo no lo creo. El infeliz, a lo mucho, debe estar acariciándole la verga al diablo. ¡Que el infierno lo consuma! ¡Sí, será lo mejor…! ¡Ja, ja! ¡Que su alma arda por la eternidad!

–¿De qué habla?

–No, pobre… Ella fue quien lo pervirtió… ¡Sí, ahí está el gran dilema! Entonces en verdad merece estar en los cielos, al lado de los ángeles. Porque han todos de saber que, aunque su alma fue corrompida, ¡él verdaderamente era un ángel!

Pensé que sería inútil continuar aquella conversación, así que renuncié a mis propósitos, no antes de que la situación se agravara aún más. En el mismo momento en que me volteaba penetraron en el hospital algunos paramédicos sosteniendo el cadáver de un pequeño. La mujer comenzó a gritar como loca y se abalanzó sobre ellos diciendo:

–¡Devuélvanmelo! ¡No tienen ningún derecho! ¡No les pertenece, es mío! ¡Devuélvanmelo, perros!

–¡Seguridad! ¡Seguridad! ¡Llévese a esta desquiciada de aquí! ¿Quién le permitió entrar?

Repentinamente, algunos oficiales aparecieron y se llevaron a la supuesta trastornada, no sin que antes dijera por última vez:

–¡Te veré cuando la oscuridad haya devorado por completo a la luz! ¡La sonrisa más hermosa es siempre la de la muerte!

Tras sentenciar estas frases aparentemente sin sentido cedió ante la fuerza de los guardias y se calló. Pero cuando hizo esto me di cuenta de que se trataba, nada más y nada menos, que de esa mujer… ¡Maldición! Mi cabeza estaba tan confusa que no pude recordarlo. Lo que me impactó, en cambio, fueron sus palabras. ¿Dónde había escuchado eso antes? Un sonido parecido a una flauta inundó mi psique. Era tan enigmático y atroz que, por más que intentaba, no podía dejar de prestarle atención. Y, aunque parecía solo ser una simple melodía, ya fuese mi imaginación o no, creí entender muy vagamente “un sueño árabe”. Pero ¿qué rayos podía significar aquello? ¿Qué era eso de “un sueño árabe”? La melodía, ciertamente, parecía provenir de esa región, pero…

–Caballero, pase por aquí. Serán unas cuantas preguntas de rutina, y luego podrá irse a descansar –susurró alguien a mis espaldas.

Grande fue mi sorpresa cuando al virar observé a un sujeto de lo más extraño, vestido absolutamente como un tipo sin sentido. No obstante, le hice caso y me dejé conducir por él. Mi curiosidad seguía intacta acerca del incidente anterior, me había llamado la atención sobremanera. Seguramente cuando todo finalizase, antes de irme, preguntaría qué le había pasado al cadáver de aquel niño y quién era esa trastornada mujer en realidad. Por otra parte, la extraña música del sueño árabe no cesaba. Extrañamente, había comenzado desde que había aparecido aquel extravagante sujeto.

–Aquí está bien, tome asiento –me indicó al llegar a una oficina sin otra cosa más que dos sillas–. Nadie nos molestará, estaremos solos.

–Bien, parece seguro.

–¿Seguro? Señor, en este mundo nadie está seguro. No podemos estar seguros ni siquiera de lo fundamental, como existir, por ejemplo.

Lo miré dubitativo. No sé por qué había intuido la posibilidad de que ese hombre fuese excéntrico, quizá por su manera de vestir, o tal vez…

–Bueno, ahora cuénteme todo lo ocurrido. Será mejor así, porque no tendría sentido si yo le hiciera preguntas rutinarias. Cuénteme lo que pasó esa noche.

Lo hice omitiendo los detalles más bestiales y él no hizo ningún gesto. En su rostro había algo inhumano, algo casi divino y a la vez ominoso. Era como si dios y el demonio se hubieran puesto el mismo traje y fingieran ser lo opuesto.

–Ya veo, entonces usted es, por así decirlo, bisexual.

–No lo creo. Bueno, tal vez sí. Lo que quiero decir es que todos lo somos, pero desde pequeños se nos inculca que lo correcto es la atracción hacia el sexo opuesto.

–Con que se nos inculca… – repitió él, variando de nuevo el tono de su voz, haciéndolo esta vez más rasposo.

–Sí, eso creo.

–Y ¿qué más se nos inculca según usted? –inquirió con vivacidad.

–Disculpe, pensé que podría irme en breve. Admito que esta conversación es muy interesante, pero…

–¿Le preocupa algo? ¿Acaso tiene algo importante que hacer después de esto?

–¡Amm! Creo que no, es solo que…

–Bueno, si usted no quiere…, entonces es libre. Váyase, continúe con su aburrida vida de empleado y siga sufriendo con la miseria de su existencia.

–¿Quién es usted en realidad?

–Señor, se lo suplico: no haga preguntas cuyas respuestas no está mínimamente preparado para entender. Si yo le dijese quién o qué soy, usted enloquecería de inmediato.

Me atrapó la intriga de la situación y decidí seguirle el juego a aquel extraño.

–Usted es extraño, por eso estoy aquí… Estamos, mejor dicho.

–Ah ¿sí? Pues yo solo lo veo a usted –respondí mirando alrededor.

–Vaya, ¡qué perceptivo! Usted es, indudablemente, el culpable de esto. Debo admitir que es un sujeto extraño y… pintoresco, por así decirlo.

–Pues gracias.

–¿Ha escuchado algo acerca de la sonrisa de la muerte? Dígame la verdad: ¿ha tenido recientemente una plática con algún viejo andrajoso?

–Creo que sí.

–Y le hizo caso.

–Sí.

–Entonces puede oírla.

–¿Qué?

–La melodía, la flauta…

–¡Ah! Justamente eso pensé.

–¿Eso pensó? Y ¿qué es “pensar” para usted?

–Bueno… no lo sé con certeza.

–Y si yo le dijera que todo lo que piensa le ha sido inculcado, tal como usted mismo afirmó acerca de la bisexualidad hace unos momentos.

–Diría que es cierto.

–Pero no por ello dejaría usted de pensar, o ¿sí?

–No podría; es decir, no puedo dejar de pensar.

–¿Cree que si usted dejara de pensar entonces moriría irremediablemente?

–No lo sé, jamás he podido dejar de pensar.

–¿No ha podido o no ha querido? Dígame: ¿cree usted que observa o que es observado?

–Ambas cosas, supongo.

–¿A la vez?

–¿Cómo?

–Sí, simultáneamente. ¿Nunca lo ha imaginado? Yo creo que alguien como usted lo ha hecho. Ser y no ser, estar y no estar. ¿No ha vivido los últimos meses pensando en el suicidio como la forma de convertirse en una divinidad después de la muerte?

–Sí, pero es algo que aún me atormenta.

–¿Morir le atormenta?

–No, vivir.

–Entonces es absurdo.

–Lo sé. Pero ¿qué tal si después de que muera sigo siendo humano? Pensaba que, si estando vivo podía superar mis límites como humano, entonces al morir…

–Hace usted buen uso de tus pensamientos. Por desgracia, yo no puedo responder esa pregunta.

–Y ¿quién sí puede?

–Un dios.

–Pero no existe.

–Entonces la respuesta no existe. Y, si no existe respuesta para la multitud de preguntas que le atormentan, entonces tampoco el concepto de verdad es asequible.

–Debería existir.

–Usted debería hacerlo antes de cuestionarlo.

–¿Ahora me vendrás con el cuento de que no existo?

–No es ningún cuento. De hecho, si existiera la verdad, eso precisamente sería lo más cercano a ella: la inexistencia. Por eso la anhela tanto, la nada lo es todo para usted. Lleva tanto tiempo con los humanos que comienza a ser como ellos. Mírese nada más, mire en qué se ha convertido. Es un suicida, uno que no se mata, uno que vive. Pero para hacerlo ha tenido que recurrir a las más deplorables y banales prácticas. Lo hace porque solo eso lo desaburre un poco y lo libera de la desesperación de existir. No obstante, muy en el fondo de su ser sabe que todo lo que haga no servirá de nada. Esa es su verdad, la verdad en la que ha decidido creer, su perspectiva. Y, al creer con suficiente fuerza en ella, puede reírse de los demás. ¡Pobres ilusos! Ellos jamás lo entenderían… Ellos viven anhelando cosas y apegados al mundo. Pero a la vez le atormenta que, en su estupidez, encuentren refugio, un sentido. Y usted, que tanto ha buscado, no encuentra nada. ¿No sería mejor ser como ellos? Un vil humano que existe sin jamás cuestionarse el sentido de nada, ni siquiera de su propia existencia. Porque, cuando los seres viven solamente por vivir, entonces eso es lo mismo que estar muerto.

–Es la fórmula: nacer, crecer, reproducirse, morir. Nada más hay en este mundo.

–Y, asumiendo que eso fuera cierto, ¿para qué seguir? ¿Qué sentido tiene prolongar este sufrimiento? Mire esto, es algo que usted usaría –y me mostró un arma que tenía grabado en sangre la sentencia: un sueño árabe.

–¿Qué es eso de un sueño árabe? –inquirí sosteniendo el arma, pero sin hacer ningún movimiento suicida.

–Un sueño árabe será lo que usted quiera que sea, es solo un símbolo. En su caso, podríamos decir que sería el modo en el cual ha distorsionado la realidad.

–Eso es imposible.

–Nada es imposible, solo improbable. Esa es la diferencia. Pero, como supuse, ha pasado tanto tiempo con los humanos que ya no lo recuerda. Así será mejor, creo. Ahora dígame, ¿qué le parece el arma? ¿Cree que es buena?

–¿Buena? ¡Oh, claro que es buena! Con ella puedo quitarme la vida.

–¿De verdad? ¿Cómo puede poner fin a algo que usted no empezó?

–Porque esa es mi voluntad, la de matarme.

–¿Voluntad de matarse? Interesante… Indudablemente es el extraño del que me hablaron. Por desgracia, extraño, no puedo revelarle más. Tan solo imagine que he tenido que venir aquí personalmente, y solo para hablar con usted, para conocerlo. Quizá no lo sepa, pero hay personas que matarían por conocernos. En lo que a mí respecta, esto nunca ocurrió.

–Bueno, no se lo contaré a nadie.

–¿Contarle? ¡Ja, ja! No sea tan ingenuo, cualquiera podría averiguarlo. Sin embargo, me he asegurado de que eso no pase. Parece ansioso por irse, por continuar con su insípida, miserable y desesperada existencia. ¿Por qué no usa mejor el arma? Es su gran oportunidad, ahora puede acabar con todo. Solo haga una cosa: ¡dispare ya!

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El Extraño Mental


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