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Amor Delirante 25

Extraño la dulce sensación que producía el roce de tus acendrados labios con los míos y extraño, sobre todo, sentir el calor que desprendía tu cuerpo cuando aún estabas viva. Pero no importa, pues incluso me atrevería a decir que ahora que muerta estás me gustas aún más.

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A veces, cuando veo la lluvia caer y todo a mi alrededor se torna sombrío, recuerdo que tú eras el único astro que me alejaba un poco de mi triste destino. Eras ese sol centelleante que me daba fuerza y vigor en este cementerio de sueños rotos que es mi existencia, pero ahora solamente queda el aroma de la nada para envolverme hasta mi adecuada destrucción interna.

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Fui tan solo un loco y patético ser que fijó sus tristes ojos en ti: la más hermosa creación. Y que, en su más demente atrevimiento, buscaba inventar un nuevo vocablo que le sirviera para expresar todo lo que tú significaste en esta asquerosa vida cuando aún la muerte no me había coqueteado, cuando todavía del encanto suicida no me había embriagado y cuando aún me interesaban las cosas de este mundo absurdo y terrenal.

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Y, cuando estabas conmigo, sentía que aún podía llegar a lo inimaginable con el simple hecho de sentir tus ojos posados en mi alma y tus manos acariciando mi lacerado y putrefacto ser, pero todo eso no fue sino una vil e infame patraña. No fue sino el más blasfemo (auto)engaño que pudo haber capturado mi deprimente consciencia, pues tú jamás me amaste como yo tanto lo creía. Todos tus besos fueron tan ilusorios y tus caricias una vil pantomima de lo que nunca fue real sino solo en mi delirante cabeza.

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Eres todo lo que no puedo tener y es que me enamoré de la estrella más lejana y refulgente. Sí, de la única imposible de poseer, la que jamás podré siquiera rozar sin importar cuanto lo intente; y cuyo eterno brillo ni siquiera en mis más paradójicos sueños sería capaz de apreciar en plenitud.

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Amor Delirante


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