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La Cúspide del Adoctrinamiento IX

Tras la junta, los padres de familia decidieron tomar cartas en el asunto y hablar con sus hijos. Todos estaban de acuerdo con el director, sin duda debían reprender a sus rebeldes ovejas y disuadirles de llevar a cabo empresas que resultaban tan absurdas. No era concebible que en la actualidad alguien pudiera dedicarse al arte, la literatura o la música, lo cual era algo que ellos creían se incitaba con la filosofía. Lo que aquellos padres idiotas querían era que sus acondicionados pupilos, los cuáles estupidizaron desde su nacimiento, pensasen únicamente en ganar dinero y divertirse, en entretenerse y sentirse cómodos en una falsa realidad, en una blasfemia existencial como ellos lo hacían. En resumen, cualquier elemento pensante en la sociedad moderna debía ser controlado y adaptado a los decretos que la civilización exigía de él para mantenerlo sano y en condiciones susceptibles a la manipulación y el rechazo hacia todo lo sublime y diferente a lo inculcado.

Desde luego que los padres estaban satisfechos con las modificaciones que en la facultad se habían implementado, pues, cuando sus hijos les dijeron que estudiarían filosofía, la decepción fue evidente en sus miradas. Sus expresiones de angustia y desacuerdo eran notorias. ¿Qué pasaría con aquellos sueños de viajar por el mundo, vestir elegantemente y comprar ropa cara? ¿Qué ocurriría con los gastos y con las casas o los automóviles? Bien sabían los padres que estudiar filosofía era algo inútil y que sus hijos no tendrían buenos ingresos, por lo cual trataron de disuadirlos a como diera lugar. Intentaron que optasen por alguna otra profesión, alguna ingeniería civil, eléctrica o industrial, o alguna licenciatura mejor remunerada. ¡Qué infelices eran los padres de esos jóvenes aspirantes a filósofos! Además de que veían con tristeza como sus hijos rechazaban sus creencias y las tradiciones que con tanto ahínco habían luchado por conservar. De hecho, desde el ingreso a la facultad, ya no querían asistir a las reuniones familiares y se la pasaban reflexionando sobre el ser y cuestiones demasiado abstrusas.

Decididamente acusaban y maldecían al antiguo director, cuya única ideología era: “despertar y abrir la mente de aquellos que duermen plácidamente en una cama labrada con la estupidez inculcada”. Sin embargo, desde que el nuevo director llegó, sus hijos se habían comportado de manera diferente, algo había cambiado y ahora parecían más dóciles y hasta sumisos. De este modo, los padres se sentían agradecidos de que sus hijos ahora hubieran caído en cuenta de que la filosofía no servía de nada si solo se cuestionaba el sentido de la existencia, era una mejor opción aplicarla al ámbito empresarial donde tendrían un trabajo digno que les permitiría ganarse la vida y abandonar sus absurdos sueños de ser músico, poeta, escritor, pintor, ensayista o artista. Los únicos padres cuya preocupación no había podido alcanzar un tan anhelado fin eran los de los jóvenes que pertenecían al club de los soñadores declarados.

Los primeros en discutir fueron Mendelsen y sus padres. Este jovencito tenía algo de peculiar y se había unido al grupo cuando, en una de tantas veces en que decidía colocarse afuera de la universidad a tocar algún instrumento, las autoridades trataron de arrestarlo. Los demás estudiantes no prestaron atención y hasta les pareció correcto. El único que intervino fue Filruex, quien apreciaba y pasaba largo rato admirando la prodigiosidad que Mendelsen tenía para los instrumentos musicales, particularmente disfrutaba el violín y el teclado; además, quería tomar clases de batería y Mendelsen se había ofrecido para ello. El aspirante a músico era de estatura mediana, con anteojos y cabellera larga que siempre se había negado a cortarse desde su ingreso en la facultad; tenía un carácter tranquilo y serio, pero siempre se apegaba a sus ideales.

–Entonces ¿ya te decidiste finalmente a dejar la música? –preguntó la madre de Mendelsen con tono incisivo–. En la junta de hoy dijeron que solo los vagabundos se dedican a esos asuntos. No querrás terminar como esos músicos que tanto idolatras, drogado y muerto. Es mejor que te ganes la vida haciendo algo de provecho, ya bastante tenemos con que hayas querido estudiar esa carrera inútil de filosofía como para que ahora nos vengas con ese asunto pestilente de la música.

–Tu madre tiene razón, hijo, no puede ser que continúes así. Sé que elegiste el camino equivocado al estudiar filosofía, pero ahora puedes rectificarte anotándote en la lista que el director enviará a la compañía, ahí podrás tener un empleo digno y formar una familia.

Mendelsen escuchaba las palabras de sus padres y le parecían asquerosas. Y él era todo un amante de la buena música, las composiciones sublimes, los instrumentos que tan mágicamente resonaban en sus sueños y las insaciables melodías que buscaba solidificar cuando se aislaba del mundo y se abstraía en su propia realidad multicolor, la de los sonidos y las más bucólicas piezas musicales que alguna vez se imaginaba componiendo. Desdeñaba la música actual porque sabía que su contenido era estúpido en su mayoría, se trataba del gran negocio de la industria musical donde solo importaba ganar dinero a costa de músicos que ni siquiera merecían ser llamados así. Lo más deplorable era la facilidad con que las personas se dejaban llevar y se convertían en meros títeres influenciables por la moda y la popularidad de esos imberbes y repugnantes cantantes de pacotilla. Pero así eran las personas, constantemente se inclinaban hacia todo lo que no representase un esfuerzo más allá de lo económico o lo socialmente aceptable, y la música no era la excepción.

–No he tenido tiempo para la música, en la escuela han dejado mucha tarea –replicó Mendelsen, angustiado–. Con las nuevas reglas tal pareciese que nos quieren dejar sin vida.

–Pues la escuela es tu única dedicación por ahora, después vendrá la vida laboral y la familiar.

–No me interesa formar una familia ni tampoco casarme o convivir con personas. Lo único que busco es poder hacer música, pues me parece una de las actividades más sublimes –adujo Mendelsen con voluntad y sin mirar directamente a sus progenitores.

Cierto era que tenía ya algunas melodías grabadas que le había mostrado solo a Filruex, y estaba convencido de que, a través de tales sonidos, podría penetrar en la conciencia de las personas. Asimismo, se había emocionado al conocer a los demás miembros del club y notar sus talentos. Y sin duda él era uno de los pocos muchachos de la facultad que continuaba oponiéndose al abandono de sus sueños. Se le veía continuamente tocando algún instrumento para ganarse alguna moneda en las banquetas aledañas a la universidad o en el transporte público. Paradójicamente, en el periodo pasado los estudiantes lo veían y lo valoraban, consideraban sus habilidades magníficas e incalculables; empero, ahora con el nuevo orden que se había impuesto, era considerado un rebelde y un opositor a la bienaventuranza de la escuela. A los estudiantes se les había recomendado alejarse de él y no darle moneda alguna ante tal muestra de insurrección. Desde luego que eso no afectaba a Mendelsen, pues, aún si nadie estaba ahí para escucharlo, él tocaba magistralmente. Su amigo Filruex solía convidarle hierba y ácido, con lo cual su habilidad de composición se agudizaba notablemente.

–Tarde o temprano tendrás que establecerte con alguien. No es bueno que una persona se quede sola, tienes que hacer tu vida –replicaba su madre, consternada por las respuestas inverosímiles de su hijo.

–Eso es lo que las personas hacen, solamente eso les interesa. Yo no deseo vivir como los demás, quiero componer melodías y lograr un cambio. La gente mediocre es la que anhela casarse y formar una familia. Viven en la monotonía y traen hijos a un mundo en estado completamente decadente, contribuyen a empeorar las cosas y, además, creen que eso les da un sentido a sus vidas absurdas.

–Entonces ¿crees que nosotros somos mediocres por llevar una vida “ordinaria” como tú dices que es? –intervino su padre.

–Todos somos mediocres, nada hace valiosa la existencia de ningún ser, al menos no del modo en que han decidido vivir los humanos.

Mendelsen era el que más ideas proponía en el club de los perdedores declarados y era el segundo al mando después de Filruex. De hecho, eran como hermanos, hasta se parecían físicamente. Ambos compartían una empecinada admiración por la música clásica, la instrumental y por toda aquella que intentase un cambio o un despertar. La banda favorita de Mendelsen era Tool, mientras que Filruex no paraba de escuchar a Canserbero. Mendelsen contó a Filruex en una ocasión sus verdaderos ideales en una de aquellas tardes en que la pasaban fumando hierba y leyendo, componiendo o charlando sobre formas de rebelarse en contra del nuevo director. Las cosas no eran fáciles, pues el poder que éste ostentaba lo hacía un rival muy duro de vencer, además de que contaba con el apoyo de toda la secretaría de educación, estaba muy bien respaldado y tenía demasiadas influencias.

–Si queremos dar un golpe, debe ser uno grande, uno certero. No podemos andarnos con juegos –decía Filruex a Mendelsen cuando los demás integrantes se marchaban y quedaban solo ellos dos.

–Es difícil. Pienso que debemos esperar a ver cómo se dan las cosas. Un buen comienzo podría ser investigar el paradero del anterior director.

–Sí, ya sé que es así. Me frustra la situación, no sé de qué más sea capaz ese viejo. Tan solo ahora la escuela ya es una cárcel, se nos trata peor que a criminales.

–Pero aún podemos resistir. Necesitamos un plan para mostrarles a todos la clase de hombre que es ese viejo.

–No creo que podamos hacerlo esperando. Cada vez esto empeora y temo que terminemos por convertirnos en zombis como nuestros compañeros. Tú ya has visto la docilidad con que han aceptado el nuevo orden.

–Sí, es una desgracia. Parece no importarles perder sus sueños y sus ideales con tal de obtener videojuegos y distracciones.

–Aunque, ahora que lo pienso, tú también bebes en demasía, Filruex. ¿No te convierte eso en un ser similar a esos que se embriagan los viernes?

–Pienso que sí y no. Sabes, ya te he contado cómo ha sido mi vida. Solo Lezhtik y tú lo saben, nadie más. No tengo otro modo de escapar a este infierno que siento en mi interior. Yo he decidido llevar esta vida porque creo que soy un hombre absurdo y que cualquier cosa que haga o deje de hacer no representará un cambio radical en la existencia. No me emborracho por las mismas razones que esos patéticos compañeros nuestros, aunque, a fin de cuentas, termine por ser lo mismo.

–Es justo lo que yo he pensado. Y últimamente creo que todo es intrascendente en la vida. Cualquier cosa me parece insípida y hay momentos en que hasta la música pierde su sentido, cosa que antes creía imposible. Hay días en los cuales siento algo en mí que no puedo describir ni expulsar, pero que me imposibilita de continuar con esta existencia que percibo como vacía. No sé qué sea, pero ahora me tranquiliza un poco saber que alguien más lo ha sentido también.

–Creo que sé a qué te refieres, Mendelsen. Yo sentí eso desde que era pequeño y nunca ha cesado. Es como un agujero en el alma, como un aguijón en el corazón, como la neblina inminente en un día soleado para los demás. Es así de angustiante, cuando todos a tu alrededor pueden disfrutar de un paraíso sin sentido, pero tú solamente te sientes en un infierno eterno.

–Es natural para nosotros quizás estar así. Y es triste que la vida sea así de absurda, que las personas crean que el materialismo y el dinero dan la dicha suprema. Yo busco algo más, algo que no he podido encontrar en esta realidad insignificante. Cuando dejas de disfrutar hasta los detalles más irrisorios que causan una efímera felicidad, es cuando comienzas a dudar de estar realmente vivo. He mantenido una lucha incesante con el mundo, y ahora me doy cuenta de que no soy el único desdichado.

–Así es, no somos los únicos. Yo conozco a un chico especial, se llama Lezhtik. Antes solíamos ser los mejores amigos y fumábamos hierba, así como nosotros ahora, pero se está centrando en la escuela, o eso dice. Yo pienso que tiene algún otro proyecto entre manos.

–Entonces ¿ya bajó la guardia? O ¿podría ser que ese proyecto del que hablas…?

–No lo creo. Es muy diferente al mundo, incluso a nosotros. Su cabeza es un torbellino y tiene un inmenso potencial, creo que le gusta escribir y es muy bueno. Es una de las pocas personas que he admirado, es el mejor estudiante de la clase.

–Sí, lo sé. Es el que no le habla a nadie y solo habla cuando participa en clase. Jamás ha reprobado un examen y es muy sabio, pero, con todo eso, lo noto sumamente incómodo.

–Por supuesto que lo está. Quisiera que alguien como él nos apoyara, pero no cree que estar en grupo pueda representar un cambio, dice que buscará su propio camino en la fuerza de la soledad.

–Es una concepción interesante. Las personas son muy comunes hoy en día, parecen estar a gusto con el mundo tal cual. Y nosotros somos los rebeldes que no aceptamos esta vida. Al parecer tipos como tú y yo no tenemos razón de ser, no deberíamos estar en un mundo así. De hecho, he pensado que hasta mis padres son miserables y que hubiera preferido no haber nacido antes que aceptar la idea de que abandonasen sus sueños por mí.

            Tras haber recordado tan maravillosa plática con su amigo Filruex, el poeta, Mendelsen regresó a su miserable y ominosa realidad.

–No llegarás a ningún lugar pensando de ese modo, hijo, no seas terco. Lo mejor es que te resignes a vivir como todos. De cualquier modo, tienes que trabajar y nosotros no vamos a mantenerte toda la vida. Mírate nada más, te vistes como un malviviente con los pantalones desgarrados y esas playeras mugrosas, no te afeitas ni te cortas el cabello, te la pasas con esos instrumentos musicales que nada bueno te dejan en vez de estudiar con más ahínco –afirmó su padre.

–Por mí, ustedes pueden pensar lo que les venga en gana. Yo no voy a abandonar mis convicciones por nadie ni por nada, ni siquiera por ustedes. No me interesa trabajar en una empresa para ser esclavizado todo el día y abandonar mi libertad, que quizá no posea incluso ahora. Pero voy a luchar cuanto pueda por un mundo sin ese nuevo orden y, aunque muera en el intento, no desistiré. Yo buscaré la forma de sobrevivir, de eso no se preocupen.

Los padres de Mendelsen parecían tristes y decepcionados. No concebían que su hijo los hubiera llamado mediocres y que rechazara el modo de vida que a ellos les parecía tan normal, tan cómodo. Habían vivido así los humanos por siglos y nadie había protestado, nada les parecía incorrecto en tal forma de vivir. Las personas se casaban y tenían hijos, trabajan, se divertían, viajaban, iban a fiestas, miraban televisión y no necesitaban de música, poesía ni literatura para estar en este mundo confeccionado a la medida de la miseria y la mediocridad humana.

–Pues nosotros ya te lo advertimos. Si crees que nuestra vida es mediocre porque no aceptamos tus ideales tontos, entonces está bien. Lo único que te quiero decir es que, en cuanto termines la universidad, tendrás que ver por ti mismo. Yo no voy a mantener a un vagabundo con absurdos sueños musicales –sentenció su padre.

Mendelsen se levantó sin responder y se dirigió a su habitación, la cual mantenía apenas iluminada por una luz tenue, aunque a él le parecía como un recinto sagrado que quería convertir en estudio musical. No continuó con aquella querella innecesaria, pues bien sabía que esos señores, a los cuáles solamente les debía el que lo trajeran a este mundo miserable, serían incapaces de entenderlo. De hecho, colegía que así eran la mayor parte de las personas, eso solía decirle Filruex y él lo corroboraba a cada instante. Sabía que la gran mayoría de los habitantes de este mundo eran gente estúpida y acondicionada que no tenían ya ideales, sueños o siquiera pensamiento propio. Una vez, por accidente, halló un fragmento acerca del vacío en las personas y que, de forma sarcástica, mencionaba que los humanos tenían hueca la cabeza, que eran simples entidades que existían sin propósito alguno. El texto finalizaba diciendo que la existencia de ningún ser podría ser considerada valiosa, pues la miserable concepción que de la vida había hecho el ser lo consumía en un absurdo perenne. Se sorprendió sobremanera cuando supo que el autor de aquel fragmento era Lezhtik y, al interrogarlo, supo que éste se la pasaba las noches escribiendo ensayos como esos. Ambos charlaron un par de minutos e intercambiaron ideas de manera disimulada, entablaron amistad y el ensayista solo le pidió a Mendelsen guardar el secreto, pues hasta la fecha todos creían que se desvelaba estudiando.

–Me pregunto ¿por qué las personas no pueden verlo? –se cuestionaba Mendelsen mientras practicaba con su guitarra–. No logro entender qué es eso que puedo sentir tan vivamente y que me hace abandonar toda esperanza en esta sociedad, y que, a la vez, los demás son totalmente incapaces de percibir. Se ven tan a gusto con sus vidas mediocres, en tanto yo me niego a pasar mis días trabajando como un esclavo por un sueldo miserable.

Mientras Mendelsen se hundía en sus elucubraciones sobre lo execrable del mundo, en algún lugar y en un tiempo paralelo, se hallaba el pobre Emil. Este muchacho era, por mucho, el más tímido del club fundado por Filruex. Su complexión era delgada, casi esquelética, sus cabellos eran castaños y largos, además de lacios y delgados. Era sumamente callado y reservado, casi como Lezhtik. Lo que resaltaba en él era ese potencial que mostraba al dibujar, le gustaba guardar las imágenes de los sucesos que vivía y vaya que su memoria era fotográfica. Al igual que Mendelsen y sus compañeros en el club, disfrutaba de una actividad distinta a las del vulgo. En su caso, dibujar y pintar era el posible sentido que hallaba en el cementerio de sueños que era la vida. Y, en su percepción, el arte estaba por encima de todas las cosas. No se atrevía a rebelarse dada su personalidad calmada, pero apoyaba las insurrecciones encabezadas por Filruex y aportaba ideas siempre controvertidas. Sus padres, de igual manera que los de los demás miembros del club, trataron de disuadirlo para que no terminase como sus salvajes amigos, pobre y sin esperanza, pero a él no le importó. Ahora un recuerdo rondaba por su cabeza, mientras pensaba en cómo terminar un dibujo que venía trabajando desde hace ya algunas semanas.

–Ya te dije que hoy no traigo dinero, no me molestes más.

–Yo sé que sí traes, vi que tu madre te dio hoy al partir para la facultad. ¡Así que vamos, no me hagas perder el tiempo!

Un joven mayor que Emil, fuerte y con cara de perro, solía atormentarlo pidiéndole el poco dinero que sus padres podían darle. No sabía a quién acudir ni tampoco cómo remediar la situación. Y, a veces, cuando peor les iba a sus padres, no le quedaba de otra más que otorgar a aquel maleante sus alimentos, precarios de por sí.

–Bueno, pero entonces tendrás que pasarte todo el día adorándome. De otro modo, inepto, te daré una paliza.

–Sí, haré lo que tú quieras. Pero no me lastimes, por favor.

En ese instante, el cara de perro, malhumorado, le arrebató los lentes a Emil y los escondió en una de las bolsas de su apestosa chamarra. Este sujeto tan desagradable era recursador de la facultad, uno de los tantos fósiles que podían hallarse. Se dedicaba más que nada a intimidar a los jóvenes, a obtener dinero a como diera lugar, y Emil se había convertido en su peón favorito desde hace ya un tiempo. Era realmente trágico para este último, quien no se atrevía a confesar a nadie la verdad dada su timidez. De hecho, sus padres eran vendedores de artesanías en el mercado, cosa que era motivo de burla por los demás muchachos de su calle. Emil, temeroso y enclenque, se sentía ampliamente intimidado por la situación y había enflacado demasiado dado que ese animal devoraba sus pocos alimentos.

–Y ¡más te vale que pronto consigas alimentos de calidad, porque ya me estoy hartando de estas porquerías que prepara tu puerca madre!

–Mi madre no es una puerca, ¿por qué dices eso?

–¡Cállate imbécil, no te permito interrumpirme!

Era ya tarde, después de las clases. Emil tenía bastante tarea y hambre, pero, dado que ese día sus padres no le habían dado ni un quinto y la comida era una basura, según el cara de perro, estaba a punto de recibir otra paliza. Para completar su desgraciada situación, hacía un calor de los mil diablos y el perro aprovechado tenía al joven aspirante a artista colgado de un árbol, obligándole a repetir cuánto miedo le tenía.

–No eres más que un cobarde. Ahora dime, ¿qué clase de sueños tiene una basura como tú? –inquirió el cara de perro mientras comía un gran helado que se había robado de la tienda.

–Bueno, pues yo, en realidad yo… –exclamaba Emil con bastante temor.

–¡Habla de una vez, maldito bastardo, que no ves que me estoy desesperando!

–Pues me gustaría ser artista. Yo quiero dibujar muchas cosas: paisajes, animales, situaciones, ideas, personas y, sobre todo, quiero expresar lo que hay en mi mente, plasmar mi espíritu en cada lienzo.

El cara de perro reflexionó unos momentos y luego se echó a reí, como si hubiese escuchado alguna especie de locura divina. Indudablemente, no podía entender que personas con tales aspiraciones existiesen en el mundo, pues todo lo que él quería era dinero y poder, como todos los humanos lo deseaban.

–Pensé que eras idiota, pero no tanto. ¡Tú sí que eres un pobre perdedor! Siento lástima por ti.

–¿Por qué lo dices? Yo creo que el arte es una actividad sublime.

–Tal vez, pero eso no te dará de comer; de hecho, te contaré que mi padre era pintor, supuestamente de los mejores.

–¿De verdad? ¡Qué emocionante debe ser eso! ¿Por qué dices que era?

–Porque el infeliz ya murió. Y no era nada emocionante, no para mí. Él nos abandonó a mi madre y a mí cuando yo recién había nacido. Un día se fue y nunca regresó, al parecer uno de sus lienzos se hizo famoso y recibió una gran suma de efectivo por ello. Mamá solía decir que se había largado muy lejos con una mujer más esbelta y joven. Desde entonces, nos la hemos visto muy difícil para todo. Yo hago lo que puedo, pero sencillamente me fastidia estudiar. Mi madre sueña con que sea un gran filósofo, pero a mí me parece que es mejor robar a los ricos.

–Bueno, en cierta forma tienes razón, pero eso no lo conseguirás torturando gente, o eso creo yo –replicó Emil, intentando librarse de su verdugo.

–¡Tú qué sabes, maldito estúpido! Yo conseguiré lo que me plazca. Tú no tienes idea de lo que es buscar comida en los basureros de las calles. A mí no me dan trabajo porque dicen que soy un inútil. Además, por lo menos mi madre no es una puerca.

–¡Ya te dije que la mía tampoco! Tú solo inventas cosas.

–Ah ¿sí? Con que eso crees, pequeño bastardo. Déjame decirte que tu mamá es una zorra, una ramera, ¡una vil prostituta! ¡Una golfa putipuerca mamavergas! ¿Sabes lo que es eso? Dinero por sexo, de todas las formas posibles. Cualquiera la puede comprar, todos pueden follársela, hasta yo podría con lo que robo…

Emil sintió, por primera vez en su vida, que le hervía la sangre. Quería darle a ese maldito cerdo una lección, apuñalarlo inclusive. Fue entonces cuando recordó aquella ocasión en que habló con su madre. Ella dijo que ya su oficio no le alcanzaba, que necesitaría algo más. Emil no lo comprendió en ese entonces, pero días después solía escuchar ruidos extraños por las noches. Uno de esos tantos días, pudo observar a su madre vistiéndose de manera muy provocativa. Y, cuando decidió preguntar las razones de tales atavíos, recibió como respuesta que todo era por su bien, que él tenía que seguir estudiando. Al amanecer, le pareció que todo había sido un sueño, pues su madre dormía plácidamente junto su padre. No le dio importancia alguna y lo olvidó, como hacía con todo. Sin embargo, recordaba ahora que, por las noches, escuchaba sollozos que parecían ser de su padre, pero no estaba seguro.

–¡Eso no puede ser verdad! Mi madre no puede ser una de esas mujeres que se venden en las esquinas. ¡Tú mientes!

–Te invito a comprobarlo por ti mismo. Es más –afirmó el cara de perro liberando a Emil–, ve y pregúntaselo tú mismo.

El joven con sueños de artista corrió con lágrimas en los ojos, tan raudamente que no se percató de la presencia de un conjunto de sujetos con los que tropezó. Como respuesta, estaba acostumbrado a recibir toda clase de imprecaciones y de golpes, pues, dada su enclenque condición, era natural para él que todos lo tratasen de lo peor. Esta vez, en cambio, no recibió esa clase de trato que ya consideraba natural. Y, en su lugar, un joven larguirucho y otro más bajo, con unos ojos verdes impresionantes, lo saludaron amablemente.

–¿Te encuentras bien? ¿No te lastimaste? –preguntó el larguirucho.

–No, para nada. Una disculpa, lamento haberlos golpeado. La verdad es que llevaba tanta prisa que no pude observarlos.

–Y ¿por qué parece que estás llorando? ¿Acaso alguien te ha ofendido? –inquirió el de los cabellos negros y los ojos verdes.

–No, nada de eso me ha pasado. Lo lamento, pero llevo algo de prisa, debo irme.

Entonces Filruex, cuyo don era excepcional para detectar personas distintas a la caterva, lo detuvo y lo invitó a conversar con ellos. Emil, en el fondo, sintió un gran alivio y aceptó sin mucho esfuerzo. También ahí se encontraba una mujer pelirroja y otro tipo con varios libros bajo el brazo. Caminaron rumbo al Bosque de Jeriltroj y se establecieron bajo un conjunto de árboles en la parte posterior, donde casi nade pasaba. Luego, se presentaron aquellos peculiares jóvenes. El larguirucho era Filruex, el líder el club; el de los ojos verdes era Lezhtik, el que aspiraba a ser filósofo verdadero; la pelirroja era Paladyx, quien creía tener habilidades para la clarividencia y la telepatía; el de los libros era Justis, que amaba leer por encima de todo; y él, Emil, quien aspiraba a ser artista.

–Me parece que tú podrías sentirte bien con nosotros. Ya contigo estaríamos casi completos. En realidad, me gustaría que solo fuésemos cinco, pero, si alguien más gusta unirse, adelante.

–Pues ya lo estamos –dijo Emil, quien no era tonto para contar.

–Eso parece, pero la verdad es otra –exclamó Filruex desesperanzado.

–¿A qué te refieres? Yo cuento cinco aquí reunidos.

–Bueno, es que Lezhtik abandonará el club ahora el otro semestre. Supongo que tú ya has escuchado sobre las nuevas reglas, el nuevo orden que se impondrá el próximo periodo.

–Dicen que poco a poco se irán imponiendo en todas las escuelas de la zona, y quizá hasta del mundo –afirmó Paladyx, mientras jugaba con sus expansiones.

–Pues eso no lo dudo. Esos asquerosos miembros de la élite solo buscan su propio beneficio. Si los tuviera en frente, los haría pedazos –replicó Filruex, el más impulsivo.

–Todo va a estar mal el próximo periodo, no auguro cosas favorables –intervino Justis. Si el nuevo orden es el que me imagino, podemos oficialmente decirle adiós a nuestra libertad.

–Por eso creo que debemos reunir la mayor cantidad de gente y oponernos. El director aún sigue en pie de guerra, y yo lo apoyo. Estoy seguro de que él no dejará que la escuela se convierta en algo peor que una cárcel.

–No será solo eso, Filruex, será algo incluso más opresivo. ¡Quién sabe qué clase de medidas quieran imponer! –dijo Lezhtik, que solía mantenerse en silencio.

–Tienes razón, y, por eso, debes unirte a nosotros. Además, con Emil ya tenemos más poder. Nuestras habilidades pueden salvar la universidad, podemos mostrarles que existen cosas más sublimes que la mera filosofía. Tenemos a un escritor, un lector, una psíquica, un pintor y yo.

–Y tú ¿qué talento tienes? O ¿qué es lo que le da sentido a tu vida? –preguntó Emil, quien se iba sintiendo en confianza con aquellos jóvenes rebeldes.

Se generó un silencio ligeramente incómodo, que fue roto por las carcajadas de Paladyx y Justis. Lezhtik se limitó a bajarla mirada y Filruex enrojeció.

–Pues verás, me da algo de pena contarte. Además, es algo que se desaprueba aquí fehacientemente. No se lo digas a nadie; de hecho, nada de lo que aquí contemos debes divulgarlo o estaremos en peligro.

–Ya dile, no tiene nada de malo. Si tú no se lo cuentas, yo lo haré –arguyó Paladyx molesta.

–Está bien, te lo diré. Yo simplemente organizo al club y disfruto de las actividades que ustedes realizan. Me gustan todas y a la vez no soy bueno en alguna. La verdad es que mi verdadera pasión es la poesía, pero las personas dicen que no vale nada y que no soy bueno, por eso casi a nadie se lo cuento. Pero no sé, Lezhtik también escribe ensayos y ambos nos entendemos, ya sabes, cosas de escritores.

–Te entiendo, a mí me dicen lo mismo con mis dibujos. Mis padres creen que es una pérdida de tiempo.

Se miraron los unos a los otros y rieron, concordando en que Emil podría encajar bien en aquel club, llamados el de los soñadores declarados. Sus talentos eran apreciados por cada integrante y se le consideró sencillo y rebelde, pese a su timidez, cosa sobremanera valorada por todos. Aquellos jóvenes, que en sus mentes imaginaban un mundo diferente, donde las personas apreciaran los talentos que no podían ser medidos económicamente, sabían que ellos mismos eran todo lo que tenían, que no existían humanos que pudiesen valorar lo que ellos proponían. Debían desconfiar de cualquiera que añorase dinero y bienes materiales, e intentar arropar a los desamparados poetas, escritores y artistas que todavía mantuviesen viva esa llama, esa que hacía al humano merecedor de su existencia, la cual terminaba por converger tanto en la vida como en la muerte. Solo entre ellos comprendían su angustia, su dolor, su desesperación y la imposibilidad de mostrarle al resto del mundo lo valioso en un ser tan mundano y terrenal como el humano. El problema era que nadie estaba dispuesto a escuchar, a nadie le importaba saber de otra cosa que no fuera el morbo, el sexo, el dinero o el materialismo.

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